domingo, 31 de agosto de 2008

La enseñanza de Cúpido.

Recién abandonado en el mundo de los lamentos caminaba sin rumbo cada vez más cerca del corazón del bosque.

Apenas habían pasado unas horas desde que me dejó en esta tierra, y ya parecía haber asimilado varios años, mis pulmones se habían habituado a la concentración de oxígeno de aquella brisa, los ojos al contraste de sombras y claros que dibujaban las copas de los frondosos árboles y mi mente era la de un depredador más, adaptado al medio natural.

Me alimentaba cómo podía, caminaba sin descanso y eso era la fuente de alimentación de mis pensamientos, el constante movimiento aumentaba la actividad cerebral.

Muchos temas intentaban clasificarse, luchaban encarnizadamente por ocupar un lugar, pero la claridad de mente tendría que esperar.

Entonces empecé a ver signos en los árboles, eran cortes en la corteza moldeando un corazón. Otros representaban hombres arrodillados cogiendóse la cabeza con ambas manos. Tan ensimismado estaba con las figuras que a penas me asusté al toparme con un bloque de mármol. Subí la mirada y encontré varias columnas, lo que parecían las ruinas de un templo griego.

En algunas grietas habían empezado ya a crecer plantas trepadoras que se enredaban a sus anchas. Di varias vueltas por el lugar palpando el suelo, los trozos de columna y de pronto me sorprendió una flecha sigilosa, se me clavó en el pecho, en la parte más baja del pectoral izquierdo.
Me escoció mucho, era un dolor intenso que dificultaba la respiración.

Entonces apareció mi cazador, era un niño regordete, con alas en el lomo, ya lo conocía de la cultura popular, pero jamás hubiese imaginado aquellos ojos que inspiraban tanta inocencia y a la vez tanta envenenada astucia.

Con sonrisa maliciosa se dirgió a mí y a la vez de la nada se hizo la música: eran unos preludios del más sensible de los compositores románticos, Frederic Chopin.

" Una de las peores enfermedades que arremeten contra la bestia humana en la tierra de los lamentos es el Amor. A diario veo irreparables heridas, de una profundidad sobrehumana.

El Amor es mágia ancestral, una fuerza vital. Puede ser un paraño, es efímero y puede desencadenar graves tragedias.

El sentimiento, la sensación es difícil de describir, son muchos los que han intentado dar una explicación, una definición a tan elevado sentir.

El enamorado se despierta con una sola idea en la cabeza, con una única imagen, un solo rostro, y sólo esta aparición es la causante de una gran dicha, de una sensación de plenitud, de satisfacción.

Cualquier acción insignificante compartida con el alma gemela se convierte de inmediato en diversión, en algo especial y único. Fuera de la burbuja que se crea entre los dos, nadie puede comprender a qué tanto júbilo, tanta alegría.

Esta es la etapa dorada del amor, donde siembra la confianza y la buena opinión en todas las bestias. Es la época de la potencia sexual por excelencia, del deseo ardiente difícil de detener, y que es la dicha en persona.

