La luna inmensa,
preñada como una gata,
me hizo una promesa:
darme tu alma ingrata.
Fulgurante en las tinieblas,
me susurró que me adoras,
que por mi tiemblas,
¡Que dulces aquellas horas!
En las miles olas leoninas,
proyectó tu desnudo,
en añiles y dorados lilas,
se perdió mi ser sesudo.
Seguí la senda de oro,
la que se interna,
en el origen de todo,
en el seno de la mar eterna.
sábado, 19 de marzo de 2011
sábado, 12 de marzo de 2011
La mirada de Helios-Dios (o ellos dos)
- ¡Ha hecho usted una magnífica elección señor K. ! ¡A eso es a lo que yo llamo tener buen ojo para los negocios! Desde luego, no se arrepentirá.
Estas fueron las últimas palabras de aquel repeinado vendedor antes de cerrar la puerta de hierro y cristal y perderse por la primera callejuela.
Algo embobado di algunos pasos atrás para ver el piso que acababa de alquilar en mi nueva ciudad. A esa hora del mediodía, el sol azotaba la terracita de mi nuevo hogar y del piso contiguo de la derecha (la puerta primera), entonces me acordé de la conversación con el vendedor y de aquel momento un tanto tenso:
- Bueno...sí....a ver, le explico: los vecinos son muy tranquilos, en el cuarto tercera vive una adorable familia de alemanes, educados, trabajadores....
- ¿Y en el cuarto primera?, le interrumpí
- Bueno....verá...¡Que diantres! A un joven como usted no se le puede engañar... Le comento: en el cuarto primera vive un anciano, inofensivo, eso ante todo...que como suelen decir los vecinos...bueno...desde que murió su señora, la señorita Angelina (en paz descanse) no levanta cabeza, además un año después de esa trágica pérdida, van en el museo, pues él era vigilante nocturno, y dos años antes de su jubilación le ponen de patitas en la calle...¡Que injusto es el mundo! Desde entonces se ha vuelto algo esquivo...como es natural... y no suele salir a menudo a pasear, como los ancianos de por aquí, así que si raramente se lo encuentra en el ascensor, no haga mucho caso de sus historias, porque el pobre solitario ya no rige...Ya está, ya sabe hasta el último detalle, algo incomodillo, de esta ganga de piso, así que nada, usted verá...necesito una respuesta, a más tardar, mañana, porque otras personas, un abogado entre ellos, están interesados...
De vuelta a la realidad, ya me iba cuando eché un vistazo mecánico a la ventana contigua a mi piso y me encontré con la mirada atenta de un gato pardo y se apoderó de mí un respeto espontáneo ,natural, a los tres segundos desvíe la mirada de la del felino, miré el reloj y salí disparado hacia la oficina.
Mi última noche en el hotel fue insólita. Nunca había tenido problemas con el sueño, pero aquella vez la narcosis no quería presentarse y sólo después de preparar algunos artículos, que en el fondo era trabajo del mañana, caí rendido.
Recuerdo que soñé intensamente con unos alemanes que bailaban en el minúsculo balcón del cuarto primera con profundas jarras de cerveza en sus manazas, alocados por el sol mediterráneo mientras el gato rojizo luchaba por la supervivencia. De pronto yo mismo me sentía en su piel, mientras él, usando mis gafas, corregía las artículos que tenía yo por obligación aquel día. Recuerdo que intentaba huír de mi fatal destino y alzaba sin parar la cabecita para evitar que un gran pie germánico fuera a comprimir mi felino pescuezo contra la sólida baldosa...Entonces vi la atenta mirada de aquel vejestorio inflamada por la puesta solar, como único juez de todo el manicomio, mi maullido aterrador se transfiguró en un grito de terror humano y me vi empapado de sudor entre las sábanas bordadas con el distintivo del hotel.
La mudanza fue poca cosa, las pertenencias del soltero caben en un maletín, así que no perturbe la calma vecinal con aparatosos atascos en el ascensor. A lo mejor por eso, la noche siguiente se presentaron todos menos el anciano y me hicieron entrega de una tarta de bienvenida. Un alivio infantil destensó los músculos de mi rostro al comprobar que los alemanes no eran ni de lejos semejantes a mis vikingos oníricos.
