sábado, 29 de octubre de 2011

Cuentos para pasar el rato: El sicario alado

Era una bonito día de invierno acariciado por los ténues rayos de un tímido sol que parecía haber perdido la memoria de tiempos veraniegos abrasadores y exuberantes de energía.

A través de los cristales de la biblioteca veía a los niños serpenteando con sus pequeñas y coloridas bicicletas seguidos por un mastín de las nieves que había venido a parar a tierras cálidas Dios sabe por qué extraños frutos de la evolución y lucha entre razas terrestres.

En resumidas cuentas, con el portátil en las narices y los ojos encima de éstas, con las pupilas dirigidas al otro lado del vidrio, era la viva imagen de una escultura bautizada ingeniosamente por el artista como "concentración".

Fue entonces, de súbito (ya nadie se sorprende, porque estas cosas acostumbran a suceder así en los cuentos, ¿no es cierto? De súbito, de pronto, de repente...) hizo su aparición en escena...la MOSCA. (Dados los pobres recursos del cuentista, haga el favor el lector de añadir al ambiente cerebral, música de aparición de telenovela)

Cabalgando los aires, con los pelillos de su calva ondeando por las turbulencias de las diáfanas alas, vino a posarse en el centro neurálgico de la "concentración", en el punto vital donde luchaban todas aquellas fuerzas expresivas: el aburrimiento, el deber incumplido, las ansias de libertad, la ensoñación... ¡Eso es! Justo en aquellas arrugas concentradas entre la napia y los ojos, vino a posarse el insecto endemoniado.

La primera reacción, después de irse al traste la quietud de la obra de arte, fue un manotazo que ,ágil, esquivó el insecto, perdiéndose un segundo después ,como el punto negro de la nariz de una adolescente, entre las estanterías de "Botánica" y "Piragüismo".

Volvíame a acomodar de nuevo, acordándome de las fatídicas profecías sobre la ergonomía y los portátiles, cuando se dignó a volver.
Todo hay que decirlo y por muy mosca cojonera que fuera, es de caballeros reconocer el mérito, pues en sus ojos de cuadrícula se veía relucir el orgullo del que sabe y domina los últimos conocimientos sobre trasplante de frutales.
De todas maneras, con algunas ideas más en mente o no, vino a posarse igual de cojonera con sus filamentos en mi oreja derecha.

La espanté y con una cabriola digna de admiración fue a parar a la otra oreja (A primera vista se trataba de un insecto muy correcto y purista desde el punto de vista de la forma: ejecución simétrica, silbido constante...de nueve sobre diez).

Mis manotazos empezaban a ser dirigidos por un cerebro contaminado por la creciente ebullición de mala ostia dando como resultado, hacia la quinta bofetada, la intromisión de un dedo en el ojo derecho. Ojo que no tardó en replicar, como mejor saben hacer los de su clase, irritándose al rojo vivo y enviando al combate de las mejillas a varias de sus mejores lágrimas, que se despedían a su vez con lágrimas de la glándula lacrimal que las vio nacer.

La mosca, que después de la última gran acrobacia reposaba en lo alto de una estanteria, observaba con profesionalidad a su víctima.
Entonces evocáronse en mi representación mental ,de forma atropellada, toda clase de enfáticas imágenes: "La clásica mosca cojonera frotándose las manos, las mismas con las que toca indistintamente un truño de perro, de caballo o mi cara". "Otra mosca con una trompa larga de la que gotea un asqueroso liquidillo verde". "El ingenioso matamoscas, cuyo inventor probablemnte murió en la peor de las ruinas, castigado por una humanidad desagradecida y tan poco preparada para los mesías". "Matar una mosca a cañonazos", la expresión favorita de mi exprofesor de informática para aclarar de forma tan plástica, la sencillez predominante en los alumnos de primero al crear algoritmos, dándoles así alas para soñar con un futuro dorado. "Alas, millones de alas vibrando de forma frenética, oscilando hasta entrar en resonancia con mis ondas nerviosas y hacerme estallar en millones de fragmentos"," La mosca aplastada y exánime en un pequeño charco de sangre", "Sangre oscura como el vino del eterno amante, protagonista de "El cuervo" de Poe. ¿Por qué a mi me perseguía un ser tan insignificante que no valía ni la garra derecha de un cuervo?"...

Las ideas se esfumaron de pronto, había vuelto al ataque. Este asalto duró unos cinco minutos materializados en varios zumbidos en ambos oídos por igual sin más represalia quealgún que otro torpe manotazo desafortunado.

