Pasaron años de silencio, en los que sólo eran audibles los gritos de los monos, el ir y venir de las ratas o el aletear de los buitres carroñeros. Un hedor a podrido invadía toda escena, intensificando la podedumbre reinante. Un eterno anochecer, con los eternos murmullos silenciosos. Y cuando tocaba golpeó el martillo, con un apocalíptico estruendo, la luz cegadora arrinconó a las tinieblas hasta su desintegración y el himno a la Vida, al Poder sanó los oídos.
"El estruendo fue el punto de inflexión, fue el comienzo de la Nueva Era, y así caí de rodillas ante la fuente, y sin necesidad de instrucción alguna, como si ya supiera que quería hacer yo allí, sumergí la cabeza en esas aguas movidas y santas".
Fue como ensanchar los pulmones para permitir el paso de un viento huracanado, frío como un témpano de hielo, fue preparar el corazón, ese órgano olvidado, despreciado, para la llama de la voluntad, fue , en fin, la recuperación de la máquina. Mientras tanto, por primera vez en la vida, el ser, el alma, estaba totalmente volcada, entregada a las apariciones de la fuente, historias interminables, consejos , vivencias del pasado, del presente y del futuro, sin ningún tipo de orden, pero tan atractivas que dejaban, permitían al ser, por primera vez desligarse de su caparazón, perdiendo toda la conciencia de posesión, por primera vez el ser estaba en otro tiempo y otro espacio, y el caparazón, la máquina permanecía fiel a su condición de objeto material, allá en la fuente de rodillas.
Así renació, con un ser estructurado y sabio, y un caparazón sano, entregado por completo a la voluntad del ser. Así, despertó, desnudo en el epícentro del golpe de Martillo, y el amanecer con sus himnos le daban la bienvenida.
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