Pasaron algunas semanas de tranquilidad absoluta, trabajaba con ahínco en la oficina y volvía al piso entrado ya el crepúsculo.
Fue al segundo mes de vivir allí que me crucé con la leyenda viviente de la comunidad de vecinos.
El anciano tenía los pelos canos algo alborotados y sometidos al peso de una boina, arrastraba un pequeño carro con la compra del mes, me preguntó a qué piso iba y con la mirada puesta en los pies pulsó, a ciegas, justo el botón con el numerito que nos daba cobijo día y noche a los dos.
- ¿Sabe usted? Es curioso, yo cuando entré a vivir aquí, tendría su misma edad. Lo juraría si es preciso- comentó él sin levantar la mirada
- ¿A.. sí? - contesté algo incómodo, pero él no parecía escuchar
- ¿Trabaja usted señor...?, continúo el anciano
- Señor K. ...Sí, sí que trabajo, soy periodista...bueno periodista-revisor, por eso estoy ahora aquí, me destacaron de I. , mi pueblecito natal ,donde servía cafés y raramente corregía los números de las páginas del noticiero local y ahora ya soy corrector de segundo rango, reviso también los titulares del diario X.
- ¿Se puede creer que después de treinta años de leal servicio? ¿De paseos solitarios a horas prohibidas...después de una desgracia tan magna...le despidan a uno?- continuó en forma de monólogo
-No encuentro ninguna justificación humana o racional para tal comportamiento- quise congeniar yo.
-Pues ellos sí lo hicieron...sí lo hicieron- decía como perdido cuando el ascensor se detuvo. Mientras yo abría la puerta, continuó- después de treinta años de angustia exudada, justifican "despido por demencia", es para echarse a llorar o a reír, después de treinta años de aguda vigilancia, de notar sus ojos penetrar en cada átomo de mi cuerpo: "demencia" y a criar malvas.
Las palabras finales de este discurso las intuí, pues el viejecillo entonaba su lamento como un autómata mientras cerraba la puerta de su cueva, abandonándome en el tétrico rellano.
Se me ocurrió algunos días más tarde seguir el misterioso hilo que me tendía el destino y empecé a posponer trabajo, dedicando horas en la oficina a escudriñar ediciones anteriores del periódico local en busca de información sobre aquel antiguo despido improcedente.
La desatención de mis deberes provocó algunas amonestaciones incómodas, pero él que ha seguido alguna vez a la voluptuosa curiosidad, abrazada al oscuro miedo me entenderá.
La recompensa llegó el cuarto día de la mano de un ejemplar amarillento y carcomido, al filo de la descomposición:
"VIGILANTE DE 65 AÑOS DEL MUSEO LOCAL INHABILITADO
POR DEMENCIA
El vigilante, K. N. de 65 años fue relevado ayer de su cargo, después de ser
encontrado la pasada madrugada por su compañera en un estado de "shock"
paranoide. Según afirma M. B, la mencionada vigilante no le
extrañó en absoluto el hallazgo, pues ya hacía algunos años que K.N daba paso al relevo, "invadido por un especie de terror inexplicable", que le teñía la cara de un tono blanco-leche y un sudor exagerado. M.B también confiesa que alguna vez había sorprendido a su compañero parado delante de un retrato y absorto en sostener la mirada al conde, reina o artista que se encontrara representado en el lienzo y sólo después de varios intentos de llamarle la atención, volvía en sí.
El médico Rolls, célebre ciudadano de nuestra localidad, afirma que la detonación de esta conducta esquizofrénica puede ser debida al reciente fallecimiento de su esposa Angelina Manech por causas que aún se desconocen. Ante nosotros se abre un nuevo debate ético, ya que K.N, un hombre sacudido por las desgracias de la vida y leal trabajador, se jubilaba en...."
Ni que decir tiene que la historia me dejó los pelos de punta y me habría vuelto loco dando vueltas a la posibilidad de volverme a topar con aquel lunático, si las insólitas tragedias recientes no hubieran atraído toda mi atención de la forma en que lo hacen dos polos opuestos.
