miércoles, 27 de noviembre de 2013

De una soledad

Espero a que pasen a recogerme. Juego con los pies, haciendo esquemas con mis pasos.
Es un tedio, una monotonía depresiva. Qué necesitas para ser feliz? Contar ideas, dar a luz una y otra vez, alumbrar al mundo y que el mundo te observe como un fisgón.
Depender de nada y de todo.
Camino y todo es nieve. Está dormida mi sombra y no nos podemos sentar a hablar quedo. Estando solo no hay manera de vivir la soledad. La soledad es un fenómeno completamente social.

Cuando me tengo, me pierdo en el infinito, en una espiral sin retorno. Los colores brillan en el mundo gris.
Todos los pájaros de colores me miran como a un extraño y callan cuando me acerco, por eso voy siguiendo a los monos grises y más no los puedo detestar.
Me tengo que fiar de este tío, pues me está tatuando mi propia verdad. Me está convirtiendo en el tattoo de piel de esa tinta. Piel fina y porosa, que no filtra la maldad que viene de fuera, pero si lo que vibra bonito. Solo a ratos.

En el fin del mundo no estoy solo. Eso es lo peor de todo: llevo una olla a presión y construyo bajo un sol abrasador una y otra pirámides ancestrales. Me construyo sin parar, me observo, me valoro, me cargo con espejos de cada articulación y me peso en una balanza con el ojo puesto en cómo me ve el cielo.
El valor real está dormido, solo en algunas líneas, por las que palpito, vuelvo a intuir un atisbo de esencia. En la jungla, en el desierto y en el fondo del océano nunca estoy solo. Arrastro esa pena.

Solo deambulando por las calles rosadas, solo en el café, solo con mis piernas donde todos se mueven con neumáticos, solo emborrachándome de hojas demenciales en una parada de autobús : solo a si estoy solo, cuando me sobran todos, cuando me amo sin ser nadie, cuando te subo a ver y solo somos las palabras de ahora.

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