Un día sin darme cuenta resbalé y caí de mi preciada Torre. Y lo que vi en aquellas tierras bajas, no quiero ni recordarlo, aún me persigue para atormentarme mientras subo peldaño a peldaño.
Hay momentos que las lágrimas vencen a mis ojos, anegándolos con crueldad. El aire cada vez más puro debido a la altura pierde todo su poder ante esta asfixia tan lenta y sutil.
Me muero de camino a mi Torre.
Y de pronto hay un alféizar desde el que puedo ver el vasto mar púrpura. El tiempo está pesado, a ratos un sol radiante y cuando uno menos se lo espera llueven piedras heladas.
Silencio sepulcral, sólo unos pasos de muerto, un crujir de huesos.
Es entonces cuando más flaqueo, el viento me susurra su nombre haciendo tambalear todos los cimientos que ya construí con paciencia de artesano, el viento BRAMA su delicado nombre rojo golpeando mis oídos, y entonces reposo con la espalda contra la dura piedra y suspiro, suspiro.
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