En la plaza A. habían tenido lugar una serie de sucesos aterradores, el lunes un joven, sin motivo aparente, había emprendido una carrera como alma que lleva el diablo con tan mala suerte de ser atropellado por un coche que circulaba a más velocidad de la debida. En el mismo lugar, el miércoles, un perro había atacado a su dueña abandonándola a las puertas de la muerte, y finalmente ,el jueves de la misma semana, dos enamorados estaban plácidamente sentados en un banco de la mencionada plaza, cuando de pronto ella se sacó el zapato de tacón, ante el pasmado Romeo, y comenzó a golpearle en el cráneo como enajenada, llegando a causarle la muerte por aplastamiento craneal.
Todos estos hechos tenebrosos, inconcebibles le dejan a uno fuera de lugar, como en una especie de conmoción que hace de la existencia una broma macabra, pero el hecho de que yo viviera justamente en el edificio de enfrente hacía que todo el drama adquiriera un cuerpo físico para mí.
El viernes, día de llovizna, pareció calmarse el desastre que azotaba a la población en uno de sus lugares más emblemáticos. Cansado y con la chaqueta empapada entré en casa prometiéndome un fin de semana de desconexión para curar los nervios.
Se cumplían mis esperanzas y pasé buena parte del sábado tumbado en la cama, salí a pasear, comí en la bella madonna restaurante que frecuentaba y después de una dulce siesta, me amoldé al sofa para leer un rato.
Creo que llevaba una hora degustando en soledad la lectura, cuando noté, de repente, una brisa en el cogote, la ventana estaba abierta y el sol suspiraba con sus últimos rayos anaranjados de despedida. Me giré presa del terror y me di con dos ojos como platos en los que reinaba una alargada pupila. Poco faltó para el desmayo: el gato pardo de K.N maulló un disculpa, mientras olía el marco de la ventana con su húmeda nariz.
Cuando recuperé el aliento suficiente para levantarme del suelo, un largo bastón nudoso golpeó con suavidad la espalda del minino y éste majestuosamente saltó de mi ventana al balcón contiguo.
Enfurecido me apresuré a sacar medio tronco al exterior en busca de una explicación, pero de forma repentina un halo de pánico atroz recorrió mi espina dorsal, instintivamente cuando me lancé detrás del animal, no reparé en la conexión del molesto animal con el perverso y misterioso dueño, así que me lo encontré cara a cara.
Bueno....cara a cara no, como siempre, mantenía fija la vista en sus pies, y cubierto por una mantita estaba sentado en una silla esquelética de nogal. Los rayos depresivos del sol iluminaban su figura.
- Perdone usted...- carraspeó- Este gato es un entrometido. ¿Tiene usted animales?
- No- contesté algo turbado
- Yo encontré a este granuja al poco de morir mi Angelina. Siempre quise convivir con un gato, lo confieso, pero mi mujer era alérgica...Así que... como anillo al dedo. Sólo que me decepcioné un poco...sabe? ¿No lo ha notado usted?
- ¿Notar el qué?- mi voz se inclinó más por el tono de angustia que por el de enfado.
- La magia de estos animales, venerados por los egipcios. ¿Verdad que no le puede uno sostener la mirada por más que quiera?...Por más que uno lo intente, algo dentro de nuestra pecadora alma humana sabe que no se puede ofender así a un gato. ¡Qué fastidio! ¡Ni a la propia mascota de uno se le puede sostener la mirada!
Mientras decía esto, el gato se había vuelto a colocar donde lo vi la primera vez, debajo de las verdes persianas de la ventana del cuarto primera y miraba atentamente la calle y a los pocos segundos, dirigía su rostro al del anciano de forma alterna.
Me estremecí y no contesté, me metí en casa, decidí bajar la persiana y entregarme a fondo a algún quehacer doméstico.
¿Por qué no confesarlo? Comencé a depilarme el frondoso entrecejo, que ya tenía muy descuidado. El pequeño espejo que me ayudaba en la tarea era testigo de mis caras exageradas ante la extirpación de cada aguja pilífera.
