sábado, 31 de enero de 2015

El rey y el vagabundo

Aquel era un día como todos: importante, crucial, necesario. T. se levantaba en una casa o un piso, solo o con una dulce esposa, o con una amante o con los gritos de los niños. Se cepillaría un desayuno cualquiera en el que el té verde seguro que no figuraría en el menú y apostaría a que el café sería el centro.
Podría hacer una descripción parecida y levemente antagónica del despertar de S., pero no me da la gana. Seguimos entonces con T...

Filas de coches, motores que rugen, bocinas, la radio y de pronto en el despacho.
La secretaria le informa en menos de tres minutos de las citas y reuniones de la mañana, él toma tres o cuatro decisiones porque sí y un par de tazas de café más ,que pacientemente ha preparado ella media hora antes.
Gente va, gente viene, se estrechan manos, se hacen bromas, se habla del tiempo y de la familia, del País y sobretodo de lo que nos ocupa: el trabajo. Se usan muchas palabras, se ven innumerables gráficos de colores, presentaciones inmaculadas en powerpoint sin animaciones, con poco texto...como debe ser para llegar mejor al público. Se acuerdan algunas cosas, otras quedan pendientes para dar cabida al día de mañana en el tubo del tiempo.

Le sigue media hora solitaria, se prepara un informe, se leen correos, se permite pensar un segundo en algún detalle de la vida privada, es la hora de comer.

En la mesa de los de Arriba donde se sienta T. se derraman las bromas y anécdotas laborales, se discute un poco de política y se sorbe un café, se levantan con ruido estrepitoso, lamento de las sillas siendo arrastradas y llevan las bandejas, igual que los de Abajo al carrito para tal efecto.

De vuelta a la oficina. La siguiente reunión es en un departamento un tanto alejado. Tendrá que coger el coche. El tiempo de conducción no está incluido en la agenda, no existe por lo tanto. Hay que aproximar la realidad (el timepo real) al modelo humano (la agenda de doce horas) ¿Solución?: pisa el gas a fondo.

En la segunda curva, aparece valiente y somnoliento el microbus de S., sobre el cual ,lector, no sabes nada por mi falta de escrúpulos. Pero resulta que S. conduce un coche comercial, un transporter, un microbus que lleva a algunos de los de Abajo de un lugar de la fábrica a otro punto alejado. Lo lleva desde hace ocho años y con la misma inercia del primer día, mismas paradas, mismos horarios, mismas caras. Va sonando el último hit en la radio "i can't stay high all the time...", los pasajeros se entregan a sus pensamientos en otros planos y solo S. , en parte porque es su deber, ve abalanzarse  el deportivo negro de T.

Frenazo y derrape, sacudida en el microbus y tras un segundo eterno de silencio, se oye un portazo y dos seguidos de unos pasos. Nadie pregunta a los pasajeros si están bien, pero están bien. No ha sido para tanto. Un contratiempo nada más.

"¿Es que no tiene ojos en la cara?!", grita desafiante ¿quién? ¿T. o S.? Adivina lector...
"Yo le veía, pero no se puede ir a esa velocidad que usté iba, las normas de circulación aquí son unas"
"¿Las normas de circulación?! ¡Las normas de circulación las pongo yo, idiota!"
"Pues si las pone no se pa' que no las sigue"
Se oye una risa tímida y ahogada procedente del interior del microbus.
"¿Cómo has dicho? ¿Tú no sabes quién soy yo acaso?"

Entonces S. traga saliva, remordimientos le corroen... ¿Y si se ha pasado de la raya? A lo mejor evoca imágenes de sus hijos o la moto que aún está pagando, según sea. Tiene la garganta seca.

"¿No sabes quién soy acaso?" Alguno en el microbus habría susurrado por camaradería, pero es más interesante y tenso así.

S. se empieza a marear y balbucea: "mmm...b..buen.."
"¿No sabes quién soy yo?" Le interrumpe T. y ni S. ni los espectadores "expectaban" lo que viene a continuación, este giro irreparable. Del público hay que decir que a los originarios del microbus se les habían añadido los conductores curiosos parados en las cercanías.

T. empieza a sudar, está blanco como la leche, parece cada vez más, en un dicrescendo infernal, hablar para sí mismo.. Caer en un pozo dando vueltas
"¿Quién soy yo? ¿Quién? ¿QUIENNNNNNN?!!! ¿Acaso no lo sé? ¿Quién?!!!".
S. también suda un chorro. Parece un campeonato de sudor.

Y entonces...un llanto desgarrador, un desplome de pelele, una catarata infinita aniquiladora, algún espectador deja caer alguna lágrima, otros se resisten y la mayoría solo siente intriga al ver como se desploma el señor trajeado encima de los brazos del conductor del bus.
Minutos después, una ambulancia surca el aire por las calles de la gran empresa. Su sirena son las campanadas en el corazón de S. y el derribo total de T.

Meses después, escudado en la templanza y control de la situación de S. y la voluntad de corazón del ya sano T. se cierra el contrato más rocambolesco de los tiempos modernos, por el cual el manager conviértese en simple conductor de línea y el conductor deviene alto directivo. Curioso y bizarro cambio de cromos, vuelta a la tortilla que tiene las siguientes consecuencias en el futuro de los protagonistas:

T. cree que es feliz y se propone aguantar con su nueva y fresca mente las bromas de los malignos pasajeros, el vulgo.

S. cree que está donde se merece y le gusta pensar que cada día llevará una corbata distinta, además la secretaria es del montón para arriba.

La secretaria no entiende nada y le molesta un poco, "que al bruto del nuevo jefe le guste el café con leche del tiempo y un par de pastelitos" que ha de ir a buscar al comedor a diario, como si ni tuviera" ella "cosas que hacer".

El lector cree que es todo un disparate sin pies ni cabeza.

Y el humilde autor se defiende con el ejemplo de un presidente de Gobierno que fue autobusero.

El vulgo es vulgo. Somos vulgo y así seguirá.

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