Estoy en la habitación gris. Hace calor y reina el hedor humano.
Las luces de neón son el foco que nos ilumina.
Oigo un hilo de voz fluir sin descanso. Es extraño, a pesar de estar seguro de que habla mi mismo idioma, no logro entender una sola palabra. No hay aire.
¡Y no para! Continúa llenando el aire, cargándolo con su voz. Me es todo tan extraño que miro a mi alrededor en busca de alguna mirada de complicidad, pero me encuentro con veinte caras distintas con una misma mirada de piedra en dirección al foco del alboroto acústico. Entonces cierro los ojos, o quizás no, y me voy de la habitación asfixiante, situaciones desordenadas y diabólicamente sublimes se suceden en mi conciencia, de pronto...¡Delirio de grandeza! Crezco desorbitadamente aplastando a toda esa realidad gris que me rodea, expirando un viento huracanado, gélido, redentor.
Y es en ese preciso instante que una palabra, una maldita palabra que no puedo recordar se cuela por mi oreja y me rapta del espacio vital, ni siquiera una palabra con sentido, tan sólo una de esas palabras inconcebibles.
No consigo recordar el infernal vocablo, esa palabra, esa maldita palabra...¡Ay! ¿Qué será de mí?
miércoles, 22 de octubre de 2008
viernes, 10 de octubre de 2008
El sacrificio de un "ingeniero"
Era un miércoles cualquiera. Había tenido ya unas cuantas clases y la ausencia del profesor de electromagnetismo fue un alivio, llevaba ya tantos días levantándome a primera hora , dedicando todo el tiempo a las obligaciones que estaba fatigado y sentía a mi ser lejos.
A las doce tenía la primera práctica de mecánica del medio continuo. Al lado del ascensor había la puerta de cristal del departamento, tocamos el timbre y al cabo de un par de minutos tuvimos respuesta y entramos.
Bajamos las escaleras bromeando sin darnos cuenta de donde nos estabamos adentrando.
La universidad es tan vieja y grande que no puede uno dejar de sorprenderse con los ambientes tan variados que existen, parece un microcosmos (por darle un nombre), desde luego es una sensación de enigma onírico, de novedad recurrente que tanto deleita a un bohemio, el encontrarse en una parte tan extraña de un sitio tan cotidiano y conocido.
El laboratorio era una especie de garage amplio y frío, un coche cruelmente despedazado y algunas máquinas antiguas acompañadas de ordenadores antiguos moraban en este subterráneo tétrico.
Entramos en una sala con techo bastante alto, olía a viejo, a Iglesia.
Un joven becario nos saludó con mezcla de arrogancia, nervios y mal humor. En seguida nos sumimos en el "interesante" mundo del hormigón, de la madera y del acero. Como siempre, las hojas de teoria proyectadas en la pared duraban apenas el tiempo justo para la lectura por encima de nuestro irritable guía y ésa era la mejor de las invitaciones para volar más allás de las cuatro paredes estériles dejando atrás fórmulas y gráficos, para recrearse en cualquier otra faceta de la vida alejada del módulo de Young, de la resisténcia de tracción y del resto de términos y conceptos de su misma calaña.
El hambre me iba a matar y encima ese necio pavoneándose arriba y abajo gritando a los cuatro vientos y respondiendo con insultos a nuestras preguntas de principiante, vanagloriándose de las cuatro palabras sonantes memorizadas que le hacían sentirse de valor. Yo pensaba: ¡Pero si son sólo palabras, el que llegó al concepto, el que inventó, también creó una palabra conectada, para expresarse. ¡Qué poca cosa es este tío!¡Qué desnudo se ve desde mis ojos! ¿Cómo puede haber tanto desprecio por el humanismo o la curiosidad que se esconde detrás del genio? ¿Por qué se sepulta la verdadera llama de la ciencia o el arte de la ingeniería con protocolos tan absurdos? ¿Por qué sólo interesa crear competencia, enseñar con angustia y hostilidad? ¿Cómo puede ser que la educación haya llegado a tal extremo, en el que el último fin es crear a partir del cerebro y cuerpo del estudiante un engranaje tipo para la máquina que es la sociedad?
Todo esto pensaba, y la bilis me toreaba amenazando con salir disparada de la garganta al exterior impregnando aquella mazmorra.
El inútil de vez en cuando fijaba su mirada en mi dirección, ya lo había notado más de una vez.
