miércoles, 27 de agosto de 2008

El gato negro

Una noche, volviendo de la taberna, haciendo eses se me apareció como por arte de magia o del destino un felino negro. Mi presencia no le alarmaba en absoluto, y al ver que yo me detenía de inmediato y le observaba, se sentó y se lamió la pata. Había algo en sus ojos que le hacían parecer humano, o a lo mejor había algo en mis venas o en mi cabeza desubicada que le hacían parecer más humano que animal, en fin, como por aquel entonces yo no era muy supersticioso, me decline por lo segundo.
-¿Qué hay minino?, anda sé bueno y hazte a un lado- le dije a la vez que hacía un movimiento con el brazo, dejando claro que el callejón era estrecho. Pero el gato parecía saborear la escena, y se quedó inmóvil. Intenté entonces asustarlo gritando como una bestia, pero ni así lo logré mover. Ya desesperado por la poca colaboración del felino pasé al último recurso del hombre y le lancé una piedrecilla, no acerté y el gato me mantuvo la mirada. Empezaba a tener calor, y me notaba la espalda empapada de sudor, la oposición o rebeldía del animal me estaban empezando a enfurecer, la calle parecía cada vez más estrecha, cada vez menos iluminada por los faroles.
-Dichoso, animal, hazte a un lado, no te lo diré más veces, o te apartas o atente a las consecuencias- No hubo reacción y comencé a avanzar, cuando le pasé la primera pierna por encima, el gato sólo hacía que mirarme como si ese fuera su único cometido en la vida, y cuando ya le hube pasado por encima siguió en sus trece. - ¡Qué gato tan testarudo e idiota!Llega a toparse con otro y le envia derecho al infierno.
Cuando llegué a casa estaba destrozado y caí en profundo sueño en el sofá sin haberme desvestido. Al día siguiente desperté con dolor de cabeza por la borrachera, me sorprendió la herida que me había salido en la espalda, no era gran cosa, parecía una picada de mosquito, pero como era uno de los Eneros más frescos del siglo, me pareció algo extraño.
Pasé el día trabajando, el duro trabajo de ayudante de panadero, me tuvo distraído toda la mañana y parte de la tarde y cuando salí de la "boulangerie", ya era de noche.
Me senté en la mesa de siempre y ordené la cerveza y el trozo de carne habituales. Aquella noche tuvo lugar una discusión política tan encarnizada que acabaron los dos hombres más polémicos ajustándose cuentas fuera del local.
Me marché hacia la una, cuando a penas quedaban tres personas, y pensando en todo lo que había oído en la discusión, me llevé un susto de muerte al volver a toparme en la calle más estrecha con el felino de la noche anterior.
Su actitud no había cambiado, y sólo se salto el protocolo al pestañear una vez, me llamó la atención, porque fue como un guiño, y un poco más alterado pasé a prisa por encima del animal.
Otro día de rutina, dedicado a los croissants y las pastas para varias casas de la nobleza se apropió de mis pensamientos y al caer la noche, cené donde siempre. Me picaba un poco la espalda y al rascarme advertí que tenía otra picada de mosquito al lado de la primera.
Aquella noche en la taberna, escuche varias canciones del lugar, de la Praga de hacía un par de siglos, y el entusiasmo y colaboración del público sirvió para ganar un poco la batalla al vendabal que tenía lugar fuera.
Previsor como soy, como me educaron, me fui a penas amainó algo la tormenta, para poder descansar y cumplir con mi oficio al día siguiente. Repasando las dos últimas noches en mi cabeza, me resistía a creer en algo extraño o sobrenatural, alegando que aquel gato vivía por allí y se pasaba la noche ahí sentado, pero la verdad es que me sorprendió volver a verlo, con su fija mirada, porque aquel día eran las tres de la madrugada y los dos anteriores fueron a las doce- una. - ¿Qué crees que te tengo miedo?Si eres un minino inofensivo, y aunque me cueste de confesar se me cayó el alma al suelo cuando el diabólico ser me guiño el ojo, no una, sino dos veces. Ya empezaba a estar algo desconcertado y asustado, y aquella noche en medio del temporal volví a zancadas ágiles a mi hogar.
La mañana se presentó muy pronto, me pareció, y noté que tenía mal aspecto, ojeras y la piel maltratada por el poco sueño, así me lo dijeron varios clientes de cada día.
Cuando estaba metiendo en el horno, las últimas barras del día, que eran las de la taberna, que repartía a última hora, se desató la histeria. Al rozar la espalda con la pared de la habitación, noté que me dolía bastante, y al meterme la mano por debajo de la camisa noté una tercera marca al lado de las dos antiguas. Sería algún bicho que sin duda se habría colado en mi sucia alcoba, me mentía.
Pero ya empezaba a florecer la duda, el gato y sus guiños de ojo, las marcas en la espalda, era todo difícil de argumentar desde un punto de vista racional. En la taberna logré desviar un poco mis obsesiones con las numerosas leyendas que contaba el residente de una de las habitaciones. El hombre era un poeta frustrado del lugar y amenizaba la cena con sus relatos llenos de movimientos teatreros a cambio de un plato caliente. Se acabó mi tranquilidad cuando empezó el relato de la leyenda del gato negro de la baronesa de Liebstenstein, "una viejecita que en esta vida sólo tenía a sus criados y a su malcriado gato, al que trataba como a un verdadero hijo. Le hablaba todo el día, le gritaba y según cuentan acabó por perder la cabeza, literalmente, un día apareció su cabeza en la vieja chimenea inutilizada en la que el gato solía sentarse a mirarla fijamente mientras ella tejía sus ropitas. Los criados se marcharon del país y yo tuve la ocasión de dar con uno de ellos en uno de mis viajes por Italia, que después de algunas copas de vino, me confesó que algo raro había ocurrido antes del fallecimiento espantoso de la mujer, ellos mismos, los criados parecían haber sentido "cosas extrañas" , a todos ellos les aparecieron progresivamente siete marcas en la espalda, la última de ellas, el día del asesinato. Además , del hecho de que el conde Franz no quiso hacer pública la investigación del caso, lo dejó todo en suspense" .
Y así terminó su historia, la gente fue despidiendóse poco a poco a medida que pasaban las horas. -Vamos, que tenemos que cerrar Miguel. Y así me vi obligado a volver a casa, decidido a dar un rodeo de narices, por toda la ciudad para no encontrarme con lo que parecía ser el enviado del mismísimo diablo.
Temblando iba susceptible como un esquizofrénico, mirando a todos lados. Alterado de vez en cuando por alguna sombra o algún ruido, por fin vi mi casa a lo lejos. Al lado del río ya casí corriendo más que caminando vi su cara, su expresión, resbalé y caí al río. Más tarde comprendí que no era el gato negro lo que había visto, si no una figura de piedra en forma de gato que siempre había estado en un monumento dedicado a los muertos de la guerra a escasos cien metros de mi casa.
Varias horas de mi vida las pasé sin conciencia, cuatro para ser exacto.
Cuando me despertó un aldeano, me ví manchado de sangre, pero estaba vivo.
-¿Cómo estás muchacho?No te preocupes, ahora vienen por ti. Tienes suerte que nos llevara hasta ti ese gato,dijo el hombre señalando a lo lejos, te debe de apreciar mucho, y siguiendo la dirección que indicaba lo vi, el gato negro me sostuvo la mirada, y al fin se dio la vuelta con delicadeza como dando todo por concluido, sembrando en mi la semilla de la duda, prendiendo en mi el fuego del temor, que me tortura hasta hoy con las cavilaciones de lo sobrenatural.

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