Cuando ya tiene la confianza de sus víctimas, el amor se apodera de la mente como si de un veneno se tratara. Los celos afloran y todo lo destruyen. Pero no afloran solos, siempre a la vez o sincronizados con el aburrimiento y la monotonía, la extinción de la llama de introducción o de sembrado. Y ahí empieza la verdadera pesadilla, la agonía más terrible y dolorosa de la especie. Es una enfermedad de decadencia, que hace imposible la vida ascendente. La bestia herida busca a toda costa un remedio, busca alguien o algo que le cierre la herida.
Te lo confesaré, porque así me lo han ordenado, las flechas que yo lanzó, que siembran la semilla de tan poderoso señor, el amor, no son despreciables.
Cuántos inocentes han pagado tributo en la historia, Romeo y Julieta, Werther, y otros miles sin nombre.
No te imaginas siquiera la de flechas que reparto a diario, con las que hiero el alma, pero la que a ti te ha perforado el pecho no es de las que envenena el corazón, si no de las que purifican, te voy a revelar un secreto, por gracia de los Dioses, acéptalo sin recelo y te verás recompensado.
Entender el poder sobrenatural de mi eterno esparcir flechas será tu regalo divino, ya a pocos se les concedió tal favor y algunos desaprovecharon su saber intentando transmitirlo a sus contemporáneos. Entre ellos el "último alemán" por tener en cuenta.
La verdadera misión para mí, para mis flechas, es el engaño del hombre para la perpetuación del "error humano". Las mujeres con sus encantos voluptuosos son mis más letales aliados en la caza del hombre y ellas mismas asumen su papel como pobladoras de la humanidad.
Y lo natural no es fecundar a una sola hembra, y mucho menos a la más fea, o con menos atributos, pués para la mejora de la raza es preciso elegir lo más alto y noble.
Así han argumentado los viejos sabios toda mi labor,y han acertado en gran parte, pero mal que me pese, los Dioses me han obligado a confesarte a ti, que tienes oídos agradecidos, una verdad más profunda que se oculta bajo esta máscara de Supervivencia de la especie. Uno de los Dioses había sido antes un sabio que se volvió loco, que comprendió toda esta verdad y fue recompensado con su inmortalidad divina.
El amor es arte, es algo que crea el propio humano, la propia bestia para enorgullecerse para adorarse. Encendido por el chispazo de la fuerza bruta natural, el poder sexual, él, solo , expira suspiros, escribe los más bellos poemas, compone la más sublime música. Aún en la profunda melancolía causada por la frustración de no ser correspondido existe un sentimiento elevado, en la profunda pena está también escondido el deleite del hombre por el hombre. Así el amor, no es sólo un medio de subsistencia, ésa es acaso su base, pero su poder sublime y último es la creación del arte, de la belleza de la que bebe la bestia, haciendo a la toda bestia reinante algo más digna, más poderosa, más cercana a sus creadores por el propio atributo de saber crear.
El suicidio por amor es la autodestrucción más creadora que hay, en efecto, el acto suicida hace nacer entre el mundo que abandona el cuerpo la leyenda, la imagen del ídolo que se inmoló por tan grave desdicha. La embriaguez creadora está entonces en un verdadero máximo.
Ya sabes, entonces la última y más intima intención de mi comentido, para que estés prevenido de los peligros que esparzo aprende a amarte profundamente, a ti y a tu arte, embriágate a tu gusto: con varias mujeres, o con una única doncella a lo Dulcinea, pero sobretodo ten conciencia de que tú eres el principal creador de toda esa odisea del corazón y no te abandones jamás, se dueño de tu locura.
Se te ha concedido un privilegio, véte y trae un conejo como tributo, en forma de respeto a los que te han permitido compartir algo de su divino poder."
Dicho esto se desvaneció con risa juguetona, que contrastaba con su potente voz reveladora. Pasé las primeras horas de la noche buscando el animal para sacrificar y cuando al fin lo capturé, lo llevé a esas ruinas y ofrecí su cuerpo como dijo el diosecillo. Aquella noche no comí, y aún sin haber probado bocado me sentía empachado.

