La luna inmensa,
preñada como una gata,
me hizo una promesa:
darme tu alma ingrata.
Fulgurante en las tinieblas,
me susurró que me adoras,
que por mi tiemblas,
¡Que dulces aquellas horas!
En las miles olas leoninas,
proyectó tu desnudo,
en añiles y dorados lilas,
se perdió mi ser sesudo.
Seguí la senda de oro,
la que se interna,
en el origen de todo,
en el seno de la mar eterna.
2 comentarios:
El sol de buena mañana,
fue a buscar tus restos,
¡Oh poeta de baja calaña
y de magníficos gestos!
Y allí mismo erigió una torre,
que toca fondo marino,
por donde los peces corren,
exaltados por tu ser salino.
¡Oda a ti homérida y a tu honrada herida tétrica!
Vi al poeta sentado en el andén ésta última tarde de sábado.
Él no esperaba al tren y parecía algo ensoñado.
Sobre las 18,30
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