martes, 23 de octubre de 2012

Pesadilla Jarocha

Caminaba como un cuervecito, pero su sombra me dejaba muy inquieto. Los demás lo seguían con pereza, envueltos en sus ideas, estaban acostumbrados. Yo me sentía en otro lugar, mejor dicho en ese lugar en otro tiempo. 

Tiempos en los que no había seguridad, ni moral, ni tedio, ni hastío. Solo aventura y presente. 
Tiempos en que los colores eran vivos y cada sonido contaba. 

El pequeño cuervo quería saber si hablábamos inglés. Para ser un muñequito que rondaba decenio de edad, se movía en su oficio como pez en el agua y el idioma de los gringos se erigía como un plus, un reto.
"Aquí pueden ver la primera iglesia del continente americano" y hacía una pausa después de esta cancioncilla para coger algo de aire y seguir con la estrofa: "los españoles la edificaron en el 15...".. Otro respiro y "los materiales utilizados fueron piedras de río conocidas aquí por ..."

Aquel humilde templo (vaya piropo) tenía un abandono insólito, era pura historia durmiente y todo aquello me bombeaba el  corazón, el sol ardía en la cara y solo desperté de mi ensimismamiento cuando vi al cuervo agachado atando mi pierna con una cuerda amarilla amarilla. De nadie más ni rastro, solo el cielo y las nubes. 

Acabada su tarea, el pequeño cuervo tomó la forma de un águila y se esfumó, dejándome solo en aquella estructura formada por cuatro troncos. 
Solo fui consciente de su presencia cuando la melodía mágica prehispánica empezó a sonar y todo giraba. No me dio de ver a ninguno de los cuerpos embadurnados de vivos colores porque estaba en la selva talando el mástil de un Zuelania ghidonia.


¿Cómo si no íbamos a mantenernos ahora en el aire? De todas formas haber dejado a ese rostro oscurito de piedras aún más oscuras, mi Malinche, sin placer carnal, por toda la tala, me tenía enfermo, con esta idea empecé a notar un dolor por debajo del ombligo inaguantable, ¿Acabaría desmayándome antes de tocar el suelo? Cada vez estábamos más abajo, yo y mis tres hermanos, y mi pose era lo que más me preocupaba en esos momentos después del acechante desmayo. Ya se veía el suelo y permanecía en perfecta quietud de rayo solar cuando vi una niña que derramaba grotescas lágrimas a medida que nos acercábamos, decidí enviar el ritual al garete, abortar y busqué nervioso en mi bolsillo una moneda. Acto inútil pues ya habían llovido todas, debido a la fatídica gravedad y la niña exánime se encontraba ahogada en las piezas de plata con una hendidura provocada por una moneda de cinco pesos en la frente. 

El muchacho que me ayudaba a desartarme, me gritaba de forma interior y con una aparente humildad dolorosa una humilde recompensa y le dije que él mismo se sirviera, que podía desclavar la moneda de la frente infantil como si de la legendaria Excalibur se tratase. 
Me miró con cara rara, no me entendió, pero como le señalé el bulto-botín infantil se fue derecho. Pobre infeliz, pues sus anhelos fueron truncados  por un tropel formado por siete obesos armados con molcajetes que no paraban de machacar para lograr distintos moles de sabores divinos y prohibidos que arremetieron contra aquel olvidado y formaron una cola para hacerse con mi infinitésima fortuna para seguir alimentando a su insondable opulencia. Nadie hablaba de balas y nadie iba a hablar ya de ellas. 

En una hamaca me despierto de mi extraño sueño y el placentero calor que no deja de tostar me mira silencioso, creo que hace el intento de comprenderme. No es un dios, es un adorador de la humanidad. Siente una curiosidad insaciable el muy bribón.
Con los sentidos aletargados miro a mi alrededor: ¿Qué hace toda esa gente sentada mirándome? No puedo justificarme, no tengo nada que decir ni que añadir.

Para todos no soy nadie ni nada, es entonces que el Sol me guiña un ojo y susurra con su calor "no hay apariencias, nadie te pide tributo". Por un instante el corazón me da un vuelco violento y un sudor frío recorre mi cuerpo, sé que estoy en el Infierno de San Juan de Ulúa y solo la sed y el hambre me transportan por todo este universo. Aquí, cumplir con lo que se espera de ti es harto difícil, por no ser imposible: No soy infeliz, a todo se acostumbra el cuerpo. Tanto a las camas de plumas como a las de púas, a la obesidad o al raquitismo.
Lejos quedan los ecos inertes de algunos alemanes, forzados, macilentos, que se arrastran por su propia inconsistencia. Oigo sobretodo a uno de esos que no tienen vida de artificiales que son, lo mismo sucede con todo el escaparate híbrido mexicano-americano. 

Todo eso aquí no existe, desde los minúsculos ojos de mi celda infernal veo varias civilizaciones absurdas, Hernán Cortés, los totonacos...y me rio de placer porque aquí no hay que hacer el paripé: me matarán por verme tan feliz ante el esplendoroso paisaje que sigo desde el infierno de la prisión jarocha y más cuando la Catrina me me venga a narrar la aténtica historia de la Llorona, como solo ella tiene el esquelético derecho y me ha prometido.
¡Oh mi infierno! ¡Mis muros densos como las vidas! La relación luz-sombra, calor-humedad, ruido-silencio son deliciosas...¡Pobres de los que moran en la Gloria!.  

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