De pronto se oyó un grito proveniente de la plaza, abrí a toda prisa la persiana notando el ardor del rozamiento en la palma y me asomé con exaltación: El portero del edificio al otro lado de la plaza, se estaba desnudando y los vianantes le rodeaban atónitos, sin saber qué hacer. El hombre parecía gritar palabras desconocidas en todos los idiomas y sólo yo pude advertir que pese al movimiento nervioso de todo su cuerpo, sólo su mirada estaba fija como perdida en algún punto. La gente de la calle se fijaba en sus partes pudientes y no reparaban en su mirada extraviada, pero yo sí la seguí, aún a tanta distancia la pude ver perfectamente y se me heló la sangre cuando mi cerebro reconstruyó la trayectoria de su mirada que moría o , mejor dicho, nacía en el piso maldito de mi vecino. Con gran terror mis oídos captaron la voz del viejo:
- ¡Sí! ¡Eso es! ¡Quién aparta ahora la mirada! Dichosos humanos que no sostenéis la mirada jamás, que si en el tramvía o en la calle se cruzan vuestras curiosas miradas las desviais con temor. Yo despierto la gran violencia, los sacrificios de una época ya extinta, una época solar donde divina es la bestia a la que sirvo...
Entonces con una valentía que no me pertenecía, estoy convencido, alcé el espejo, tapando mi ojo izquierdo y lo que vi con el derecho lo cegó de por vida: El gato miraba al sangriento Sol, los rayos se reflejaban de las pupilas del minino, con más potencia y energía, a las del anciano, que ahora por primera vez desde que lo vi, alzaba la cara con unos ojos blancos, rodeados de negras arrugas, y aquel ardiente rayo se reflejaba por último en el condenado que pisaba la calle. El anciano, que parecía un dios rabioso con los pelos encrespados, de pronto me miró, por primera vez, se topó con el espejo, y ,al ver su reflejo, una postrera expresión de anciana víctima perturbada se apoderó de su rostro, agarró al infernal animal por el cuello, y se precipitaron los dos al vacío al tiempo que el divino astro moría por aquel día.
En la calle la gente se tranquilizó cuando el portero cayó inconsciente, pero con pulso, pero como masa confundida se acercaron al bulto que acababa de caer al otro lado. Yo desperté de mi estado de alucinación y corrí a mirarme al espejo, el ojo derecho no respondía y con el otro pude ver que de la pupila no había ni rastro.
Solo, en mitad del salón, dejando lejos las voces curiosas del tumulto que se estaba formando abajo, no pude evitar pensar en las palabras del acicalado vendedor:
" A eso es a lo que yo llamo tener buen ojo para los negocios"
Estas fueron las últimas palabras de aquel repeinado vendedor antes de cerrar la puerta de hierro y cristal y perderse por la primera callejuela.
Algo embobado di algunos pasos atrás para ver el piso que acababa de alquilar en mi nueva ciudad. A esa hora del mediodía, el sol azotaba la terracita de mi nuevo hogar y del piso contiguo de la derecha (la puerta primera), entonces me acordé de la conversación con el vendedor y de aquel momento un tanto tenso:
- Bueno...sí....a ver, le explico: los vecinos son muy tranquilos, en el cuarto tercera vive una adorable familia de alemanes, educados, trabajadores....
- ¿Y en el cuarto primera?, le interrumpí
- Bueno....verá...¡Que diantres! A un joven como usted no se le puede engañar... Le comento: en el cuarto primera vive un anciano, inofensivo, eso ante todo...que como suelen decir los vecinos...bueno...desde que murió su señora, la señorita Angelina (en paz descanse) no levanta cabeza, además un año después de esa trágica pérdida, van en el museo, pues él era vigilante nocturno, y dos años antes de su jubilación le ponen de patitas en la calle...¡Que injusto es el mundo! Desde entonces se ha vuelto algo esquivo...como es natural... y no suele salir a menudo a pasear, como los ancianos de por aquí, así que si raramente se lo encuentra en el ascensor, no haga mucho caso de sus historias, porque el pobre solitario ya no rige...Ya está, ya sabe hasta el último detalle, algo incomodillo, de esta ganga de piso, así que nada, usted verá...necesito una respuesta, a más tardar, mañana, porque otras personas, un abogado entre ellos, están interesados...