No podía más, el portátil había caido hacía un buen rato al suelo, víctima de un mamporro destinado al infernal insecto, los papeles todos desparramados por la mesa eran un buen tributo al caos y yo empezaba a desarrollar (pues el organismo se adapta a cualquier situación, de eso no cabe la menor duda) múltiples tics manifestados en párpados, cejas, ambas manos, cuello y hombros.
Aprovechando una cortísima tregua recogí todos mis bártulos y me precipité a la salida, seguido desde la corta distancia por mi plúmbea agresora.
En la calle, que con mis largas zancadas ya agotaba a toda prisa, se le ocurrió recordarme su presencia de forma intermitente, lo justo para no dar cabida a un posible y fugaz atisbo de esperanza.

En el ascensor de mi edificio tuvo lugar una de las peores provocaciones de las habidas hasta el momento, pues parada en el botón del quinto (mi planta) pedía a gritos ser exprimida por un sanguinario pulgar. Creo que no es menester decir que el resultado en aquel cubículo fue un esguince de dedo gordo.

Al fin llegué a casa y cerré de un portazo.
Meses más tardes se discutiría en una junta la necesidad de abonar una derrama para pagar el ingente número de lámparas, números metálicos arrancados... destruidos en aquella ocasión, pero ya no sería mi asunto.

Fue entonces cuando decidí hacer algo que debía haber hecho hacía mucho tiempo (una de esas oraciones que abren un mundo por si solas).
No tenía las habilidades fruto de la experiencia, pero a cambio poseía una mosca cojonera que lo vigilaba todo desde mi cabellera, de manera que tardé poco en desnudarme y cuando el chorro de agua violó a mi casta suciedad y el pesado ruido de los rayos de agua anegó toda la existencia, perdí la noción de mi condición de preso.

Pasé varias horas bajo la ducha, creo que en parte fue para recuperar el tiempo perdido. Tiempo que rondaba los meses. Así que salí cuando la piel era digna de envidia hasta por una pasa.

Firme creyente de una ley universal que gobierna recompensando a sus seres por las buenas acciones y castigándolos por las malas (di "karma" coño, que acabamos antes), en seguida atribuí a la purificadora ducha, la desaparición de mi carcelera y mi vida prosiguió con la tranquilidad que proporcionan las explicaciones lógicas a la conciencia humana (Conciencia humana...¿La hay de otro tipo? No me suena).

Seguramente lo que experimenté dos meses después se podría calificar atinadamente como "el ojo del huracán".
Desayunaba un zumo de naranja y un cargadísimo bocata de queso, ya casi del todo recuperado del trauma, cuando noté que algo se movía entre la masa de pan y queso que mis muelas se empeñaban en machacar. Invadido por una especie de premonición corrí forzando el cierre de las mandíbulas hasta el cuarto de baño y una vez allí, con la cara empapada de sudor, me miré al espejo al tiempo que separaba con precaución los labios haciendo posible la reflexión de mi oscura gruta bucal profanada por mi acérrimo tarturador alado, que de nuevo se frotaba las manos entre restos de queso y pan sobre mi lengua.

Fue entonces cuando comprendí cual era la única escapatoria posible: mi acrobacia hubiera sido digna de elogio por el mismísimo moscardón del infierno que mantenía cautivo en mi boca.
¡Sí! ¡Por primera vez era yo el carcelero, y ella la encarcelada!...Mientras surcaba los cielos sólo pensaba en mi épica victoria que seria narrada en fábulas, cuentos y demás medios. En los pocos instantes de vuelo empecé a pensar que todo había valido la pena, sólo para llegar hasta aquí, para poder degustar este instante. La amenaza y asedio desproporcionados rallando la injusicia grotesca de aquel día de estudio, habían merecido la pena.

El impacto fue contra un todoterreno y pronto estalló una algarabía de alarmas (tanto la suya como la de algunos vehículos próximos y solidarios). Acomodado entre los restos de cristales y ensangrentado a más no poder, esbocé una sonrisa de comisura a comisura, dejando sólo un pequeño agujero en el centro de los labios, agujero por el que cojeó la mosca herida de levedad, que tras frotarse las patas por última vez, dio por finalizado su cometido y se perdió entre el gris de los edificios.

martes, 25 de octubre de 2011

A-luz-inación

¿Cuánto tiempo llevaba K. allí? Podía ser un día, un mes, un año o varias reencarnaciones.
Recordaba que en un tiempo ,o bien extremadamente lejano o bien extremadamente próximo, había combatido al tedio con un poco de ejercicio físico: flexiones, abdominales, estiramientos...Pero siempre acababa sudado y duchas no existían, de manera que había desistido en el intento. Sólo el infinito blanco.
No había entretenimiento posible, ni un sólo objeto, ni un ser...Nada. Bueno nada no...la Sala Blanca

No se puede entrar en los pensamientos de K. , son demasiado confusos. El tiempo, los lugares, los recuerdos son como una masa de chicle que succiona y engulle todo.
En algún momento se concentra en el origen, en su construcción imaginaria o reconstrucción real o mezcla de ambas: una clínica para olvidar, para resetear el cerebro y de ahí la obligada estancia entre las paredes eternamente blancas; un empleo de mala muerte basado en experimentación: ¡K. la cobaya humana! ; el limbo, después de un accidente de tráfico traducido al mundo real en un estado comatoso o vegetativo...

