Es frío invierno,
en la gran urbe,
y el fiero infierno,
el aire cubre.
Míralos en sus nichos,
¡Oh, disecados y llenos de legañas!,
ya no moran ni bichos,
ni pecados en sus rancias entrañas.
Reducidos a un mísero cuadrado,
por el inánime asfalto,
malditos por un cielo estrellado,
que ríe desde su pirámide en lo alto.
¡He aquí el cementerio urbano!,
tierra de estériles raíces,
desgarrados por el ministerio humano,
los cromáticos matices.
Solo reina el pardo,
se funde con el suelo gris,
¡oh, triste cuadro
que hunde en duelo a Barcelona o París!
Algún árbol bravo,
forcejea con las losas,
¡Pobre mármol esclavo!,
¡Espera a que tosas!
Entonces tus raíces rebeldes,
serán fustigadas con saña,
y te impondrán el "tú debes",
a golpe de guadaña.
¡Desastre bello! ¡Víctima del ideal!
Quisiste respirar la bóveda celeste,
pero te enraizaste para ello tanto en el mal,
que al fin te pudo la lóbrega peste,
extinguiendo tu verde,
en un bello llanto natural.
Sólo quedará el ocre esputo,
esparcido alrededor de tu débil figura muerta,
nadie salvo el febril poeta rendirá culto,
ante este arbolcidio y su clara muestra
¡Oh, triste camposanto!,
cadavérico desfile,
alopécico manto,
¡No hay cuando te asimile!.
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