Nada cambiaría en el mundo por el instante de diamante en que el fugaz bus me abandona a mi suerte en la cuneta y se pierde con un agónico gruñido de esfuerzo, quedando cada vez más lejos la situación de su interior hasta que pierdo de vista sus posaderas desgastadas. ¡Adiós situación de conductor, viejos, viejas, jóvenes, luces macilentas, vaivén, calor de radiador, bullicio de radio y silencio!
Yo por mi parte pediría a alguna deidad piadosa que me condenara a la repetición eterna de esta escena, de mi abandono, de mi rechazo seguido de la contemplación. Repetirla en eterno "dejà vu" hasta convertirme en polvo que gracioso y despreocupado levitara al compás del enfurecido aire desplazado.
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