miércoles, 27 de noviembre de 2013

Mi primo el trobador

Llegué más tarde de lo que tenía previsto a mi piso. Me abrió la puerta un chico con una coletilla fina:
-Hola, pasa.
En el pasillo oscuro le pregunté que quién era si se podía saber
-Soy tu primo
Se quedó por el comedor y yo fui hasta mi habitación. Me quité la ropa y me puse el pijama. Tenía ganas abrasadoras de leer, pero eso quedaba oculto tras un tupido velo de tareas: cena, ducha, correo, cortar uñas, preparar ropa de deporte...ya estaba en ello a media enumeración, arremangándome la camiseta para limpiar los platos cuando me picaron en la espalda.
-¿No vamos a subir al tejado?

No sé por qué, tal vez inducido  por el curioso hecho de que ese tipo no se parecía en nada a ningún pariente que yo conociera, o desconociera, no me di cuenta, y ya seguía los pasos de mi primo.
Cómo llegaron unas escaleras hasta la fachada del alto edificio, es algo que nunca me explicaré (tampoco me lo propondré seriamente).

La luna estaba preñada a más no poder: ¡Que regalo de luz en medio de las inmensas tinieblas! Mi primo me ofreció sitio junto a un par de gatos y sacando una guitarra, de no sé yo muy bien dónde, empezó sus relatos de trovador gatuno.
Los felinos estaban exaltados. Ni gatos parecían del interés desinteresado que mostraban. A alguno le apestaba el aliento a pescado rancio entre tanto griterío, pero pronto rularon unos frascos de un líquido morado.

Y dicen que no sabe contar, que no sabe contar, porque tiene un dedo nada más. Lerelerelerlereleeeee

Una tras otra, las leyendas hechas versillo popular llenaban el aire en la altura a la que no suelen llegar las hormigas de la ciudad., camufladas entre luces de coches y semáforos, yendo a comprar, a una cita, saliendo de la oficina...y a por el pan.






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