sábado, 19 de noviembre de 2011

Cosas de palomas

"¿Dónde se habrá metido este hombre?", pensaba con cierto nerviosismo Casimira Redonda.
Media hora era un retraso justo y necesario, para hacerse valorar, un retraso de rigor, vaya. Pero ahora ya pasaba de castaño oscuro.

Eso mismo debían de estar pensando el párroco y los cientos de invitados, así que el altar habíase convertido para Casimira en el centro del universo.
Si Casimira hubiera podido entrar como un sigiloso ladronzuelo en las ideas de los presentes, la del cura incluido, juro que se hubiera llevado una grata sorpresa.

Pero Casimira era una catarata de histerismo, un globo que se estaba inflando peligrosamente, un capullo en eclosión.

Pero el verdadero capullo que nos atañe no daba señales de vida.
El centenario moño de Casimira, los potingues en la cara, el cuchicheo provinente de los bancos, el cura con cara de topo que no parecía siquiera ser consciente de dónde estaba...todo este conglomerado de sensaciones empezaba a manifestarse en el párpado izquiero de Casimira.

"¿Qué pensarán los parientes? Seré el hazmerreír para siempre, por encima de tío Julio el bebedor.
Estará al caer, no puede ser que en la despedida de soltero se le haya ido tanto la mano a él y a sus amigotes, encabezados por el imbécil de Fermín, que ahora esté por ahí durmiendo la mona... ¿Pero dónde se habrá metido este hombre por Dios? "

El cura tosió, carraspeó y la grada en respuesta acrecentó el murmullo general y el inmenso tacón izquierdo de la novia , que medía aproximadamente lo mismo que el curita, se unió a la danza africana que hacía rato ocupaba al párpado.

" ¿Dónde demonios se habrá metido este hombre? " , la voz interior de Casimira hacía eco en todos los muros de su interior y resonaba de tal manera que la iglesia a su lado habría resultado similar al agua en cuanto a medio de propagación del sonido.

Casimira estaba de cara al roído Cristo, pero podía imaginarse a la perfección la cara de hiena de sus primas, el porte clasista de su suegra diciendo "Ya sabía yo que mi hijo no sería tan estúpido", la angustia de su madre y muchas otras ideas que no tienen ahora cabida.

Si se hubiera girado por un instante, quizás la inminente erupción se hubiera ralentizado, porque la calma reinaba en el lugar: En el penúltimo banco unos chiquillos, primos lejanos de las dos familias, jugaban a tirarse la pelota. Algunos familiares ancianos habían comenzado , en los bancos delanteros, una partida al mus, varios hombres y mujeres, de mediana edad, y buena posición ,en la civilización que nos envuelve, dirigían todo tipo de trámites desde el móvil paseándose por los pasillos claro-oscuros de la iglesia.

El cura insectívoro y "tunelófilo" volvió a toser y añadió a su particular concierto el sonidillo característico de la lengua batiéndose con capas de espuma de saliva pastosa.

Varios familiares, la madre de Casimira entre ellos, vaticinaron para sus adentros la explosión apoteósica y corrieron a las últimas filas luchando por salvar el pellejo:

"¡Maldito sea! ¿DÓNDE DEMONIOS SE HABRÁ METIDO ESTEEEEE HOOOOOMMMMBRRREEEE? ". Casimira empezó a jadear "¿DÓNDE DEMONIOS SE HABRÁ METIDO ESTEEEEE HOOOOOMMMMBRRREEEE?"....

Y cuando todo apuntaba a una hecatombe, una tragedia, una detonación sin precedentes, con el curita volando en mil pedazos con la misma cara de pasmado, apareció por la puerta el susodicho "este hombre", que con gran elegancia se acercaba al altar como llevado del brazo por el Altísimo mismo.

Fueron unos instantes que parecieron una eternidad, Casimira no recuerda lo que es tragar saliva hasta justo después de aquel determinado instante eterno.
El novio se inclinó y con dulzura le dijo algo al oído a Casimira, que hizo que se ruborizara como una colegiala ante la marmórea inmovilidad del religioso.

Entonces los dos enamorados se giraron y proyectaron sus miradas a la "gradería derecha", donde desde hacía horas se aburrían los parientes del prometido.

"¿Quién es este hombre?" fue la pregunta que se propagó como en el juego del teléfono por todos los bancos.
Entonces sin armar más barullo, con tremenda naturalidad, se levantaron los ciento cincuenta que eran y con gran sigilo se marcharon por las grandes puertas guardando los paquetes de arroz, deshaciéndose el nudo de las corbatas, dando paso a la muchedumbre que los relevaba ya con el porte de solemnidad que requería la ocasión: la familia de "este hombre"

Así es como se casaron Casimira y "este hombre" y la pequeña esperanza de las palomas se esfumó como los nervios de la novia, ya que, contra todo pronóstico, tuvo lugar un nuevo enlace en este mundo y en consecuencia un nuevo genocidio contra esos pobres pajarillos de alquitrán al ser atiborrados de arroz y convertidos en bombas de relojería.

¿Quién puede así llevar a cabo la ardua tarea de ser símbolo de la paz hoy en día?