En breves le tirarán su ración de subsistencia: unas píldoras. K. habría vaticinado esto con acierto repetidas veces, pero otras, sus pensamientos seguían por unos cables inexplicables conectados a unas pantallas fisgoneadas por científicos crueles o heroicos o simplemente se manifestaban en densas capas de humo que K. no podía ver y que se perdían en el alto techo de la sala blanca sin más testigos que la propia estancia. No había nadie y nadie le tiraría nada parecido a una pildora.

La Sala Era Blanca, pero más acertado sería quedarse sólo con las tres primeras palabras: la Sala Era. Y aún más acertado: la Sala Es.

Ésta idea, si es que se le puede llamar así, era el núcleo que K. cercaba. A veces lo rozaba con suavidad inocente y otras veía con claridad como se alejaba de aquel hallazgo de la energía encerrada en la Sala y en el centro de su ser.

No vayan a creerse que es sencillo y natural permanecer en la Sala, aunque tal vez sea lo más natural que puede existir el hecho de estar ahí dentro. Sea como sea, los tiempos verbales convertíanse, conviértense o se convertirán ,ahí dentro, en meras sombras que carecen de valor, de esencia.

K. no sabe si ha amado locamente a una única y sola mujer que le ha destrozado los nervios y con la que sueña con una frecuencia perniciosa.
Cansado de haber probado todos los labios femeninos que abren y cierran en todos los momentos en este mundo, dormirá inquieto por no soñar con ninguno en concreto.

Haría falta plantar tres amazonas más con la intención y demoníaco propósito de conseguir el papel necesario para materializar los libros que ha devorado el ávido K. durante su estancia en la Sala Blanca, donde, por cierto, (o por falso), está prohibido leer y donde no ha entrado nunca libro alguno.
¿Qué le queda a un hombre cuando lo ha leído todo? Cada pensamiento, cada burdo sentimiento, cada escena...todo ya lo ha presenciado y lo conoce, pero a pesar de todo, muy a pesar de todo, continúa en una Sala Blanca, desnuda, vacía, ausente, infinita, la misma que le pudo ver nacer en alguna de sus vidas.

K. tiene unos cuarenta años de edad. ¿Barba matusalénica? No necesariamente, pero con toda seguridad. Escribió toda la poesía que existe, existió y existirá, sin conocer a penas las palabras de ninguna lengua.

Mira la Pared Blanca, infinita, embelesado o mejor podríamos decir exasperado. Parece que toda la existencia se condensa en él y bajo la seducción del ritmo de la batuta que mece con frenéticos movimientos el pequeño corazón de K., nuestro héroe se aproxima al núcleo de todas las ideas:
en la Sala Blanca, en la odiosa Sala Blanca...necesita un estímulo. ¿Dónde ,si no, se puede iluminar de mejor manera un pequeño estímulo, la vida? Con toda la existencia sobre las espaldas empieza a entender que un sólo estímulo, un color, la ausencia del mismo, un sonido, el silencio, una variación... sólo eso es necesario y que....
De pronto se apaga por primera vez ,desde su pretérita y futura construcción, la Sala Blanca y tanto K....... como yo...... como tú mismo, quedamos en la más oscura de las penumbras.

viernes, 14 de octubre de 2011

Sin pensárselo dos veces

"¿Quién le mandaría haber llegado hasta aquí?" La respuesta se encontraba algunos metros más arriba materializada en sus tres amigos cromañones.
"¿Por qué se dejaría enredar tan fácilmente?" Y entonces empezó a elaborar una especie de apología mental de los sabios y , en especial santos, que habían aprendido a decir "NO" llegado el momento preciso en la historia.

Estaba en un buen aprieto. Se acordó ,de pronto, de sus padres, de su hermano menor, de la tranquilidad de su habitación, allá lejos al otro lado del charco.
Se le aparecieron las diosas, Rutina y Normalidad, tan campantes en esos momentos por las calles de Barcelona y de cualquier ciudad, frías, indiferentes, ajenas a todo lo que estaba ocurriendo, a la danza de aquellos macacos que marcaba con la fuerza de los timbales el latido del corazón del pobre y escuálido P.

Se acomodó las gafas haciéndolas subir con el dedo índice por la inclinada ladera nasal que había heredado y dejando el peso del cuerpo lo más atrás posible, extendió despacio la cabeza de galápago para asomarse al precipicio.

Justo en ese instante una pesada mancha oscura surcó el aire y explotó con un sonora detonación grave propagada y amplificada por la cueva, cuyo interior era el origen de las tinieblas.