Al fin pasamos a la práctica, llegamos al garage de antes y nos dejaron a la anteción de un hombrecillo enamorado de las máquinas, se le veía tímido pero seguro de su materia, que parecía ser su vida. Era benévolo, pués se veía que sólo pretendía ser feliz en su mundillo y ayudar a todo aquel que pretendiera entrar en él.
Para variar nos explicó que nosotros no haríamos nada, sólo apuntar valores. Así después de su debida introducción cogío un cilíndro de hormigón y lo metió en una prensa hidráulica, debíamos esperar el aumento gradual de la tensión hasta que se rompiése quedando una forma de tronco y el resto de trozos esparcidos por todos lados.
Esperabamos con los ojos medio cerrados como el que espera que la mecha de un petardo llegue a su fin y active el detonante, y de pronto se oyó un ruido indescriptible, que me ponía los pelos de punta que me obligaba a sentir la situación de estar dentro de un edificio que se agrieta y se empieza a caer a pedazos.
Todos tomaron las notas de las medidas, y de pronto el hombrecillo dirigiéndose a mí dijo: - Muy bien, ahora acompañame por favor- yo pensaba que debería ayudarle aguantando algún objeto mientras él medía o algo por el estilo, pero mientras él iba hacia los comandos de la prensa me hizo señas de acercarme a la máquina.
De pronto noté que todos me miraban, me di cuenta ,de hecho, que ya lo sabía de antes, hace rato que intuía que todos me miraban por el rabillo del ojo, empezando por el necio.
Como un animal acorralado intenté salir por piernas con todo mi ímpetu, pero el círculo de adeptos me cerraba con sus ahora innumerables brazos y sonrisas siniestras.
Con la cabeza notando el frío de las viejas placas y viendo desde la perspectiva horizontal la escena, así asistí a un ritual: a mi propio sacrificio.
A las doce tenía la primera práctica de mecánica del medio continuo. Al lado del ascensor había la puerta de cristal del departamento, tocamos el timbre y al cabo de un par de minutos tuvimos respuesta y entramos.
Bajamos las escaleras bromeando sin darnos cuenta de donde nos estabamos adentrando.
La universidad es tan vieja y grande que no puede uno dejar de sorprenderse con los ambientes tan variados que existen, parece un microcosmos (por darle un nombre), desde luego es una sensación de enigma onírico, de novedad recurrente que tanto deleita a un bohemio, el encontrarse en una parte tan extraña de un sitio tan cotidiano y conocido.
El laboratorio era una especie de garage amplio y frío, un coche cruelmente despedazado y algunas máquinas antiguas acompañadas de ordenadores antiguos moraban en este subterráneo tétrico.
Entramos en una sala con techo bastante alto, olía a viejo, a Iglesia.
Un joven becario nos saludó con mezcla de arrogancia, nervios y mal humor. En seguida nos sumimos en el "interesante" mundo del hormigón, de la madera y del acero. Como siempre, las hojas de teoria proyectadas en la pared duraban apenas el tiempo justo para la lectura por encima de nuestro irritable guía y ésa era la mejor de las invitaciones para volar más allás de las cuatro paredes estériles dejando atrás fórmulas y gráficos, para recrearse en cualquier otra faceta de la vida alejada del módulo de Young, de la resisténcia de tracción y del resto de términos y conceptos de su misma calaña.
El hambre me iba a matar y encima ese necio pavoneándose arriba y abajo gritando a los cuatro vientos y respondiendo con insultos a nuestras preguntas de principiante, vanagloriándose de las cuatro palabras sonantes memorizadas que le hacían sentirse de valor. Yo pensaba: ¡Pero si son sólo palabras, el que llegó al concepto, el que inventó, también creó una palabra conectada, para expresarse. ¡Qué poca cosa es este tío!¡Qué desnudo se ve desde mis ojos! ¿Cómo puede haber tanto desprecio por el humanismo o la curiosidad que se esconde detrás del genio? ¿Por qué se sepulta la verdadera llama de la ciencia o el arte de la ingeniería con protocolos tan absurdos? ¿Por qué sólo interesa crear competencia, enseñar con angustia y hostilidad? ¿Cómo puede ser que la educación haya llegado a tal extremo, en el que el último fin es crear a partir del cerebro y cuerpo del estudiante un engranaje tipo para la máquina que es la sociedad?
Todo esto pensaba, y la bilis me toreaba amenazando con salir disparada de la garganta al exterior impregnando aquella mazmorra.