El fuego es de los Dioses

Caminábamos por las Ramblas de Barcelona. Era un Domingo y sólo habían turistas por todos lados.
Caminábamos cogidos de la mano y ella parecía divertirse con cada tienda de animales con la que nos topábamos. Mirábamos las jaulas una a una, las chinchillas eran sus preferidas.
Era el principio de otoño, y las hojas ocres y marrones de los plataneros cubrían el suelo.
Las múltiples estatuas humanas, los magos nos deleitaban con sus espéctaculos a cambio de las monedas de unos sorprendidos "guiris", provistos de gorras, sombreros de cuernos de toro, abanicos....por los típicos periódicos.
Absorto en mis pensamientos, caminaba guiado por su brazo decidido. -Como me gustaría no conocer a nadie en esta ciudad, estar solos, ella y yo, como hoy entre el mar de desconocidos-
Me sorprendió el tirón que me dio y al girarme comprendí que el "follonero" de la calle, un payaso que molestaba con sus burlas y sus groserías a cuántos caminaban despistados, estaba acechándonos.
Ya alejados del peligro nos concentamos en nuestra parte favorita, los artistas de las ramblas.
La precisión de las caricaturas, de los retratos era sorprendente, nos entreteníamos identíficando las caras de los famosos, ella adivinaba la mayoría.
Miramos los precios para encargar algún día un dibujo de los dos, pero era bastante caro así que nos consolamos diciendo que más adelante, para una fecha especial. Y ahora, desde la distancia, me digo con mezcla de sátira y de pena ¿Y qué fecha más especial que la de entonces?.
Nos desvíamos hacia una callejuela, donde estaba el museo de cera, y entramos en un local cercano, en el bosc de les fades.
Inmersos en el bosque y su oscuridad tomamos una cerveza y compartimos un bocadillo de fuet. Entre tantos árboles "postizos" y farolillos dejabamos volar nuestra pueril imaginación, bromeando acerca de duendes malvados y hadas seductoras.
Acabamos el recorrido en la plaça portal de la pau .Yo escuchaba su anécdota que trataba de cómo sus padres la habían tenido algo abandonada de pequeña, y el relato me entristeció a la par que me inspiró un deseo de ternura y protección antes desconocidos en tanta potencia. Le prometí cuidarla, le dije que siempre me tendría a mí. Pasara lo que pasara. Todo palabras, me digo hoy.
Cuando estábamos ya cerca de la plaza, donde descansaban los duros leones, vi a dos guárdias, de amarillo fosforecente.
En otro lugar su presencia me hubiera incomodado, por mi carácter que me obliga a detestar la violencia que puede suponer la autoridad en según qué circunstancias, pero aquí en las Ramblas, lugar predilecto de los chorizos y rateros que aprovechan el despiste de los foráneos para robar a mansalva ,casi agradecía la sensación de seguridad que inspiraban.
De pronto ,nos ordenaron deternos. ¡Qué extraño! ¡Si eramos personas normales en apariencia, quiero decir, no se podía sospechar nada malo de nosotros! Noté su mano algo más húmeda de lo habitual, estaba asustada, lo sabía.
Sin previo aviso uno de ellos, el de perilla y gafas oscuras, se abalanzó sobre mi. Forcejeamos y mientras vi cómo el otro le ponía las manos encima a ella. ¡A ella que era un ángel caído a la Tierra! Intente dialogar, pero nadie me escuchaba, para mi sorpresa, los turistas en lugar de quedarse mirando la escena con mezcla de curiosidad y asombro, como siempre hacen en estos casos de forcejeos o accidentes, ni se inmutaban. Estabamos perdidos y los peatones parecían no reparar en el abuso. La oía gritar, pero yo ya estaba maniatado cuando se la llevaron en aquel furgón, su mirada de niña indefensa se clavó en mis ojos reprochando el incumplimiento de mi promesa de protección, esa imagen la llevo grabada con más precisión y vericidad que la de cualquier artista de aquella tarde, o de cualquier lugar, la veo por las mañanas de verano y primavera, en el ocaso otoñal, en las frías noches de invierno, la veo, porque esa es mi condena.
Como Prometeo sufro y sufriré eternamente y la ligué conmigo en mi castigo, arrástrandola a la frialdad de este mundo, todo por mi insensatez, porque pretendí calentar su corazón con el fuego de los Dioses.

