Respiramos exhaustos y pediste una crepe a la luna y mientras saciabas tu apetito voraz, entendí algunas de las palabras que intentabas que me llegaran a pesar de tu boca llena:
- Estás muy cansado de las palabras y de las ideas, ¿no es así? Unas y otras son casi la misma cosa. ¿Cómo pensarías sin palabras? Estás cansado de las palabras, deduzco entonces...o de las ideas, de no ver nada nuevo.
Callé un buen rato mientras acababas tu postre.
-Puede que tengas razón. Y eso es lo que me aterra: callar para siempre. Al principio pensé que no encontraba palabras porque no las necesitaba, porque había llegado a una cima inexpresable. Ahora en cambio tiemblo cuando veo a niños elegir palabras para construir sus ocurrencias y el hedor chabacano que expulso por medio de mi voz parece solo un muerto al lado de ese viento fresco que acaricia el entendimiento. No tengo discurso y mucho menos atajos por donde perderme.
No me mirabas, sólo tenías tus ojos más negros que esa noche, haciéndola brillante de pureza a tu lado.
- Ya olvídalo - susurraste al fin
- Ya olvídalo... - repetí para mí mismo, absorto en cada palabra de meticuloso significado - ¿Cómo?¿Cómo? ¿Cómo lo hago?!!!- me vi gritando entre lágrimas.
- En mis ojos, olvídate en mis ojos. Mírame bien fijamente a los ojos, que son más negros que cualquier noche que jamás hayas visto. Piérdete en mi brea.
De pronto, me dio aún más miedo el remedio que la enfermedad, mucho más, con el corazón a galope empecé a correr como un caballo desbocado, saltando de tres en tres los escalones indiferentes, gritando auxilio y sin saber como ese pequeño local que se hunde más bajo que la cera, que está al acecho como un cocodrilo, me atrajo con su luz para curarme un poco de tanta oscuridad. Tal como entré, caí en una especie de butaca y oí un ruido de máquina, un aullido constante. La luz que tanto me atrajo moría en la entrada y una vez dentro, de nuevo una oscuridad, eso sí, menos intensa, me envolvió por completo. Con el primer pinchazo perdí el conocimiento.
Era ya de día y cuando desperté, aquel hombre bruto y cubierto de una segunda piel de dibujos obscenos y crueles, me sonrió.
-Te debería partir las piernas por haberte colado y haberte hecho pasar por mi cliente. Polizones como tú, a los tiburones todos. Pero ya ves que me río, no puedo estar de malas, porque aunque te hiciste pasar por Remi, lo que he esculpido en tu piel es una obra divina de mi ciencia: el tatuaje a ciegas. Más puro, más trascendental, más auténtico que esas simples calcomanías que se pasean por todos lados. Me has hecho muy feliz, tendremos que viajar al salón de Ginebra para enseñar al mundo el nuevo logro del "blind tattoo" concepto de arte para la piel, nunca visto en siglos y siglos desde incluso el Hombre de Hielo...
De pronto sentí el ardor en mi cara, un ardor que me hacía morir en vida. Corrí instintivamente fuera de aquel antro maldito dejando los gritos de aquel bruto muy atrás y al doblar la esquina me miré tembloroso y embargado por un sentimiento de trágica irreversibilidad en el retrovisor de un coche aparcado y el corazón se me heló, se paró una eternidad que duró un segundo humano porque encima de mis sangrientos carrillos, donde hubieran horas antes unos ojos verdes, los que me dieron al nacer, me amenazaban tus dos pozos sin fondo, tus tinieblas insondables gestadas con tinta, tu negro infinito instándome a que me olvide para siempre.
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