Después un silencio sepulcral, unos segundos que parecían años a P. violados sólo por la voluptuosidad de las olas fregándose contra la roca, pariendo una espuma densa y burbujeante, rompió un grito de guerra: ¡Vamoooooooos!¡Síiiiiii!.

La melenuda cabeza que acababa de proferir tales rugidos de victoria luchó con el vaivén de la mar y en un santiamén ya se alejaba del epicentro blanco que había dejado como marca en las vastas aguas para dejar vía libre al siguiente.

"No había marcha atrás". "Él era el siguiente"
P. notó las patadas estomacales dejando entender un "es de ser idiota". Las plantas de los pies hacía rato que se habían alejado del suelo formando un arco digno de admirar por la espina dorsal de cualquier gato callejero bufado.

"Vengaaa maricaaa", gritaron los de arriba.
"No había manera de dar marcha atrás", pensó con amargura. Tragó saliva y se acordó del de Arriba.
Era curioso, que hubiera tardado tanto en reparar en el Altísimo.

P. era de esa clase de jóvenes que hace algún que otro retiro al mes, que se junta con otros para dialogar sobre temas religiosos varios, ayuda a limpiar la parroquia un domingo de cada mes...
No vamos a decir tampoco, para no engañar al lector, que era un mesías, ni un hombre volcado con toda su alma al prójimo, pero sí que lo intentaba con ahínco, luchaba para lograr profanar el dicho popular, demostrando que el hábito SÍ hace al monje.

Así en los verdaderos momentos de competitividad o supervivencia, cuando convivía con amigos de la universidad o del barrio solían darse situaciones como la merma de alimentos en las que afloraba su ser más despreciable, egoísta y natural, gracias a Dios (todo sea dicho) y el hábito olía a rancio y podrido que daban ganas de caerse para atrás. Hablando de caer...

De ésta sólo le podía salvar el Señor, al verse acorralado por una curva espada pirata metafórica ,empuñada por los trogloditas de arriba, dio un paso tambaleante.

La majestuosidad de las aguas turquesas, del viento cargado de sal chillando y abofeteando su cara, la prodigiosa visión de la cueva del demonio que se hallaba a escasos metros a su izquierda...nada de todo esto consiguió calmarlo, sólo el tímido chorro de orín que se esparció por la redecilla blanca de su bañador consiguió darle algo de calor y fue la chispa que le dio el valor para empezar a rezar:

"Por favor Señor, sabes que no te molesto en vano, que no acudo a ti por caprichos de mi cuerpo. ¡Sálvame oh Señor! Prometo llevar tu palabra a donde sea necesario, ser bueno con todos, perdonar a estos...a estos... hermanos, ya que en el fondo soy yo el dueño de mi humilde destino y nada les puedo reprochar a estos desventurados.
Perdóname de igual modo como yo los perdono, o Yahvé, por jugarme la vida que no merezco haber recibido, protégeme por favor, protégeme. Un milagro pido, un sólo milagro como con los que has colmado a tantas figuras bíblicas. Lo dejo en tus manos...Un milagro, un milagro"

Acabada la oración cerró los ojos y se tiró.

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Desde las alturas más abominables, a unos diez metros por encima del "trampolín" natural des de el que saltara P. , en un barranco casi celestial, los dos amigos F. y M. conversaban acariciados por el anacarado atardecer y acompañados por el susurro de las olas, y se decían el uno al otro:

-No entiendo por qué no se tira y punto, sin más. En estas cosas si te paras un segundo ya la has cagado, ¿verdad?- , empezó uno de ellos y el otro gritó: "Vengaaa maricaaa" y continuó en voz baja: - ¡Que subidón de adrenalina tío ,cuando estás en el aire...es la leche, la ostia...¡Vaya! y la caída...Yo me he dado con el culo en el agua y pensaba que...-
-Calla, calla-, le interrumpió el otro y los dos se asomaron, pues P. se acababa de lanzar.
En silencio observaron, en medio de aquel paisaje insondable, como el frágil y huesudo cuerpo de P. se precipitaba al vacío y al acercarse al mar, las aguas turquesas se abrían milagrosamente para destapar las rocas que se encontraban en sus entrañas.


Tras unos segundos de silencio en el que los amigos observaron el cadáver de huesos quebrantados del santurrón en el fondo marino, uno de ellos sentenció:

- ¡Ostia tú! ¡Esto es un milagro! Como a ese tío de las barbas, no? Abrahám, creo que se llamaba, se le han abierto las aguas a su paso. ¿Qué hacemos?

Se miraron, se encogieron de hombros y como aún quedaba una pequeña parcela ocupada por juguetona agua ,henchida por la marea, se lanzaron sin pensárselo dos veces.