viernes, 4 de abril de 2008

Cronos

Ayer estaba solo en casa, no había nadie conmigo. Todos estaban ocupados con sus quehaceres diarios, todos lo estamos siempre. En el sofá estaba tumbado, sin pensar en nada en particular pero sin tener la sensación de estar en esta habitación. Estaba solo. Los ruidos de la calle: las obras, unos chavales gritando...y nada más.
De pronto sonó el reloj, no recuerdo ya cuantas veces, lo sabía pero ya lo olvidé. Cogí la pelota de goma y la hice rebotar varias veces contra la pared, estando tumbado boca abajo, la sangre se acumulaba en mi cabeza.
Y sin llamar siquiera a la puerta se presentó ella, levantaba apenas 3 palmos del suelo y parecía sentirse la torre de Babel. Su mirada, su sonrisa maliciosa me hicieron levantarme de un brinco, fueron reflejos,digo, o instinto, qué se yo.
Un momento de tensión: sostuve la mirada fija en sus ojos y podía ver el mismo infierno en sus adentros, no miento.
En un abrir y cerrar de ojos se colgó del viejo reloj de madera y lo empezó a destruir con arte, lo quería evitar a toda costa, lo debía evitar a toda costa, pero era como un hechizo su destruir. Podría haber gozado muchas horas, muchos meses, incluso quizás años viendo tanta habilidad, pero el sudor frío empapaba mi nuca y mi frente, y el deber pudo maś: Justo cuando estaba a punto de maltratar a la aguja de los segundos salté para impedirselo, pero dos fuertes brazos me agarraron con firmeza. Me di la vuelta, para ver a mis captores. No atesoraban potentes músculos, ni siquiera tenían un rostro de temer, eran fámelicos y lo que más llamaba la atención de sus caras era asombroso. Por un momento olvidé el reloj, olvidé esa cruel mutilación, absorto en la cara cambiante, si es que su puede decir así, de los dos hombres: su cara cambiaba de ojos, de boca, de orejas, de nariz cada poco rato.
El ruido de los golpes me hizo de nuevo consciente de lo que estaba pasando, mejor dicho, de lo que ya había pasado, pués cuando miré al frente ya solo quedaba en la pared la sombra del viejo reloj, los restos estaban esparcidos por el suelo.
No sé que hora sería cuando se desvanecieron esos diablillos con su señora, ni siquiera los vi desvanecerse, arrodillado junto a los restos del macabro ritual, rompí a llorar, el júbilo y la pena me atormentaban.