martes, 2 de septiembre de 2008

Pasadas las cinco

Acabé de comer a eso de las cinco de la tarde. Era verano y el calor empujaba más a hacer la digestión con ganas. Tumbado en la cama, mi cabeza barajaba muchas ideas distintas. El silencio era sepulcral y de lejos oí al viejo reloj anunciar que ya había pasado media hora. Entonces, aún echado empezé a leer la novela que a penas había empezado, la célebre Crimen y Castigo.
No sabría decir a qué hora llegó ella, de la nada. Lo único que recuerdo es que pasadas las cinco oí el chirriar de la puerta y su esencia invadió la casa
Ella hacía sus cosas, lo que debía hacer y yo mientras me sentía como un ser vil y gandúl. Su aparición había hiperventilado mis pulmones y la actividad cerebral era frenética, muchas más ideas que las de antes venían y se iban en un mar fantasmagórico.

De repente repare en su figura, estaba en el espacio que separa los dormitorios y la contemplación de aquel ser, milagro de la naturaleza volvió a cambiar el ritmo de mis pensamientos parando todo movimiento, dejando cada una de las impresiones levitando en apacible pausa. Cada detalle era el ahora, era lo único que había. El reloj sonó, no recuerdo que hora anunciaba.
De pronto se metió en una habitación devolviéndome al ajetreo mental: ¡tantos y tantos hilos seguía sobre lo que acababa de ver , pasadas ya las cinco, que pedían a gritos un veredicto, una sentencia! ¡Pobre de mí!¡Ya tenía suficiente con toda mi jaula de grillos, para que encima llegara esa musa caribeña, destruyendo todo orden previo y dando alas a una nueva poesía, a un nuevo relato, en definitiva a un nuevo sueño!.
No se cuánto tiempo pasó después de las cinco, pero de pronto se fue, igual que vino, de la nada, seguida del chirriar de la puerta.

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