jueves, 25 de agosto de 2011

Cuentos absurdos: ¡Mentes!

Un anciano está en el lecho de muerte. La angustia le corroe. Su vida ha sido modélica, apostólica.
Sólo una mácula en su alma le corroe como una sanguijuela, hace de cada minuto un suplicio eterno. De esas obsesiones que eran carne del Olvido y de pronto son la existencia.
Al fin abre la caja polvorienta, no sin haberse asegurado antes de que nadie queda en casa.
El paquete sigue intacto, viejo y arrugado como él, pero intacto.
Una vida marcada por la rectitud del sendero, bajo la supervisión de una abuela estricta, pero bondadosa. Atrás, noventa años de orfandad . Adelante, la anexión al Prana, a la energía vital.
En la memoria sólo aquel acto deleznable, único desvío del sendero. Aquella bajeza en el día del entierro de su abuelita. Aquella traición tan precoz, enmendada con decenios de serenidad y justicia.
Unos últimos recuerdos de frases de la abuelita (no de los hijos, ni la esposa), de la mente solo queda el pasado pasado:
"Tus padres siempre fueron taaan buenos", "Si todos fueran como ellos eran...", "El Señor, en su Eterna Sabiduría, sólo él sabe por qué se lleva siempre a los mejores"...
Las manos sufren las últimas sacudidas de una larga vida dominada a ratos por esa única pesadilla: el paquete que tomó conscientemente en nombre de otro.
La idea oscura había tomado forma en el pequeño huérfano al observar repetidamente la falta de rigor de los repartidores que traían libros a la abuelita.
Muerta la vieja, la aventura con Satanás en aquel desierto:
- ¿Es usted David Villalongo?- pregunta un joven arrastrando cada palabras con desidia. El odio y la admiración de lo nuevo se apodera del huerfáno ante la forma de vida que parece representar el despreocupado repartidor:
- Sí, soy yo. ¿Dónde he de firmar?

Luego la sensación de correr con el paquete bajo el brazo, correr hasta casa y romper en llanto. Sepultar esa pesadilla hasta el día de hoy.
Ahora la pesadilla ofrece un último pecado, no la redención. Este pobre viejo no dominó los tiempos: Falta- Perdón - Falta. Mala forma de acabar una vida para un cristiano. Ojalá pudiera cambiar el sudor que le empapa asquerosamente, por el agua bendita de su bautizo y así poder ir al Limbo.
Aquí viene el último pecado: la golosa curiosidad que ordena saber a quién iba dirigido el paquete en realidad.
Se acerca el momento, la orquesta de ventrículos y aurículas entona una última marcha (no funeraria); épica, morbosa, ¡Vital!, digna de telenovela.
Abre el paquete y es una carta dirigida a él ¡A él! ¡No al dichoso y desconocido nombre que le ha amargado la existencia! ¡No a David Villalongo!¡A él! ¡A él!
Muere en el acto.


A cientos de quilómetros de allá, otro anciano se vuela los sesos. Loco, demente perdido, no se puede perdonar que aquel caluroso día de Junio se confundiera en la entrega de un paquete. Jamás le había ocurrido nada semejante.
¿Cómo fue su vida desde entonces? ¡Sabe Dios! Pero aquella mácula en su trayectoria,se presentó años después y le obligó a obedecer a una última sandez, un último instinto absurdo desenterrado por un cáncer de pulmón: La culpa.


En la carta medio podrida de la abuelita que yace sobre el pecho del primer cadáver, queda aclarada la gran mentira fruto de una tutora protectora y que es un detalle más de esta tragedia. En resumidas cuentas cuenta:
Los padres del huérfano jamás simbolizaron bondad alguna, fueron piratas urbanos que no merecían haber dejado descendencia.

Hace tiempo que David Villalongo murió en la Segunda Guerra Mundial sin tener noción alguna de todo este formidable tinglado.