Estoy en la habitación gris. Hace calor y reina el hedor humano.
Las luces de neón son el foco que nos ilumina.
Oigo un hilo de voz fluir sin descanso. Es extraño, a pesar de estar seguro de que habla mi mismo idioma, no logro entender una sola palabra. No hay aire.
¡Y no para! Continúa llenando el aire, cargándolo con su voz. Me es todo tan extraño que miro a mi alrededor en busca de alguna mirada de complicidad, pero me encuentro con veinte caras distintas con una misma mirada de piedra en dirección al foco del alboroto acústico. Entonces cierro los ojos, o quizás no, y me voy de la habitación asfixiante, situaciones desordenadas y diabólicamente sublimes se suceden en mi conciencia, de pronto...¡Delirio de grandeza! Crezco desorbitadamente aplastando a toda esa realidad gris que me rodea, expirando un viento huracanado, gélido, redentor.
Y es en ese preciso instante que una palabra, una maldita palabra que no puedo recordar se cuela por mi oreja y me rapta del espacio vital, ni siquiera una palabra con sentido, tan sólo una de esas palabras inconcebibles.
No consigo recordar el infernal vocablo, esa palabra, esa maldita palabra...¡Ay! ¿Qué será de mí?
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