sábado, 30 de agosto de 2008

La salvación

No se cuánto tiempo pasé entre tan sensuales seres. Sus voces arrogantes eran el más sútil narcótico.
¡Qué bella perfección me aguijoneaba dejándome petrificado! Cada vez estaba más ensimismado, me sentía más hundido en la tierra.
Esas pieles brillantes y suaves, esos cabellos ondeando al ritmo de las olas y sobtretodo las perfectas facciones. Era un verdadero rito despiadado, una carnicería de muchos agentes: las menudas orejas y narices me estremecían, los labios carnosos me hacían hervir, los ojos arrogantes resquebrajaban todo mi interior, los cuerpos de formas divinas, plenas, y las dulces voces, golpeaban al mísero corazón, como si de un tambor de guerra se tratara. Y, en efecto, se trataba de una guerra.
Cuando ya creía enloquecer de puro placer , de éxtasis, de culminación absoluta, apareció él. Con un golpe de puño en el suelo formó un remolino de arena despistando a las ardientes captoras , con su temperamento serio me agarró del cuello, sabía que me llevaba a la tierra de los lamentos, pero allí no hacía frío.

Me sorprendió el frío

Sumergido totalmente en el agua noto como las olas me mecen y mi cuerpo se deja mecer. No tengo frío, y aún menos calor. Los peces grises de diferentes tamaños hacen círculos alrededor de mis pies, y la luz del sol que hace brillar la arena es el motor de toda la escena. No tengo frío, de pronto me paro a pensar y no recuerdo como sacar la cabeza del agua, toda la quietud, tranquilidad que me embriagaba se había esfumado. -Socorro! -quería gritar, pero sólo salían burbujas de mi boca, y ya empezaba a tener frío. Entonces la melodía lo absorbío todo: el agua, la luz solar, los peces... El tridente amenazador me pinchó la espalda, así caí preso de las sirenas y demás criaturas marinas del lugar. Hacía frío.

jueves, 28 de agosto de 2008

Sobre el arte

En el arte o creación nada hay más apasionante que el momento en el que el individuo, el polluelo, después de haber sido alimentado por los ídolos, abandona el nido y emprende el vuelo de la independencia.

El verdadero artista es un niño con miles de posibilidades y menos limitaciones que el resto de adultos, el poder creativo es un don envidiable.

Curas, obispos, cardenales...todos practican diferentes leyes absurdas para acercarse a "Dios", ¡pobres diablos! Sólo el artista con su fuente inspiradora rompe la barrera y por algunos momentos disfruta del don divino: la creación.

La vanguardia es una sombra monstruosa que hace cien veces más grande el insignificante ser proyectado, la sugestión colectiva.


