miércoles, 2 de julio de 2008

Jardinero y su oficio de Muerte

Con los brazos rodeando las rodillas,
gimoteo y maldigo en la noche,
como un maldito fantoche,
los porrazos de crueles pesadillas.

Aúllo como perro moribundo,
recuerdo los errores sin descanso,
cuando se acerca el hombre manso,
que ya triunfó en este perro mundo.

"¿Y tú quién coño eres?" le pregunto,
sonríe remarcando sus arrugas,
y por su brazo escalan las orugas,
mientras con mi veneno me unto.

"Yo soy el jardinero",
responde con voz implacable,
el anciano amable,
pero a la vez altanero.

Me dispuse entonces a abrir la boca,
cuando mi acompañante,
en el mismo instante,
me hace callar con firmeza de roca.

"A la flor más bella y delicada,
por la que lloras y suspiras,
la que en ti desata tanta ira,
la has contagiado y es ahora desdichada.

Debieron ponerlas al sol, a la luz,
no permitir nunca sombra,
no importa la alfombra roja,
esa fue su mayor cruz.

Tú no cometiste error tal,
siempre supiste con certeza,
que la luz para ella es tan vital,
como para ti lo es la cabeza.

Y resultó que muchos le echaron demasiada agua,
así se les murió ahogada por su labor ardua.

Otros fueron austeros y sólo repartieron escasas gotas,
a esos les quedó raquítica y el tormento los azota.

Pero tú, que pusiste la justa medida,
de luz y de sustento,
sufriste un desengaño lento,
cuando te traicionó tu vida.

Pués por tu excesivo culto,
creció linda y hermosa,
y bajo sus ojas quedó oculta,
su arma más poderosa.

Al acariciarla caíste en la trampa,
te pinchó, se clavó profundo,
y ahora dejarás el mundo,
como toda esa panda.

Enséñame tu herida y yo la lloraré por siempre,
y de cada una de las lágrimas,
del que sabe como yo y siente,
crecerán con púas más lánguidas".



Tú también festejas, alma en pena

Amanecen los primeros claros,
aparecen sonrisas y alegría,
ya festeja el mundo el día,
así que humanos ¡alegraos!.

Campos verdes anegados de flores,
pájaros que trinan alegres notas,
¡llenad de vino las botas!,
¡disfrutad del manto de colores!

El llanto y los dolores,
no existen en el Ahora,
el hombre al Día adora,
sus cantos y olores.

Pero resulta que pasa el tiempo,
y aunque todos parezcan felices,
con el primer rayo de oscuridad,
se tapan las narices,
porque llega el hedor a edad,
en la que aparecen nuevos matices.

En esa completa soledad,
parasito Yo en mi jardín,
Yo que era bailarín,
ahorra sobrevivo sin bondad.

¿No es acaso la vida un ora arrastrarse
ora saltar?
¿No es el ocaso la partida de un arrodillarse y un llorar?

Dijo un sabio que no existe penumbra permanente,
y que si alguien  lo declara,
no es digno de tener locura de demente,
y que si miente,
se le nota en la cara,
porque aunque lo niegue,
 alumbra diariamente.

Hasta el más oscuro y diezmado,
no es como se vende,
no sólo vive de puro enfado,
de amor y alegría también entiende.