domingo, 28 de noviembre de 2010

El telón de las convenciones

El negro coche avanzaba con sus entrañas rugiendo mientras caía el crepúsculo. Fuera un gélido invierno se manifestaba en el cielo policristalino.
Era una carretera pesada. ¡Y pensar que en otros tiempos la había hecho decenas de veces al mes! . Con ojos cansados seguía la prolongación de los serviles faros en las solitarias curvas y no podía dejar de pensar en aquel fatídico acontecimiento.
Hasta entonces nunca se había planteado cuestiones existenciales...todo ocurría tan de sopetón en la vida...Como esa carretera misma, antes tan presente, ahora tan ausente...
Llegaron a la acogedora vecindad de cuatro casas. Ella se bajó y él maniobró, hasta que el gran carro dejó de ladrar. Se aseguró de la exacta sujeción de la bufanda mirándose en el retrovisor, mientras ella sacaba los pasteles del maletero.
Cuando ella ya se alejaba con los brazos extendidos y soportando la carga de la cesta hacia las escaleras que conducían en descenso a la casa de sus anfitriones, él ,conductor, se entretuvo contemplando su propio rostro demacrado, los efectos de aquella fatídica tarde ,en que la dejó sola, empezaban a florecer, o mejor dicho,a marchitar en su amarillenta cara.
Cerró de un portazo y siguió el camino.
Aquellos parientes sabían cumplir como anfitriones y todos se entregaron a la voluptuosidad de los manjares dispuestos. En el cálido hogar nada extraño ocurrió en el transcurso de la velada, los pequeños y los mayores contaron numerosas anécdotas, se rieron a pleno pulmón de alguno de los presentes y se pusieron al día de las novedades de cada vida.
Él no podía dejar de pensar en la que se le avecinaba, todos los presentes eran enteramente conscientes del triste e inminente desenlace, pero nadie parecía tenerlo presente, salvo cuando era la hora de sumergirse en la dimensión de la desgracia.
Más por morbo y curiosidad, que por otra cosa, de vez en cuando alguno le lanzaba una furtiva ojeada a su cadavérico semblante, pero instantes más tarde volvía a timbrar a la puerta del ambiente y entraba con comodidad dejando fuera a aquel hombre-espectro.
Al fin, acabados los cafés y los postres, cuando el regimiento de derrotadas copas de vino sufrían sus postreros llenados y los niños habían desaparecido de la abatida mesa, donde reposaban restos de los sólidos soldados alimenticios, la conversación había incrementado tanto su preñez que el romper aguas era ya la consecuencia natural:
-¿Cómo te sientes? No haces mala cara, la verdad es que pareces llevarlo muy bien
Él ,encuestado, exhalo una grisácea nube que no provenía de tabaco alguno y que se perdió por el pasillo. Reinaba un silencio sepulcral, todos observaron a la masa de vapor marcharse y sólo entonces confesó:
- Bueno, se hace lo que se puede.
Quedaron todos sumidos cada uno en sus pensamientos.
Entonces ella, creyó que el momento era el oportuno para abrir las ventanas, pues hacía rato que olía a cerrado en aquella acogedora sala de luces anaranjadas:
- La misa será el sábado 24, he visto en el iphone que no lloverá, aunque el tiempo está muy tonto, la ola de frío esta es muy molesta.
Los demás embarcaron en la conversación superflua que zarpaba hacia el final de la cena y así pasaron dos horas más: él apergaminado, cada vez más enjuto detrás de su copa que parecía adquirir magnas dimensiones, ellos avivados por el licor.
Cuando uno está enfermo, de una gripe o algo sin importancia y convive con varias personas, esas semanas de baja, en la cama, experimenta la vida, la observa como un impúdico voyeur cuando oye a los demás seguir con sus quehaceres, oírles entrar, salir, hablar, comer, ver la televisión. Sólo se para la obra por unos instantes, cuando entra alguien en la habitación para atender al aquejado, entonces ese ser vivo interpreta su papel a la perfección y se hunde en la compasión. Una vez cerrada la puerta, pasado algunos instantes quizás, se quita la careta y continua con la máscara de la vida, sin malas intenciones, es un papel natural, se lleva en la sangre, en la piel.
Así se sentía él, el enfermo, y no podía dejar de preguntarse cuando volvían por la negra carretera mientras bailaba con el volante: "¿Por qué a mí? ¡Maldita Providencia! ¿Por qué aquella tarde no la llevé al cine? ¿Por qué estaba trabajando para ganar cuatro sucias monedas que ella usaba justo en ese tipo de tardes? Quizás fue un billete que salió de mi propia mano y fue a parar a la de ella, en la mañana de la fatídica tarde, el que propició toda la desgracia.
¡Maldita la fatídica tarde en que encontró aquel hermoso velo de oferta! ¡Para ti todos mis anatemas! ¿Por qué diantres tenía que ser tan hermoso aquel velo que no se pudo resistir?
Llegados a este punto, la sucesión de razonamientos parecía haber sido elaborada con lógica: el velo era precioso, era una oferta suculenta, ella no la iba a dejar escapar, pero necesitaba una ocasión para llevarlo, un entierro, pero ¿De quién? ¿Quién le había prometido hacerla feliz todos los días de su vida? ¿Quién era el que no podía dejar de repetir que ella era su todo? y en definitiva... ¿Quién era él para negarse?

Volvió en sí, parecía mentira que no se hubieran estrellado contra ningún árbol, era enigmático el tiempo que podían llegar a ir por su lado los sentidos y los pensamientos después de una bifurcación del ser.
Abrió un frasco de cristal marrón sujetando con la otra mano el volante y se tragó la pildora que le envenenaba, minándole poco a poco ,día a día.
Antes de seguir con la mirada en la carretera le echó una mirada fugaz: preciosa, ella, mostraba al mundo físico su cuerpo angelical y sagrado...¿Dónde galoparía en estos momentos su alma en el mundo onírico? Seguramente cubriendo su rostro con un bello velo azabache y sonriendo detrás de la tela a todos los invitados al funeral de su difunto marido.

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