De vuelta a la realidad, ya me iba cuando eché un vistazo mecánico a la ventana contigua a mi piso y me encontré con la mirada atenta de un gato pardo y se apoderó de mí un respeto espontáneo ,natural, a los tres segundos desvíe la mirada de la del felino, miré el reloj y salí disparado hacia la oficina.
Mi última noche en el hotel fue insólita. Nunca había tenido problemas con el sueño, pero aquella vez la narcosis no quería presentarse y sólo después de preparar algunos artículos, que en el fondo era trabajo del mañana, caí rendido.
Recuerdo que soñé intensamente con unos alemanes que bailaban en el minúsculo balcón del cuarto primera con profundas jarras de cerveza en sus manazas, alocados por el sol mediterráneo mientras el gato rojizo luchaba por la supervivencia. De pronto yo mismo me sentía en su piel, mientras él, usando mis gafas, corregía las artículos que tenía yo por obligación aquel día. Recuerdo que intentaba huír de mi fatal destino y alzaba sin parar la cabecita para evitar que un gran pie germánico fuera a comprimir mi felino pescuezo contra la sólida baldosa...Entonces vi la atenta mirada de aquel vejestorio inflamada por la puesta solar, como único juez de todo el manicomio, mi maullido aterrador se transfiguró en un grito de terror humano y me vi empapado de sudor entre las sábanas bordadas con el distintivo del hotel.
La mudanza fue poca cosa, las pertenencias del soltero caben en un maletín, así que no perturbe la calma vecinal con aparatosos atascos en el ascensor. A lo mejor por eso, la noche siguiente se presentaron todos menos el anciano y me hicieron entrega de una tarta de bienvenida. Un alivio infantil destensó los músculos de mi rostro al comprobar que los alemanes no eran ni de lejos semejantes a mis vikingos oníricos.
Pasaron algunas semanas de tranquilidad absoluta, trabajaba con ahínco en la oficina y volvía al piso entrado ya el crepúsculo.
Fue al segundo mes de vivir allí que me crucé con la leyenda viviente de la comunidad de vecinos.
El anciano tenía los pelos canos algo alborotados y sometidos al peso de una boina, arrastraba un pequeño carro con la compra del mes, me preguntó a qué piso iba y con la mirada puesta en los pies pulsó, a ciegas, justo el botón con el numerito que nos daba cobijo día y noche a los dos.
- ¿Sabe usted? Es curioso, yo cuando entré a vivir aquí, tendría su misma edad. Lo juraría si es preciso- comentó él sin levantar la mirada
- ¿A.. sí? - contesté algo incómodo, pero él no parecía escuchar
- ¿Trabaja usted señor...?, continúo el anciano
- Señor K. ...Sí, sí que trabajo, soy periodista...bueno periodista-revisor, por eso estoy ahora aquí, me destacaron de I. , mi pueblecito natal ,donde servía cafés y raramente corregía los números de las páginas del noticiero local y ahora ya soy corrector de segundo rango, reviso también los titulares del diario X.
- ¿Se puede creer que después de treinta años de leal servicio? ¿De paseos solitarios a horas prohibidas...después de una desgracia tan magna...le despidan a uno?- continuó en forma de monólogo
-No encuentro ninguna justificación humana o racional para tal comportamiento- quise congeniar yo.
-Pues ellos sí lo hicieron...sí lo hicieron- decía como perdido cuando el ascensor se detuvo. Mientras yo abría la puerta, continuó- después de treinta años de angustia exudada, justifican "despido por demencia", es para echarse a llorar o a reír, después de treinta años de aguda vigilancia, de notar sus ojos penetrar en cada átomo de mi cuerpo: "demencia" y a criar malvas.
Las palabras finales de este discurso las intuí, pues el viejecillo entonaba su lamento como un autómata mientras cerraba la puerta de su cueva, abandonándome en el tétrico rellano.
Se me ocurrió algunos días más tarde seguir el misterioso hilo que me tendía el destino y empecé a posponer trabajo, dedicando horas en la oficina a escudriñar ediciones anteriores del periódico local en busca de información sobre aquel antiguo despido improcedente.
La desatención de mis deberes provocó algunas amonestaciones incómodas, pero él que ha seguido alguna vez a la voluptuosa curiosidad, abrazada al oscuro miedo me entenderá.