El inútil de vez en cuando fijaba su mirada en mi dirección, ya lo había notado más de una vez.
Al fin pasamos a la práctica, llegamos al garage de antes y nos dejaron a la anteción de un hombrecillo enamorado de las máquinas, se le veía tímido pero seguro de su materia, que parecía ser su vida. Era benévolo, pués se veía que sólo pretendía ser feliz en su mundillo y ayudar a todo aquel que pretendiera entrar en él.
Para variar nos explicó que nosotros no haríamos nada, sólo apuntar valores. Así después de su debida introducción cogío un cilíndro de hormigón y lo metió en una prensa hidráulica, debíamos esperar el aumento gradual de la tensión hasta que se rompiése quedando una forma de tronco y el resto de trozos esparcidos por todos lados.
Esperabamos con los ojos medio cerrados como el que espera que la mecha de un petardo llegue a su fin y active el detonante, y de pronto se oyó un ruido indescriptible, que me ponía los pelos de punta que me obligaba a sentir la situación de estar dentro de un edificio que se agrieta y se empieza a caer a pedazos.
Todos tomaron las notas de las medidas, y de pronto el hombrecillo dirigiéndose a mí dijo: - Muy bien, ahora acompañame por favor- yo pensaba que debería ayudarle aguantando algún objeto mientras él medía o algo por el estilo, pero mientras él iba hacia los comandos de la prensa me hizo señas de acercarme a la máquina.
De pronto noté que todos me miraban, me di cuenta ,de hecho, que ya lo sabía de antes, hace rato que intuía que todos me miraban por el rabillo del ojo, empezando por el necio.
Como un animal acorralado intenté salir por piernas con todo mi ímpetu, pero el círculo de adeptos me cerraba con sus ahora innumerables brazos y sonrisas siniestras.
Con la cabeza notando el frío de las viejas placas y viendo desde la perspectiva horizontal la escena, así asistí a un ritual: a mi propio sacrificio.
lunes, 6 de octubre de 2008
El rompecabezas
No recuerdo como perdí la consciencia, pero lo que viví al despertar lo tengo grabado al detalle.
Tumbado boca abajo con la cara aplastada contra el suelo abrí los ojos y empecé a examinar de forma instintiva el lugar, es esa sensación de instinto de ubicación que suele aparecer cuando uno duerme lejos de donde acostumbra.
La luz ténue del lugar era agradable y las pupilas lo agradecieron, pués venían de las mismísimas tinieblas. Colores pálidos, pero a la vez sugerentes, tranquilizante y a la vez llamativos.
Como suele ocurrir, tenía la sensación de haber vivido esta situación antes.
Al fin me incorporé y eché a andar. Por un momento el corazón dejó de latir, sólo podía oír mis pasos, el eco surcaba el aire frágil y poco denso con descarada facilidad.
Varias veces paré y agudicé el oído en vano, nada: silencio sepulcral.
A lo lejos dormitaba un horizante inmenso que parecía no acabar nunca y de pronto vi una especie de escultura o de estatua, ¡que podía saber yo a tanta distancia!
Sin prisa pero sin pausa me dirigí al monumento solitario en el horizonte como peregrino a lugar santo. No valdría la pena explicar aquí y ahora todas las sensaciones o pensamientos fantasmagóricos que se me aparecieron en la cabeza mientras caminaba, pero resulta que llegué.
En la primera representación que tuve de esa especie de monumento no me había parecido tan enorme como ahora. Al llegar lo toqué con la mano para apoyar mi cuerpo y la sensación que siguió fue de esas que más tarde le gustan a uno porque recuerdan a la ingenuidad de la infancia: la mano se hundió varios decímetros, perdí el equilibrio y casi me comí el suelo. Esa forma blanda, tan extraña, pero a la vez tan cercana fue el indicio que le faltaba a mi orientación para ubicarse.
Los pensamientos danzaban a sus anchas sin orden alguno mientras caminaba rodeando la gigantesca forma, a ratos palpaba la superfície y experimentaba de nuevo la deformación del coloso.
De pronto, estando mis sentidos más acostumbrados a la situación, el órgano pensante reparó en algo a lo que no había dado importancia hasta entonces: un ruido monótono y triste, un infinito goteo.
En efecto, desde mi llegada no había dado el poder suficiente a los oídos como para que se impusieran a sus cuatro vecinos avariciosos, pero ahora gozaba de una hegemonía admirable.
