martes, 13 de enero de 2009

¡Y la cena fría!

Estaba a medio cenar y de pronto noté que la pierna me temblaba a buen ritmo. Dejé los cubiertos con cautela en el plato y rebusqué en el bolsillo, acerqué el teléfono a mi ojos y vi su nombre, me estaba llamando.
Reteniendo el aparato que insistía en su vibración nerviosa en la mano, me escurrí como una sombra cerrando la puerta corrediza del comedor. Hizo un ruido grave, como si acabase de encajar dos pesados menhires.
Subí las escaleras, ya con el móvil pegado a la oreja, inspiré y al fin contesté: ¡Hola!...
Apagué las luces del pasillo y me encerré en la habitación, prendí la luz y me tumbé en la cama.
Hoy su voz sonaba triste, estaba más apagada de lo normal. Era una conversación monótona y triste, las palabras se arrastraban y no fluían ideas. Silencios, seguidos de monólogos. Eran monólogos de dos, cuando uno hablaba el otro seguía en charla interior.
Pasó mucho rato, la cena estaría ya fría, pero no pensaba en ello, porque la conversación había entrado en una nueva dinámica, o mejor dicho ya me había adaptado a la situación y a los monólogos por turnos.
- Un tío muy pesado, todo el rato tosía, me estaba sacando de quicio, y eso que sabes que yo lo soporto casi todo, que no soy de esos que pierden los papeles fácilmente...- estaba explicando con gravedad, cuando de pronto oí el ruido de los menhires y a mi hermano gritar: - Jorge, ¿Aún estás al teléfono?
- Un momento- le susurré y puse el teléfono contra la almohada, para que luego ella no se quejara de los gritos: - ¡Sí! Estoy al teléfono. ¿Qué quieres? Ahora bajo. ¿Qué quieres?-
Pero no tuve respuesta y me molesté un poco. No volví a oír el ruido del encaje de menhires, pero en ese momento no me asombré. Sin embargo, ella esperaba al otro lado del cojín: -Perdona, ¿Qué te estaba contando? ¡Ah sí! Pués eso, el tío asqueroso que no paraba...
Pasado un rato más, murió la conversación como ya se venía anunciando.
Bajé con agilidad las escaleras encendiendo todas las luces, pero un silencio intenso me extrañó. Aparté la puerta corrediza y me encontré con tres esqueletos sentados en la mesa y con la cena fría.

lunes, 12 de enero de 2009

Deslenguación de una filóloga

En un lodazal (Voz débil y llorosa)

Inmóvil, aterrado en el lodo,
ojos desorbitados,
dócil y acabado del todo.

Por todos sitios asoman espinas,
afiladas y graciosas,
punzantes, dolorosas, finas,
el martirio de las rosas,
¡ni te lo imaginas!

Las venas una autopista,
espeluznante autopsia,
de una amante ósea,
que antaño fue artista.

Sanguijuelas de lengua larga,
transitan las venas,
secuelas de eterna carga,
que hablan de Atenas.

La voz del lodazal (Más ágil y cargada)

Macabra sangría perpetrada por la
sanguijuela de la filología,
es la escuela de muertos vivientes tu inmensa red,
¿cuánta sangre más se ha de derramar para calmar tu sed?
víbora en demasía,
pregunto ¿Cuánta?¡Dime! ¿Cuánta pútrida santa?
has de saber que en el más denso barro,
me muevo como pez en el agua,
así que aléjate con tu mortuorio carro,
donde el mal de la tez se fragua.

Sean estas notas el rayo lunar,
...
sean estas notas el silencio sepulcral,
...
sean estas notas... ¡el éxtasis! ( Gran estruendo, cataclismo)

Nuevo amanecer

Esta noche hemos asisitido a una decapitación, o mejor dicho, a una deslenguación, aunque opino que en cierta manera siempre has sido deslenguada.

jueves, 1 de enero de 2009

La Colmena

Un nuevo amanecer. Todo un día por exprimir. Caminaba alegre y embriagado del frío matinal. La temperatura ideal: en las manos no había buena circulación de sangre y estaban tornándose violetas, la nariz era como un punzón de hielo y los ojos estaban abiertos lo justo para intuir los diferentes obstáculos: farolas, papeleras, bordillos... El contraste de temperatura era abrumador, el cráneo era el guardián entre esos dos mundos: el frío adormecedor del aire y el vapor que emanaba del efervescente cerebro impregnándose en las paredes.

