Con un bisturí de plata salpicado de óxido me arranco las uñas de carbón.
Con la última incorporación, cortesía del pulgar derecho, la taza está llena a rebosar y humea.
Abro el ventanal y amenazo a la noche de cara, ya se lo advertí. Acto seguido sacudo la taza y mis veinte murciélagos de vidrio parten a la cruzada.
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