El goteo era el todo, era la razón de mi situación, de esa situación única intersección del tiempo y el lugar, era la única medida, y la única prueba de que toda medida no tenía sentido, pués sería pretender vacíar el mar con el cubo del niño. Me moría de ganas por saber la procedencia del sonido creador, epicentro de aquel mundo.
Agudicé el oído, con mucha determinación y fuerza de voluntad di con el origen.
En la parte más oscura, más fría del coloso, donde se proyectaba una sombra que abarcaba quizás hectáreas, había una especie de pico, de punta o saliente (mejor que mejor: una punxa) . De esa punxa brotaban como por arte de magia una gota tras otra. Cuando una moría, la siguiente nacía. Bajé un poco la vista para ver el charco que formaban las divisiones de líquido que caían esperando encontrar un oasis, por lo menos. Para mi sorpresa no había rastro alguno de tanto fluído cadáver, y la causa de la desaparición era o parecía ser un hombre.
El hombre de cabeza libre tenía la mollera partida de forma transversal, y los sesos de aquel desdichado no conocían la palabra hacinamiento neuronal y respiraban aire puro.
El cerebro absorbía cada una de las gotas que caían. El hombre a pesar de su anomalía física, si es que se le puede llamar así, parecía no sufrir, es más, se podría decir que estaba tan vivo como el ser que más (sea la vitalidad mesurable o no). A pesar de su salud física que como digo me pareció un hecho desde el primer momento, había algo en sus ojos que revelaba que dejando de lado el campo somático, el sujeto padecía o gozaba (según se mire) de alguna aflicción psíquica.
Pensé en entablar conversación, para sentirme, al fin y al cabo él y yo eramos los únicos seres vivos del lugar y viendo lo infinito del mismo era un poco raro están tan cerca y permancer callados. Pero el hecho es que no se me ocurría qué decirle a un hombre parcialmente descabezado, toda idea me parecía descabellada.
Así que no abrí el pico y me senté en el suelo, observando aquella especie de ser en la frontera entre la vida y la muerte, el sueño y la realidad. Era raro pensar que estaba y no estaba al mismo tiempo, el pestañeo periódico hablaba por lo primero, pero la mirada perdida por lo segundo, todo era un rompecabezas.
De vez en cuando balbuceaba alguna palabra, pero no era comprensible.
Ahora ya estaba habituado a la escena y ojeaba ora la figura ora el monumento colosal ora el horizonte inextinguible. En una de esas ojeadas al coloso, al volverme el hombre ya no estaba, mejor dicho el lugar donde estaba sentado había desaparecido del mapa, no era lógico ni explicable pués todo el infinito espacio era homogéneo, pero yo estaba seguro que esa parcela del tiempo-espacio ya no estaba, y que no era el hombre el que había desaparecido. Con terror miré hacia arriba para ver el lugar donde había estado la punxa origen y mis peores temores se confirmaron, tampoco había ni rastro de ella. Al mirar hacía arriba noté de nuevo el movimiento, ya entonces el veneno que es la angustia mortal paralizaba todos mis músculos. Con resignación y profunda tristeza cerré los ojos e incliné la cabeza en dirección vertical, noté de nuevo el escalofrío de algo moverse en el interior de mi cabeza, y cuando abrí los ojos una gota cayó dentro de ellos.
Tumbado boca abajo con la cara aplastada contra el suelo abrí los ojos y empecé a examinar de forma instintiva el lugar, es esa sensación de instinto de ubicación que suele aparecer cuando uno duerme lejos de donde acostumbra.
La luz ténue del lugar era agradable y las pupilas lo agradecieron, pués venían de las mismísimas tinieblas. Colores pálidos, pero a la vez sugerentes, tranquilizante y a la vez llamativos.
Como suele ocurrir, tenía la sensación de haber vivido esta situación antes.
Al fin me incorporé y eché a andar. Por un momento el corazón dejó de latir, sólo podía oír mis pasos, el eco surcaba el aire frágil y poco denso con descarada facilidad.
Varias veces paré y agudicé el oído en vano, nada: silencio sepulcral.
A lo lejos dormitaba un horizante inmenso que parecía no acabar nunca y de pronto vi una especie de escultura o de estatua, ¡que podía saber yo a tanta distancia!
Sin prisa pero sin pausa me dirigí al monumento solitario en el horizonte como peregrino a lugar santo. No valdría la pena explicar aquí y ahora todas las sensaciones o pensamientos fantasmagóricos que se me aparecieron en la cabeza mientras caminaba, pero resulta que llegué.
