Me tienen boca abajo. Bien agarrado de los tobillos. En este lodo hay suficiente aire como para aguantar un tiempo y escribo.
Las muecas, los lloros, la risa están prohibidas. No quisiera hundirme más en este fango.
Por las noches hace frío a pesar de la densa masa y me pregunto si no terminaré como aquel al que los dioses castigaron colgando de un acantilado por pensar demasiado y que por seguir en su tozudez bulliciosa y ser rebelde hasta la última consecuencia, se le infló tanto el cabolo de tan pesadas cavilaciones que tras despedirse del fiel cuello con brevedad e hipocresía se precipitó en el vacío.
¡Vacío!En este vacío repleto de lodo me retienen y a menudo con titán esfuerzo abro los marchitos párpados y me encuentro a solas con el ventilado acantilado. Me acaricia la brisa de las alturas y de pronto ,preso de una aterradora iluminación, exhorto a mis manos trémulas a deslizarse a través del verdadero lodo para sostener el habitáculo de mi cerebro, carcomida mollera, mientras río y lloro como lo hacen los que se creen en absoluta e íntima soledad.
Labios, párpados, pezones...¡yo os condeno a ser siervos del paroxismo!
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