La recompensa llegó el cuarto día de la mano de un ejemplar amarillento y carcomido, al filo de la descomposición:
"VIGILANTE DE 65 AÑOS DEL MUSEO LOCAL INHABILITADO
POR DEMENCIA
El vigilante, K. N. de 65 años fue relevado ayer de su cargo, después de ser
encontrado la pasada madrugada por su compañera en un estado de "shock"
paranoide. Según afirma M. B, la mencionada vigilante no le
extrañó en absoluto el hallazgo, pues ya hacía algunos años que K.N daba paso al relevo, "invadido por un especie de terror inexplicable", que le teñía la cara de un tono blanco-leche y un sudor exagerado. M.B también confiesa que alguna vez había sorprendido a su compañero parado delante de un retrato y absorto en sostener la mirada al conde, reina o artista que se encontrara representado en el lienzo y sólo después de varios intentos de llamarle la atención, volvía en sí.
El médico Rolls, célebre ciudadano de nuestra localidad, afirma que la detonación de esta conducta esquizofrénica puede ser debida al reciente fallecimiento de su esposa Angelina Manech por causas que aún se desconocen. Ante nosotros se abre un nuevo debate ético, ya que K.N, un hombre sacudido por las desgracias de la vida y leal trabajador, se jubilaba en...."
Ni que decir tiene que la historia me dejó los pelos de punta y me habría vuelto loco dando vueltas a la posibilidad de volverme a topar con aquel lunático, si las insólitas tragedias recientes no hubieran atraído toda mi atención de la forma en que lo hacen dos polos opuestos.
En la plaza A. habían tenido lugar una serie de sucesos aterradores, el lunes un joven, sin motivo aparente, había emprendido una carrera como alma que lleva el diablo con tan mala suerte de ser atropellado por un coche que circulaba a más velocidad de la debida. En el mismo lugar, el miércoles, un perro había atacado a su dueña abandonándola a las puertas de la muerte, y finalmente ,el jueves de la misma semana, dos enamorados estaban plácidamente sentados en un banco de la mencionada plaza, cuando de pronto ella se sacó el zapato de tacón, ante el pasmado Romeo, y comenzó a golpearle en el cráneo como enajenada, llegando a causarle la muerte por aplastamiento craneal.
Todos estos hechos tenebrosos, inconcebibles le dejan a uno fuera de lugar, como en una especie de conmoción que hace de la existencia una broma macabra, pero el hecho de que yo viviera justamente en el edificio de enfrente hacía que todo el drama adquiriera un cuerpo físico para mí.
El viernes, día de llovizna, pareció calmarse el desastre que azotaba a la población en uno de sus lugares más emblemáticos. Cansado y con la chaqueta empapada entré en casa prometiéndome un fin de semana de desconexión para curar los nervios.
Se cumplían mis esperanzas y pasé buena parte del sábado tumbado en la cama, salí a pasear, comí en la bella madonna restaurante que frecuentaba y después de una dulce siesta, me amoldé al sofa para leer un rato.
Creo que llevaba una hora degustando en soledad la lectura, cuando noté, de repente, una brisa en el cogote, la ventana estaba abierta y el sol suspiraba con sus últimos rayos anaranjados de despedida. Me giré presa del terror y me di con dos ojos como platos en los que reinaba una alargada pupila. Poco faltó para el desmayo: el gato pardo de K.N maulló un disculpa, mientras olía el marco de la ventana con su húmeda nariz.
Cuando recuperé el aliento suficiente para levantarme del suelo, un largo bastón nudoso golpeó con suavidad la espalda del minino y éste majestuosamente saltó de mi ventana al balcón contiguo.
Enfurecido me apresuré a sacar medio tronco al exterior en busca de una explicación, pero de forma repentina un halo de pánico atroz recorrió mi espina dorsal, instintivamente cuando me lancé detrás del animal, no reparé en la conexión del molesto animal con el perverso y misterioso dueño, así que me lo encontré cara a cara.
Bueno....cara a cara no, como siempre, mantenía fija la vista en sus pies, y cubierto por una mantita estaba sentado en una silla esquelética de nogal. Los rayos depresivos del sol iluminaban su figura.
