No había marcha atrás. Con cada paso experimentaba esa rara sensación que pocos vivirán en su propia piel, la parálisis total del tiempo. Un reloj ni siquiera tan normal como los que pintaba Dalí, no hay distorsión aquí, aunque sí una conciencia sobrenatural de que el tiempo ha sido petrificado. Y ahora era un hecho irreparable, algo irreversible. La comparación es inevitable: cuántas veces he roto algo lamentando después que todo sea tan absurdo. Absurdo, ridículo...que provoca una de esas risas histéricas que dan lástima. ¿Qué es un segundo? No son preguntas filosóficas, o sí lo son, al fin y al cabo eso es un nombre, una etiqueta. Ante todo era un sentimiento extraño, luego interesante. ¡Un hecho irreversible! Tremenda la tendencia al desorden de la naturaleza. ¿Y ahora qué? Allí está el objeto inmóvil, hecho pedazos, humillado su cadáver por una muerte tan grotesca. ¿Culpa? ¿Podemos invocar a esa fiera guerrera llamada Moral así sin más? ¿Exigir su aparición aún sabiendo que en este mundo es la que más trabaja, que es la única poseedora del don de la ubicuidad? Eso quizás no sería moral. Tantos monos la requieren a todas horas...y quién sabe si existe, como todo lo omipresente. ¿Cómo se guisa todo esto?
Da igual, no hay que dar a esta bomba explosiva que es mi cabeza tanto juego y concentrarme en la otra que llevo atada al pecho, tan unida que parece que bomba y hombre hayamos sido siempre uno.
El tic-tac de la bomba no tiene nada que ver con esa piltrafa parapléjica y fría que es el tiempo, como divagaba hace nada. Esto es otro rollo, es lo único que me ata a este sitio húmedo, frío, cálido, seco, raro, sobretodo raro, estrambótico. Sólo por esa condición merece la pena parasitar por este mundo de sentidos dispares y majaretas: el derecho a la "Absurdidad", el más precioso de los derechos y a su vez el más venenoso y sútil.
Ya he recorrido casi todo el callejón estrecho, estoy muy cerca del objetivo. Notas, de un instrumento de cuerda, aproximan la situación al clímax, me acompañan como el remero que te cruza a la orilla, que dedica su vida a esta única actividad. Ya a penas quedan escasos metros y suena una música de orquesta, una sinfonía nostálgica, de esas que te permiten visitar los recuerdos transfigurados en tus extensas galerías interiores, petrificados en una miel milenaria.
Pegajosas notas que se arrastran con egoísmo feroz, invadiendo todo el vacío.
Al fin llegó al escaparate y explota, exploto, explotamos.
Allí está ella, con su inocencia y su poder sobre todo lo que la rodea, sin saberlo ella para el tiempo a miles de millas de distancia, ella ordena al mísmismo tiempo, y calma la sádica y dulce "absurdidad" con su respiración serena. Juega moviendo los dedos contra la mesa y con la otra mano se aguanta la cara. Detrás del escaparate observo absorto el castaño de la calle, las hojas ocres, marrones... todas suspendidas en el aire. ¿Es que a nadie le asombra?
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