La calle estaba vacía, era muy temprano aún. Tan sólo se oían sus pasos y el hipnotizante sonido de su bastón tocando el suelo a un ritmo concreto.

Con las tres piernas pronto llegó a su destino: se sentó en el banco de la avenida más transitada de la ciudad, aunque a esa hora no circulase ni un sólo coche, aunque a esa hora no caminase ni un peatón.

En el banco abrió su cartera de cuero marrón que estaba ya desgastada de tantos trajines, se sacó la gabardina y el sombrero y los dejó tirados por el suelo. ¡Sin ningún remordimiento!. ¡Así! ¡Por el suelo! ¡Cómo si fueran basura!. Sacó todos los papeles que necesitaba y empezó a garabatear palabras. Estaba inspirado y parecía que en todo el cruel asfalto él sólo veía montañas más bajas que en la que estaba sentado trabajando con ímpetu.

Ya eran las doce del mediodía y aún no había levantado la vista de sus anotaciones, ni un sólo instante. Estaba completamente dominado por un ritmo frenético sobrenatural.

Ahora si que había movimiento en la calle, la gente, bien abrigada, había salido a pasear con niños, sin niños, con perros, dueños con perro, perros con dueño...lo que cualquiera se puede imaginar por una gran calle transitada.

El viejo en su derroche erudito había empezado a escribir fórmulas matemáticas. Ya llevaba escritas una buena cuenta de hojas, que había ido amontonando a su derecha. Un punto final más... y otro escrito humeante a la pila.

De pronto apareció una sombra que privaba al hombre de su hasta entonces insuficientemente estimada iluminación. Pero ni se inmutó, forzó un poco la vista para adaptarse al nuevo suministro de luz.

Era una mujer la que estaba parada como una estátua delante del banco. A través de sus gafas examinaba perpleja el frenesí reinante. Así pasaron diez minutos, cada uno a lo suyo, el hombre garabateando sin parar y la mujer allá parada boquiabierta. Al fin Eva, pués ése era el nombre de la mujer, le susurró: " ¿Le importa si me siento aquí, a su izquierda?" El hombre no dio muestras de querer conversar, pero tampoco parecía violento, así que Eva se sentó a su izquierda. Al rato, apareció una nueva sombra que examinaba con interés a aquel hombrecillo que ahora se había hecho con un cartón en el que estaba escribiendo con un rotulador letra de máquina. El nuevo curioso intercambió algunas palabras con la mujer refiriéndose al hombre como si no estuviera presente (lo cual se aproximaba mucho a la realidad). El artista ni se inmutó cuando el hombre con la barra de pan y el periódico bajo el brazo, se sentó en el respaldo derecho del banco.

Ahora, entre las posesiones del hombre desparramadas por el suelo y ésos dos curiosos ahí sentados, la escena ya merecía la atención del gran público. Tres niños se sentaron encima de la gabardina, justo a los pies del genio. Una hora más tarde ya eran diez personas las que seguían en silencio el ruido que hace el lápiz con el papel cuando se escribe con espíritu. Otro más se unió : " ¿Le importa? " , a falta de respuesta los curiosos menearon la cabeza dando a entender que siempre cabía uno más. Y no sólo uno más, así se fueron sentando hasta cien personas, o eso dicen, que por lo que yo se, podrían ser más. Ya eran tantas que se habían empezado a poner unas encima de otras, pero el hombre parecía no darse cuento de ese tumúlto asfixiante que se estaba formando a su alrededor, él estaba en la cima. Poco a poco se fueron aglomerando, la imágen era de un documental, parecían insectos. Ya no se podía ni siquiera ver la cara del hombre, estba enterrado entre tal masa de bípedos y el calor era asfixiante, ni rastro ya de aquel frío alentador. De pronto todo se vino abajo, y fue como una estampida. Cada uno corrió como pudo en la dirección que pudo. Había llegado la policía, cuando el teniente se bajó del coche y se acercó al banco de dónde habían salido disparadas tantas personas sólo habían una garbadina vieja, un sombrero, un bastón y un gran cúmulo de trozos de papel , minúsculos e ilegibles.