domingo, 26 de diciembre de 2010

La fuga

Arnau llevaba varios días preocupado. Recién levantado frente al espejo inspeccionaba su cuerpo con una mezcla de conmoción y terror. Sus peores temores ya no eran meros signos ambiguos, ahora los bultos habían adquirido una consistencia que los hacía innegables.
¿Como podía haber llegado a esa situación? Con lúgubre mirada a su otro yo no podía dejar de reconstruir lo que habían sido sus últimos siete años de vida.
Todo comenzó cuando Arnau era aún un joven estudiante (por atribuirle una clasificación, porque estudiar lo que se dice estudiar...), bueno dejémoslo en que era el universitario con los codos más sanos de toda la facultad.
Siempre acompañado por su fiel melena y la barba descuidada, se paseaba por las calles como si fuera el dueño de la ciudad. No tenía grandes preocupaciones y a pesar de no parar de día ni de noche, la vida le parecía aún una apetecible virgen inmaculada con todas sus formas por explorar.
Cierta noche de junio, en un concierto de ciertas fiestas mayores de un barrio barcelonés, Arnau descubrió a la mejor paloma del corral. Sus labios, su mirada, sus facciones, su voz, su voz, su voz, su piel, sus pechos, sus manos... En fin era ella una gran colección de virtudes andante y Arnau era el catador de placeres por antonomasia.
Si fuera posible denunciar un delito similar, hace ya largo tiempo que yo, único conocedor de esta historia, habría corrido a las autoridades pertinentes como alma que lleva el diablo, pues hurto más descarado y vil no lo he visto en ningún rincón de la existencia, de tal manera se apropio aquel ángel del alma de Arnau.
Fue dura de conquistar, mujer de tal valor es conocedora de su don, así que le costó sudor y lágrimas a Arnau hacerse con sus amores: cartas desquiciadas, ebrios conciertos nocturnos acompañados de su fiel guitarra bajo el balcón de aquella agraciada, flores, detalles, preocupaciones...y finalmente la entera libertad.
La relación siguió los pasos naturales y pronto se encontró Arnau compartiendo su techo con aquel monumento de bellos pechos. Al principio la felicidad desbordaba a Arnau, incluso sufría por ser tan dichoso, se podría decir que el paraíso en el que vivía le hacía arder de placer. Los que lo conocían: los compañeros en la escuela, los dueños de bares, locales, salas de conciertos...no daban crédito a sus ojos, ya que nuna hubieran imaginado que Arnau pudiera ser aún mas intensamente impulsado por el azaroso viento en dirección de la Fortuna.
Como iba diciendo, los primeros años fueron una delicia, y la cortejada emperatriz sólo reía gracias y ocurrencias, fría y discreta confesaba su afecto en contadas ocasiones, suficientes para mantener al joven en el séptimo cielo.
Pasaron algunos años y Arnau pulso el botón del celestial elevador, se subió en su séptimo piso y encontró que algunos botones de pisos inferiores se hallaban encendidos esperando descargar toda su ira en la pobre vida de Arnau.
De esta manera en el sexto emergieron los celos, en el quinto conoció los defectos, en el cuarto el agobio, en el tercero y en adelante el peor de los castigos la indiferencia y más adelante aún la autoridad.
Arnau se había transformado en un auténtico pelele, su antigua melena leonina había sido podada por exigencia de la interesada. Sus barbas hacía tiempo que en algún estercolero criaban larvas, la guitarra fue desmontada por su maderable condición, hicieron con ella en la cocina una barra.
Todo eran reproches e insultos hacia el "débil carácter de ese mierdas".
La primera noche que se notó los bultos Arnau no dijo nada, se metió en el lecho común algo asustado, pero pronto cayó en la inconsciencia junto al bulto de aquella paloma. Sabía que la confesión de un sentimiento tan intenso sólo podía desencadenar preocupaciones innecesarias y derivar en posibles trifulcas absurdas. Así que calló.
Las cosas no mejoraban, ella cada día estaban más descuidada y a la vez más exigente, no dejaba de sobrevalorar a otros palurdos, al tiempo que apertujaba entre sus garras la balanza de los valores de aquel viejo poeta. Algunos acontecimientos se colaron de improvisto en la rutina de lo cotidiano y se instalaron como ocupas sin más, hablo por ejemplo del crecimiento exuberante del pelo en el entrecejo de aquella musa. Varios días se llevó Arnau un susto al sorprender de buena mañana a su compañera sosteniendo unas pesadas pinzas XL ,sentada frente al espejo, en el que ahora se miraba aterrado Arnau.
" ¡Cierra la puerta que estoy horrible!" gritaba ella.
Él ,sumiso, esperaba fuera diciendo: " No te preocupes cariño, yo te veo guapa de todas maneras"
"¡Mentiroso! ¡Poca cosa! ¡Con todo te conformas!" , y así llegaba cada vez más tarde Arnau a su nuevo empleo.
Sus expediciones nocturnas ni que decir tiene que se vieron reducidas significativamente hasta convertirse en excepcionales. Sólo salían con otras dos parejas, compañeras de trabajo de su mujer. Ni rastro de aquel vagabundear nocturno en el que los dos enamorados se creían dueños de la noche, ahora sólo la libertad vigilada de sentarse a hacer comentarios obscenos con los otros machos dominados, bajo la atenta supervisión de sus respectivas dueñas.

Todas estas imágenes danzaban cogidas de la mano por la mente embotada de Arnau. Se examinó de nuevo los bultos, no había duda posible, esos bultos...Ahora todo cobraba sentido... Su creciente sensibilidad...La caída de vello...Finalmente acabó por reconocerlo y se dijo convencido mirándose al espejo: " ¡Sí Arnau! Al final lo has conseguido...por ciego e ingenuo...estarás contento: eres una mujer. Soy una mujer. Esto que tengo entre mis manos son dos tersos pechos. ¡Estaré contento!
Parecía que nuestro amigo había adoptado las maneras y artes de su mujer, reprochándose con saña, pero de pronto brotó en él (y esto es el punto de inflexión de esta historia) su verdadero espíritu: "Pues sí...¡Lo estoy!...Soy feliz de ser la mujer que soy, es hora de acabar con toda esta porquería, por fin voy a hacer lo que llevo tantos meses soñando"
Acto seguido se fue al monstruoso armario de su ya exmujer que ocupaba tres cuartas partes del dormitorio y eligió uno de sus mejores vestidos. Volvió al baño, se acicaló durante una hora con una socarrona sonrisa, pues atrás quedaban noches de espera detrás de aquella maléfica puerta. Ahora, él o mejor dicho ella estaba al otro lado haciendo esperar a los acontecimientos, sometiéndoles a su poder. Finalmente se armó con dos afilados tacones y se precipitó escándalosamente escaleras abajo. Por el camino se cruzó con un hombre de negocios cuya cara le era familiar, se giraron y se miraron con curiosidad en medio de la escalera claroscura. Examinaron atónitos cada facción transformada del otro, finalmente el empresario se sacó el sombrero de Arnau ante Arnau e inclinó la cabeza: "Buenas noches señorita", ella le dedicó una juguetona sonrisa y continuó escalera abajo.
Cuando abrió la puerta que daba a la calle, Arnau o mejor dicho Arnalda, inspiró todo el aire de la calle, era una preciosa noche de junio y la vida se presentaba virgen y casta de nuevo.

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