lunes, 11 de junio de 2012

¿Cuánto tiempo llevo aquí? No creo ni que me esté haciendo esa pregunta. Mi dedo se pasea perezoso por la fina capa de agua.
Hace eones saliste cual Ulises en busca de aventuras, de sirenas, de cielos estrellados, de la brisa que aviva el alma, del infinito del mar, del cielo. Ahora eres infinito.
No abro la boca ni permito a mis neuronas trabajar más de lo necesario, así que todo este chismorreo ha de salir de algún sitio.
No puedo hablar con los peces, ni las tortugas, ni puedo entender conversaciones entre cangrejos. Además, aunque pudiera no me serviría de nada. El más despistado de los besugos se encuentra a cien kilómetros de este pequeño bote, que es mi ataúd flotante. Puedo ver en las tinieblas marinas, que soy el centro de la oscuridad más salada.
Ni las temidas aletas se arriesgan a pasearse por la superficie ni mucho menos por la profundidad. La profundidad es mi tumba, es como un islote, más frío que el hielo.
No soy un náufrago yo. Ya me gustaría.
Las estrellas todas, se han mudado al triángulo de las bermudas. Sospecho que fue muy incómodo tomar la decisión, pero no duraría ni un instante, fue avistar esta pila funeraria cuyo humo es la prolongación polar y eterna del cielo, y rápido se llevaron su brillo a lo incierto.

Lejos, lejos de este juego de azules foscos como un pozo sin fondo. ¿Cuando di el pequeño empujón al navío sabía lo que me esperaba? ¿He dado acaso ese pequeño empujón? Aquí no hay inputs ni nada semejante
Dios y el demonio prefieren no pensar en esta tierra prohibida por la creación.

Sí, sí...Dios se dijo: - Crea cuánto quieras, y dónde quieras, excepto en un solo lugar: aquel peñasco polar, allí no oses dirigir tus divinos ojos.

Suena la historia, ¿no es cierto? Con una salvedad, aquí no hay serpiente que valga, fue la primera que en oír estas palabras se llevó consigo su tentador veneno como alma que lleva el diablo.

Pese a ser el vacío, el precipicio del planeta, el colosal abismo, hay algo entre la oscuridad que no deja de fecundar o mejor dicho mancillar el altar de la Nada. Ese algo yo lo llamo vibraciones y me parece que vienen del Mundo que a veces sueño haber soñado alguna vez, pues sólo así es posible soñar aquí.

Esas vibraciones no son lamentos, ni gritos de júbilo, ni lágrimas, ni risas. Tampoco rugidos de orgasmos, ni gritos de rabia e impotencia. Esas vibraciones, éstas: las que me acarician la gélida cara (o al menos eso imagino que imagino, porque aquí duerme el frío absoluto) son fetos de suspiros pudriéndose en cajas torácicas, miradas que no ven, versos  suspendidos, ilegibles, notas bien discretas, un arrastrar eterno y pesado.

Van y vienen y no paran, no cesan, alimentan tantas mañanas a tantos infelices. Además, son tan crueles...(crueles no...)...indiferentes...tan indiferentes.