miércoles, 27 de agosto de 2008

El gato negro

Una noche, volviendo de la taberna, haciendo eses se me apareció como por arte de magia o del destino un felino negro. Mi presencia no le alarmaba en absoluto, y al ver que yo me detenía de inmediato y le observaba, se sentó y se lamió la pata. Había algo en sus ojos que le hacían parecer humano, o a lo mejor había algo en mis venas o en mi cabeza desubicada que le hacían parecer más humano que animal, en fin, como por aquel entonces yo no era muy supersticioso, me decline por lo segundo.
-¿Qué hay minino?, anda sé bueno y hazte a un lado- le dije a la vez que hacía un movimiento con el brazo, dejando claro que el callejón era estrecho. Pero el gato parecía saborear la escena, y se quedó inmóvil. Intenté entonces asustarlo gritando como una bestia, pero ni así lo logré mover. Ya desesperado por la poca colaboración del felino pasé al último recurso del hombre y le lancé una piedrecilla, no acerté y el gato me mantuvo la mirada. Empezaba a tener calor, y me notaba la espalda empapada de sudor, la oposición o rebeldía del animal me estaban empezando a enfurecer, la calle parecía cada vez más estrecha, cada vez menos iluminada por los faroles.
-Dichoso, animal, hazte a un lado, no te lo diré más veces, o te apartas o atente a las consecuencias- No hubo reacción y comencé a avanzar, cuando le pasé la primera pierna por encima, el gato sólo hacía que mirarme como si ese fuera su único cometido en la vida, y cuando ya le hube pasado por encima siguió en sus trece. - ¡Qué gato tan testarudo e idiota!Llega a toparse con otro y le envia derecho al infierno.
Cuando llegué a casa estaba destrozado y caí en profundo sueño en el sofá sin haberme desvestido. Al día siguiente desperté con dolor de cabeza por la borrachera, me sorprendió la herida que me había salido en la espalda, no era gran cosa, parecía una picada de mosquito, pero como era uno de los Eneros más frescos del siglo, me pareció algo extraño.
Pasé el día trabajando, el duro trabajo de ayudante de panadero, me tuvo distraído toda la mañana y parte de la tarde y cuando salí de la "boulangerie", ya era de noche.
Me senté en la mesa de siempre y ordené la cerveza y el trozo de carne habituales. Aquella noche tuvo lugar una discusión política tan encarnizada que acabaron los dos hombres más polémicos ajustándose cuentas fuera del local.
Me marché hacia la una, cuando a penas quedaban tres personas, y pensando en todo lo que había oído en la discusión, me llevé un susto de muerte al volver a toparme en la calle más estrecha con el felino de la noche anterior.
Su actitud no había cambiado, y sólo se salto el protocolo al pestañear una vez, me llamó la atención, porque fue como un guiño, y un poco más alterado pasé a prisa por encima del animal.
Otro día de rutina, dedicado a los croissants y las pastas para varias casas de la nobleza se apropió de mis pensamientos y al caer la noche, cené donde siempre. Me picaba un poco la espalda y al rascarme advertí que tenía otra picada de mosquito al lado de la primera.
Aquella noche en la taberna, escuche varias canciones del lugar, de la Praga de hacía un par de siglos, y el entusiasmo y colaboración del público sirvió para ganar un poco la batalla al vendabal que tenía lugar fuera.
Previsor como soy, como me educaron, me fui a penas amainó algo la tormenta, para poder descansar y cumplir con mi oficio al día siguiente. Repasando las dos últimas noches en mi cabeza, me resistía a creer en algo extraño o sobrenatural, alegando que aquel gato vivía por allí y se pasaba la noche ahí sentado, pero la verdad es que me sorprendió volver a verlo, con su fija mirada, porque aquel día eran las tres de la madrugada y los dos anteriores fueron a las doce- una. - ¿Qué crees que te tengo miedo?Si eres un minino inofensivo, y aunque me cueste de confesar se me cayó el alma al suelo cuando el diabólico ser me guiño el ojo, no una, sino dos veces. Ya empezaba a estar algo desconcertado y asustado, y aquella noche en medio del temporal volví a zancadas ágiles a mi hogar.
La mañana se presentó muy pronto, me pareció, y noté que tenía mal aspecto, ojeras y la piel maltratada por el poco sueño, así me lo dijeron varios clientes de cada día.
Cuando estaba metiendo en el horno, las últimas barras del día, que eran las de la taberna, que repartía a última hora, se desató la histeria. Al rozar la espalda con la pared de la habitación, noté que me dolía bastante, y al meterme la mano por debajo de la camisa noté una tercera marca al lado de las dos antiguas. Sería algún bicho que sin duda se habría colado en mi sucia alcoba, me mentía.
Pero ya empezaba a florecer la duda, el gato y sus guiños de ojo, las marcas en la espalda, era todo difícil de argumentar desde un punto de vista racional. En la taberna logré desviar un poco mis obsesiones con las numerosas leyendas que contaba el residente de una de las habitaciones. El hombre era un poeta frustrado del lugar y amenizaba la cena con sus relatos llenos de movimientos teatreros a cambio de un plato caliente. Se acabó mi tranquilidad cuando empezó el relato de la leyenda del gato negro de la baronesa de Liebstenstein, "una viejecita que en esta vida sólo tenía a sus criados y a su malcriado gato, al que trataba como a un verdadero hijo. Le hablaba todo el día, le gritaba y según cuentan acabó por perder la cabeza, literalmente, un día apareció su cabeza en la vieja chimenea inutilizada en la que el gato solía sentarse a mirarla fijamente mientras ella tejía sus ropitas. Los criados se marcharon del país y yo tuve la ocasión de dar con uno de ellos en uno de mis viajes por Italia, que después de algunas copas de vino, me confesó que algo raro había ocurrido antes del fallecimiento espantoso de la mujer, ellos mismos, los criados parecían haber sentido "cosas extrañas" , a todos ellos les aparecieron progresivamente siete marcas en la espalda, la última de ellas, el día del asesinato. Además , del hecho de que el conde Franz no quiso hacer pública la investigación del caso, lo dejó todo en suspense" .
Y así terminó su historia, la gente fue despidiendóse poco a poco a medida que pasaban las horas. -Vamos, que tenemos que cerrar Miguel. Y así me vi obligado a volver a casa, decidido a dar un rodeo de narices, por toda la ciudad para no encontrarme con lo que parecía ser el enviado del mismísimo diablo.
Temblando iba susceptible como un esquizofrénico, mirando a todos lados. Alterado de vez en cuando por alguna sombra o algún ruido, por fin vi mi casa a lo lejos. Al lado del río ya casí corriendo más que caminando vi su cara, su expresión, resbalé y caí al río. Más tarde comprendí que no era el gato negro lo que había visto, si no una figura de piedra en forma de gato que siempre había estado en un monumento dedicado a los muertos de la guerra a escasos cien metros de mi casa.
Varias horas de mi vida las pasé sin conciencia, cuatro para ser exacto.
Cuando me despertó un aldeano, me ví manchado de sangre, pero estaba vivo.
-¿Cómo estás muchacho?No te preocupes, ahora vienen por ti. Tienes suerte que nos llevara hasta ti ese gato,dijo el hombre señalando a lo lejos, te debe de apreciar mucho, y siguiendo la dirección que indicaba lo vi, el gato negro me sostuvo la mirada, y al fin se dio la vuelta con delicadeza como dando todo por concluido, sembrando en mi la semilla de la duda, prendiendo en mi el fuego del temor, que me tortura hasta hoy con las cavilaciones de lo sobrenatural.

