miércoles, 10 de septiembre de 2008

Una pregunta inesperada

Barcelona es una ciudad que mejora con los años, o eso me parecía a mí en aquel momento de sensibilidad.
Caminaba embobado, pensando en todas las callejuelas que son afluentes de las Ramblas y me sentía muy cómodo.
En Plaza Catalunya abundaban los turistas: alemanes, suecos...en general de países más fríos, destacaban por su pelo rubio platino, o su piel encarnada por el sol mediterráneo. Algunos se paraban a ver las "gangas" del "top manta" y los africanos barceloneses aprovechaban la ocasión.
Yo caminaba fijándome en los rostros de la gente, habían de todo tipo y no me venían pensamientos profundos inspirados por esas imágenes, sólo me distraía.
De vez en cuando aparecía una venus y entonces si me paraba a pensar en la magnanimidad de la naturaleza por deleitar a todo joven como yo con tales obras de arte, sus apariciones eran como golpes de viento en plena urbe.
De pronto se acabó la mera observación y todo lo relacionado y empezó a abrazarme una sombra: tenía que preguntar.
Ahora miraba las caras con más aprensión mientras caminaba apurado. Todas me parecían extrañas, pero debía preguntar.
Localicé a una viejecilla delante de un semáforo que paseaba a su perro, seguí caminando en su dirección para darle el encuentro, pero en el último instante me lo repensé y la pasé de largo.
Un grupo de tres extrangeras, parecían italianas, vestidas a la moda y con gafas de sol grandes que las hacía parecer moscardones, a ellas sí les podía preguntar, pero al acercárme supe que la voz me jugaría una mala pasada y decidí buscar respuestas en otro sitio.
En un banco jugaban dos ancianos, uno parecía un indigente, al ajedrez. ¿Podría ser buena idea? Tenía que preguntar. Me acerqué con paso decidido, pero de nuevo la indecisión le ganó el pulso a la determinación y la seguridad.
De pronto, alguien, no recuerdo muy bien su cara, ni su olor, ni su voz me tocó la espalda y me susurró con claridad: ¿Quiere usted saber la hora?. Me limité a asentir con un escalofrío recorriendo todas las partes de mi cuerpo. "Pués son las nueve".

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