domingo, 15 de noviembre de 2009

¡Inapetencia de polvo!

¡Que alivio!Al fin se habían terminado los exámenes.Tenía la cabeza como si sobre ella hubieran pasado todos los camiones de la ciudad. La vista acostumbrada a los diminutos enunciados del examen también era un obstáculo y todo lo que enfocaba a larga distancia quedaba transfigurado.
Me apresuré al baño, pues me estaba meando desde hacía ya ratazo. Dejé la carpeta y los libros apoyados en una esquina de la pared. No había ni un alma. ¡Qué placer miccionar! Tendría que ser más valorado, me dije.
Una ráfaga de viento se coló por la gran ventana del baño y me acerqué para tomar algo el aire antes de reunirme con los demás para comentar nuestro profundo aprecio por los examinadores.
La idea de haber acabado los exámenes y cenar con mis compañeros me fascinaba. Siempre acababan surgiendo historias interesantes y prodigiosas, anécdotas, ciertas o no, que le devolvían a uno el calor vital perdido durante la dura época de pruebas y examinaciones.
Recuerdo el año pasado cuando me contaron lo de aquella chica de la delegación de estudiantes que pidió permiso para ir al baño durante el exámen de Mecánica, no se lo concedieron, y acabó meándose encima.
Aquí las cosas son así. Uno prefiere que le reviente la uretra antes que suspender. Si no fuera porque siempre me he considerado un poco loco, no podría aguantar en este infierno infecto ni un maldito día más.
Así que con un ambiente tan cargado y unos personajes tan singulares, es inevitable la proliferación de extraordinarias peripecias.
Los más funestos relatos surgían en la hora clave, en el zenit de la noche, como el desagradable suicidio de aquel chico de primero hace un par de años, pero no quiero hablar de ello. Me entristece.
Saqué la cabeza apoyando la parte superior del torso en el alféizar.
Ya había llegado, no sabría decir cuándo, pero ya había caído la noche. En medio del silencio, observé el enorme estadio de fútbol y muy a lo lejos el cementerio de Mont Juic custodiado por una luna llena algo amarilla y siniestra para mi gusto. "Debería ir yendo porque si no, no me esperarán".
Miré el reloj que me había dejado mi padre para el exámen, pues no acostumbro a llevar, pero no pude ver la hora, porque con el movimiento del antebrazo, el menudo reloj se precipitó en la oscuridad dejando un halo de color plata tras él.
Aterrado decidí dejar los libros ahí tirados, con un poco de suerte no los necesitaría más, y salí propulsado del baño.
Dejé atrás la puerta principal y giré la primera calle a la derecha, rodeando el edificio. Debajo de los lavabos solía haber una calle triste y deprimente que separaba dos universidades, pero aquella noche para mi mayúsculo asombro me esperaba un espeso bosque.
Confuso, pero determinado a encontrar lo que había perdido y no era mío, me interné en esa trampa natural sin pensármelo dos veces.
Llevaba ya avanzados unos cuarenta metros cuando me di cuenta de que lo que había hecho era una insensatez y que mejor estaría ahora con mis compañeros. No tenía ni la menor idea de dónde podía estar el dichoso reloj. ¡Qué imprudencia la mía! ¿Cómo pude pensar que recoger el reloj sería cuestión de unos segundos cuando todo el mundo sabe que es una cuestión de horas, semanas, meses o incluso años?
Sin embargo una inconfesable curiosidad me susurraba que había tomado buena elección.
Decidí centrarme en el problema, como si del último ejercicio de aquel curso se tratara y nada más proponérmelo, se apareció de entre los matojos un joven que me resultaba familiar.
"Se lo que buscas y yo se llegar hasta su paradero, sígueme" .
No tenía otra alternativa en el fondo, así que no repliqué y decidí seguirle.
El joven continuó: "Te sorprende este bosque,¿no?. Nunca habías reparado en él. Bueno te acostumbrarás antes de que lleguemos, no te preocupes por eso", decía todo esto sin girarse, mientras palpaba el suelo y algunas ramas. De vez en cuando se paraba y parecía escuchar con mucha atención.
Respetuoso con mi guía, yo le seguía en silencio. Había algo de transcendental en todo aquel asunto y no se porqué me vino a la cabeza la imagen de aquel pobre chico que se quitó la vida. Tan ensimismado iba que no me di cuenta de que el guía se había parado de golpe, así es que choqué contra él y por poco lo derribo.
Me iba a disculpar cuando me hizo un signo para que me callara. El gesto era demasido autoritario para mi gusto, un gesto humillante. No por el "shhhhhhhhhhh" en sí, si no por la manera de pronunciarlo. Era una voz fría, helada.
Hasta aquel entonces no había reparado en ese desagradable detalle, o lo había obviado. Ahora no podía. Aquella criatura a la que estaba siguiendo, me transmitía su esencia helándome la sangre. De pronto se giró y el corazón me dio un vuelco, pero nada extraño tenía su rostro. Incluso a pesar de el abundante pelo que llevaba repartido entre la cara y los brazos, no se me cruzaba por la mente figurarme a un hombre lobo o paranoias parecidas. Era sólo la gélida voz, la que estaba pinchando mis nervios sin descanso. Y es que no me había dado cuenta hasta entonces, pero el muchacho iba cantando una canción, bueno, mejor dicho la susurraba, mientras hacía su milenaria tarea de guíar por esos parajes:
" Tanto pierden,
tanto buscan.
Unos huyen,
otros se asustan"
Cerré lo ojos y me concentré en callar y retener a todos mis disparados sentidos que intentaban largarse cada uno en una dirección, pretendiendo abandonar a mi cuerpo como un pelele. " Verás como ya llegas y todo pasa", me dije.
Justo después de esta firme decisión, igual que se apareció, el joven soltó de pronto: "Y a estamos, eso que brilla allí es lo que andas buscando, yo aquí te dejo"
No me dio tiempo a darle siquiera las gracias y se perdió por la espesura del bosque. Me sentía algo más tranquilo y aliviado, pues la voz de aquel ser en su despedida había sonado cálida como la de la bienvenida, así que no pude hacer menos que llamarme estúpido por mis alucinaciones.
Atravesé el matorral que conducía a la diminuta luz plateada. Los árboles eran escasos en ese claro y se podía ver la luna que vi en el baño.
Noté un nuevo pinchazo en el corazón, pues juraría que la luna se había tornado de un color más rojizo y había menguado. " La concentración de hoy día, me ha dejado algo trastocado. Sólo es eso",me dije. Pero acto seguido vi como aquel espectro ,que me había guiado, subía una pequeña colina y se quedaba ahí arriba agachado, mirándome.
Me avalancé hacia la luz con intención de coger mi reloj y salir pitando "cames ajudeume" de aquella pesadilla, pero algo me dijo que no sería así.
Cuando tuve el reloj en la mano, alcé la vista y me vi rodeado de doce figuras negras con sombreros de ala ancha y provistos de poblados mostachos apuntándome con sus fusiles. Entonces la luna que ya sólo era un fino arco teñido de un rojo violento gastó su última energía en alumbrar el rostro de mi guía en lo alto del montículo y desapareció. "¿Cómo no había reconocido antes aquel rostro?" me dije con melancolía y entonces vi como aquel guía, que era yo mismo, daba la orden y los doce revolucionarios me llenaban el cuerpo de plomo.



¡Ves!¡Siempre hago lo mismo!Al final he acabado hablando de ello y eso que siempre digo que no lo contaré porque me entristece mi suicidio. ¡Inapetencia de polvo!