lunes, 18 de abril de 2011
El salvavidas
Nunca había temido a las alturas, ni siquiera desde el avión. Tanto el despegue como el aterrizaje le parecían mero trámite. ¿Y los pasajeros aprensivos? ¡Ja, unos cagamandurrias!. ¿El paripé de las azafatas indicando qué hacer en caso de emergencia? Una pantomima grotesca. De pronto empezó a sudar como un lechón, no podía someter a las alocadas glándulas sudoriparas uniéndose a la húmeda bacanal. La vena de la sien iba a reventar, los escasos pelos de la cabeza chorreaban como una fuente y para acabar llegó el rey de la fiesta: el latigazo en el pecho. En un último espasmo tanteó por debajo de sus piernas...¡Lo tenía! Aún quedaba una esperanza, una última esperanza. Se lo puso impulsado por un postrero hálito vital y justo entonces... se acabó la función. ¡Que irrisoria la imagen de ese cuerpo amoratado enfundado en el gualdo salvavidas! ¿Cómo se le pudo ocurrir ,a él, tal disparate?
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