Ayer me convencí de que casi sin darme cuenta he sido catapultado varios metros. Cuesta aceptar la altura, pero en cierto modo yo la he buscado.
Diez metros más abajo dejo a un nido de cuervos. ¿Cúales son sus cadenas para no dejarse llevar por la brisa que impulsa a la cima? La maldita valoración del poder de la masa, del gusto establecido de lo común, despreciando la "voluntad del querer", libre e individual. Me explico: un cuervo solo ha bastado para hacerme una revelación tan clara, con su oscuridad el contraste creo que me ha quedado claro.
Ese cuervo, o mejor dicho, esa urraca hablaba en nombre del resto de cuervos de su especie y su verdadera ley es: "¿No sabes enumerar y adornar lo que has hecho estos dos últimos meses?, pués que aburrido" ,clama su fatídica sentencia.
Entonces lo despertó en mí con sus gritos de urraca, despertó a ese gran leviatán que llevo dentro y que llevaba ya mucho tiempo dormido que empezó a golpear el pecho desde mi interior. Tanto rugió que me hizo más ligero, provocó una liberación de carga, a la vez que me mecía la suave brisa: " Si sintieras con mi piel y vieras a través de mis ojos un sólo instante, un segundo de mi existencia en estos dos meses, dentro de una habitación vacía, aún sin nada dentro, tu cerebro y tu alma de urraca explotarían de éxtasis indescriptible, de placer insoportable, quedando de ti tan sólo los restos esparcidos por todos lados, ofreciendo un cuadro macábro".
Sin esta carga me siento ahora más liviano, más cuando en esta nueva situación, en esta altura, leo dos nuevas verdades esculpidas en las rocas: " las convenciones quedaron ya en tierras planas, en tierras de urracas", "mejor un silencio entretenido que un alboroto sin sustancia".
Gracias querida urraca, cumples tu condición de enemiga al pie de la letra: eres una benefactora del que desprecias, gracias.
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