lunes, 12 de diciembre de 2011

Reflexiones en vano

De entre todas las enfermedades habidas y por haber, os aseguro que es la mía la que más resquebraja una vida, la que consigue transformar la conciencia en miles de fragmentos brillantes e inconexos.

Yo sé, para colmo de la desesperación, que no fue siempre así, aunque no pueda recordarlo, me acomete una constante suposición con tintes de verdad y es que mis párpados vivieron durante algunos felices años libres de la "intermitencia impredecible" que ahora les aflije.

Lo que más me maravilla es la extensión, dilatación excepcional que parece estar produciéndose, justo ahora. Llevo siete líneas escritas y no presiento ningún ataque próximo. Será cierto lo que dicen de la literatura, que es la cárcel donde encadenamos y embellecemos a nuestros demonios.

De todas maneras, ninguna otra posibilidad resulta factible. Parece que la escritura encaja a la perfección con mi condición de linde onírico-terrena, si es que se le puede llamar así.
No os podéis ni imaginar, ni experimentar, lo que es besar a la mujer que te has estado trabajando con esmero y nerviosismo enfermizo y que los párpados digan basta; querer acabar con un proyecto ilusionante en el trabajo y que poco a poco los sentidos se vayan recogiendo, aletargando; despertar en un precipicio frente a tu tótem, el objeto de tu devoción fanática, en la punta de las yemas de los dedos y empezar a sentir como todo se abandona.
Estos triunfos frustados escuecen, pero de igual manera los fracasos etéreos: caer en el torbellino cuando ella se aleja dando un portazo por siempre; perderse cuando te están despidiendo, cuando el trabajo no sale, cuando no tienes ganas de hacer nada; freírse cuando la hoja de papel sigue virgen, el bloque tosco por cincelar, cuando uno de verdad quiere llorar y anegarse en la frustación más absoluta.

Si no sueño o recuerdo mal (ya me he acostumbrado a aceptar mi biestabilidad), lo intenté todo: consumí el cuarenta por ciento del café brasileño exportado una noche de verano, me conecté a unas máquinas de impulsos eléctricos...incluso...¿Por qué no confesarlo? Imagínate abrir el pote de cicuta con manos temblorosas y trascendentales y descubrir, de nuevo, con infinito terror que las formas se derriten.

Combatir fue en vano, es ya agua pasada, acomodarse siempre resultó un fracaso hasta hoy y fíjate que he intentado leer novelas, pero acaba uno por volverse loco comenzando un tétrico cuento de Bierce para acabar despertando en medio de un polvo de Bukowski.

Sé que un día amé, otro me colmé de elixires, fui feliz miembro de un grupo en el que las conversaciones no se desvanecían como ahora...Ahora..¿Qué me queda? ¿Mi soledad? ¿Mi imaginación? ¿Mi conciencia? No,no y no. No me puedo recoger, porque en seguida que empiezo a intuir mi presencia, ésta me abandona como un ladrón sigiloso y todo resulta tan extraño, tan en vano, las formas, los colores, cuando el mundo es un presidio delicioso, pero intangible, cuando no hay medios, ni formas, cuando el presente pierde la noción de presente no por culpa de los arrogantes pasado y futuro, si no por su propia consistencia suave como una nube de caramelo, el consuelo que queda...pero aquí viene..aquí vuelve...ya me extrañaba que...