En cierta manera esa maldita caja me aterra, debo admitirlo. Cuando la descubrí ya no quedaba nadie en casa y me extrañó que no me hubieran hablado siquiera jamás de su existencia. Recuerdo que los primeros días que siguieron al hallazgo los pasé devanándome los sesos, aquella caja ahí escondida debajo de la escalera de caracol enfrente de la caldera, cubierta por un manto de oscuridad... Daba mala espina.
Me decidí, pero tardé algún tiempo hasta descubrir la receta mágica para desflorarla.
Lo cierto es que no recuerdo muy bien cómo me las apañé, a lo mejor usé uno de esos instrumentos que usan los especialistas para oír el "click" en cada giro, me puedo imaginar fácilmente recostado en la fría puerta con la paciencia de un santo y aquel fonendoscopio en los oídos absorbiendo mi ser. O tal vez, vi las señas marcadas en algún lugar, todo lo relacionado con esa caja es un enigma más estrambótico que las mismísimas pirámides. Sucediera como sucediera el caso es que:
" Tres giros de pomo. Horario 20º, antihorario 35º, horario 139º " y la abrí. ¿Cómo iba a resistirlo? De valor lo que se dice valor no contenía nada: un falso Goya que un presunto antepasado debió de sobrevalorar y algunas joyas antediluvianas muertas de asco. Aquella caja fuerte ,vacía, con su pomo en forma de X a la que es necesario agasajar con " Tres giros de pomo. Horario 20º, antihorario 35º, horario 139º " no podía ser buena, pensé.
Hace apenas dos semanas que me di cuenta de un hecho inexplicable: cuando agarro el tirador en forma de X, se me hielan las venas de las manos y se me tensan como las de un voraz aguilucho.
No pasa día o noche que no baje las escaleras a echarle un vistazo y ,como si de un pagano ídolo se tratara, siempre traigo conmigo algún objeto para colocar en las fauces del arca. Inocente sacrificio que se repite varias veces al día.
Hace tiempo que dejé de trabajar, no abandono mis dependencias y malvivo de las reservas de la despensa.
Ya no queda nadie por casa y mis pasos escaleras arriba escaleras abajo son el único eco. Juro que el corazón quiere abandonar mi maldito saco de huesos, me lo hace notar en cada escalón. Creo que también puede oler el rancio y mefistofélico tufo de la caja.
Hay madrugadas que juraría haberme acostado en mi dormitorio, situado en la segunda planta de la masia y me despierto de pronto tirado contra una de las paredes de la estrecha dependencia. Otras noches sucede lo contrario. Bajo la tenue luz de una vela ordeno frenético los objetos que ya he depositado para agotar el cuerpo y el alma a fin de coger buen sueño llegado el momento y de súbito me despierto en la cama viendo que la tarea era una mera construcción onírica.
De esta manera pasan mis días, la casa está prácticamente vacía. Sólo queda mi catre en la decrépita segunda planta, el resto de objetos atestan aquel escalofriante habitáculo.
Todos se fueron y a nadie...¡A nadie se le ocurrió alertarme del peligro!
Ahora bajo la escalera por vez final, estoy frente a la gélida caja garabateando con trémulas manos estas líneas, tiro la libreta con mi testimonio... ¡La salvo! ¡La salvo de mi fatal destino!: " Tres giros de pomo. Horario 20º, antihorario 35º, horario 139º " . Se veía venir, me encierro por siempre, ya sólo faltaba yo: el faraón. ¡Míralos! Aquí estaban todos.
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