La Fuente

Pasaron años de silencio, en los que sólo eran audibles los gritos de los monos, el ir y venir de las ratas o el aletear de los buitres carroñeros. Un hedor a podrido invadía toda escena, intensificando la podedumbre reinante. Un eterno anochecer, con los eternos murmullos silenciosos. Y cuando tocaba golpeó el martillo, con un apocalíptico estruendo, la luz cegadora arrinconó a las tinieblas hasta su desintegración y el himno a la Vida, al Poder sanó los oídos.
"El estruendo fue el punto de inflexión, fue el comienzo de la Nueva Era, y así caí de rodillas ante la fuente, y sin necesidad de instrucción alguna, como si ya supiera que quería hacer yo allí, sumergí la cabeza en esas aguas movidas y santas".
Fue como ensanchar los pulmones para permitir el paso de un viento huracanado, frío como un témpano de hielo, fue preparar el corazón, ese órgano olvidado, despreciado, para la llama de la voluntad, fue , en fin, la recuperación de la máquina. Mientras tanto, por primera vez en la vida, el ser, el alma, estaba totalmente volcada, entregada a las apariciones de la fuente, historias interminables, consejos , vivencias del pasado, del presente y del futuro, sin ningún tipo de orden, pero tan atractivas que dejaban, permitían al ser, por primera vez desligarse de su caparazón, perdiendo toda la conciencia de posesión, por primera vez el ser estaba en otro tiempo y otro espacio, y el caparazón, la máquina permanecía fiel a su condición de objeto material, allá en la fuente de rodillas.
Así renació, con un ser estructurado y sabio, y un caparazón sano, entregado por completo a la voluntad del ser. Así, despertó, desnudo en el epícentro del golpe de Martillo, y el amanecer con sus himnos le daban la bienvenida.