En la primera representación que tuve de esa especie de monumento no me había parecido tan enorme como ahora. Al llegar lo toqué con la mano para apoyar mi cuerpo y la sensación que siguió fue de esas que más tarde le gustan a uno porque recuerdan a la ingenuidad de la infancia: la mano se hundió varios decímetros, perdí el equilibrio y casi me comí el suelo. Esa forma blanda, tan extraña, pero a la vez tan cercana fue el indicio que le faltaba a mi orientación para ubicarse.
Los pensamientos danzaban a sus anchas sin orden alguno mientras caminaba rodeando la gigantesca forma, a ratos palpaba la superfície y experimentaba de nuevo la deformación del coloso.
De pronto, estando mis sentidos más acostumbrados a la situación, el órgano pensante reparó en algo a lo que no había dado importancia hasta entonces: un ruido monótono y triste, un infinito goteo.
En efecto, desde mi llegada no había dado el poder suficiente a los oídos como para que se impusieran a sus cuatro vecinos avariciosos, pero ahora gozaba de una hegemonía admirable.
El goteo era el todo, era la razón de mi situación, de esa situación única intersección del tiempo y el lugar, era la única medida, y la única prueba de que toda medida no tenía sentido, pués sería pretender vacíar el mar con el cubo del niño. Me moría de ganas por saber la procedencia del sonido creador, epicentro de aquel mundo.
Agudicé el oído, con mucha determinación y fuerza de voluntad di con el origen.
En la parte más oscura, más fría del coloso, donde se proyectaba una sombra que abarcaba quizás hectáreas, había una especie de pico, de punta o saliente (mejor que mejor: una punxa) . De esa punxa brotaban como por arte de magia una gota tras otra. Cuando una moría, la siguiente nacía. Bajé un poco la vista para ver el charco que formaban las divisiones de líquido que caían esperando encontrar un oasis, por lo menos. Para mi sorpresa no había rastro alguno de tanto fluído cadáver, y la causa de la desaparición era o parecía ser un hombre.
El hombre de cabeza libre tenía la mollera partida de forma transversal, y los sesos de aquel desdichado no conocían la palabra hacinamiento neuronal y respiraban aire puro.
El cerebro absorbía cada una de las gotas que caían. El hombre a pesar de su anomalía física, si es que se le puede llamar así, parecía no sufrir, es más, se podría decir que estaba tan vivo como el ser que más (sea la vitalidad mesurable o no). A pesar de su salud física que como digo me pareció un hecho desde el primer momento, había algo en sus ojos que revelaba que dejando de lado el campo somático, el sujeto padecía o gozaba (según se mire) de alguna aflicción psíquica.
Pensé en entablar conversación, para sentirme, al fin y al cabo él y yo eramos los únicos seres vivos del lugar y viendo lo infinito del mismo era un poco raro están tan cerca y permancer callados. Pero el hecho es que no se me ocurría qué decirle a un hombre parcialmente descabezado, toda idea me parecía descabellada.
Así que no abrí el pico y me senté en el suelo, observando aquella especie de ser en la frontera entre la vida y la muerte, el sueño y la realidad. Era raro pensar que estaba y no estaba al mismo tiempo, el pestañeo periódico hablaba por lo primero, pero la mirada perdida por lo segundo, todo era un rompecabezas.
De vez en cuando balbuceaba alguna palabra, pero no era comprensible.
Ahora ya estaba habituado a la escena y ojeaba ora la figura ora el monumento colosal ora el horizonte inextinguible. En una de esas ojeadas al coloso, al volverme el hombre ya no estaba, mejor dicho el lugar donde estaba sentado había desaparecido del mapa, no era lógico ni explicable pués todo el infinito espacio era homogéneo, pero yo estaba seguro que esa parcela del tiempo-espacio ya no estaba, y que no era el hombre el que había desaparecido. Con terror miré hacia arriba para ver el lugar donde había estado la punxa origen y mis peores temores se confirmaron, tampoco había ni rastro de ella. Al mirar hacía arriba noté de nuevo el movimiento, ya entonces el veneno que es la angustia mortal paralizaba todos mis músculos. Con resignación y profunda tristeza cerré los ojos e incliné la cabeza en dirección vertical, noté de nuevo el escalofrío de algo moverse en el interior de mi cabeza, y cuando abrí los ojos una gota cayó dentro de ellos.
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