- Perdone usted...- carraspeó- Este gato es un entrometido. ¿Tiene usted animales?
- No- contesté algo turbado
- Yo encontré a este granuja al poco de morir mi Angelina. Siempre quise convivir con un gato, lo confieso, pero mi mujer era alérgica...Así que... como anillo al dedo. Sólo que me decepcioné un poco...sabe? ¿No lo ha notado usted?
- ¿Notar el qué?- mi voz se inclinó más por el tono de angustia que por el de enfado.
- La magia de estos animales, venerados por los egipcios. ¿Verdad que no le puede uno sostener la mirada por más que quiera?...Por más que uno lo intente, algo dentro de nuestra pecadora alma humana sabe que no se puede ofender así a un gato. ¡Qué fastidio! ¡Ni a la propia mascota de uno se le puede sostener la mirada!
Mientras decía esto, el gato se había vuelto a colocar donde lo vi la primera vez, debajo de las verdes persianas de la ventana del cuarto primera y miraba atentamente la calle y a los pocos segundos, dirigía su rostro al del anciano de forma alterna.
Me estremecí y no contesté, me metí en casa, decidí bajar la persiana y entregarme a fondo a algún quehacer doméstico.
¿Por qué no confesarlo? Comencé a depilarme el frondoso entrecejo, que ya tenía muy descuidado. El pequeño espejo que me ayudaba en la tarea era testigo de mis caras exageradas ante la extirpación de cada aguja pilífera.
De pronto se oyó un grito proveniente de la plaza, abrí a toda prisa la persiana notando el ardor del rozamiento en la palma y me asomé con exaltación: El portero del edificio al otro lado de la plaza, se estaba desnudando y los vianantes le rodeaban atónitos, sin saber qué hacer. El hombre parecía gritar palabras desconocidas en todos los idiomas y sólo yo pude advertir que pese al movimiento nervioso de todo su cuerpo, sólo su mirada estaba fija como perdida en algún punto. La gente de la calle se fijaba en sus partes pudientes y no reparaban en su mirada extraviada, pero yo sí la seguí, aún a tanta distancia la pude ver perfectamente y se me heló la sangre cuando mi cerebro reconstruyó la trayectoria de su mirada que moría o , mejor dicho, nacía en el piso maldito de mi vecino. Con gran terror mis oídos captaron la voz del viejo:
- ¡Sí! ¡Eso es! ¡Quién aparta ahora la mirada! Dichosos humanos que no sostenéis la mirada jamás, que si en el tramvía o en la calle se cruzan vuestras curiosas miradas las desviais con temor. Yo despierto la gran violencia, los sacrificios de una época ya extinta, una época solar donde divina es la bestia a la que sirvo...
Entonces con una valentía que no me pertenecía, estoy convencido, alcé el espejo, tapando mi ojo izquierdo y lo que vi con el derecho lo cegó de por vida: El gato miraba al sangriento Sol, los rayos se reflejaban de las pupilas del minino, con más potencia y energía, a las del anciano, que ahora por primera vez desde que lo vi, alzaba la cara con unos ojos blancos, rodeados de negras arrugas, y aquel ardiente rayo se reflejaba por último en el condenado que pisaba la calle. El anciano, que parecía un dios rabioso con los pelos encrespados, de pronto me miró, por primera vez, se topó con el espejo, y ,al ver su reflejo, una postrera expresión de anciana víctima perturbada se apoderó de su rostro, agarró al infernal animal por el cuello, y se precipitaron los dos al vacío al tiempo que el divino astro moría por aquel día.
En la calle la gente se tranquilizó cuando el portero cayó inconsciente, pero con pulso, pero como masa confundida se acercaron al bulto que acababa de caer al otro lado. Yo desperté de mi estado de alucinación y corrí a mirarme al espejo, el ojo derecho no respondía y con el otro pude ver que de la pupila no había ni rastro.
Solo, en mitad del salón, dejando lejos las voces curiosas del tumulto que se estaba formando abajo, no pude evitar pensar en las palabras del acicalado vendedor:
" A eso es a lo que yo llamo tener buen ojo para los negocios"
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