Era un miércoles cualquiera. Había tenido ya unas cuantas clases y la ausencia del profesor de electromagnetismo fue un alivio, llevaba ya tantos días levantándome a primera hora , dedicando todo el tiempo a las obligaciones que estaba fatigado y sentía a mi ser lejos.
A las doce tenía la primera práctica de mecánica del medio continuo. Al lado del ascensor había la puerta de cristal del departamento, tocamos el timbre y al cabo de un par de minutos tuvimos respuesta y entramos.
Bajamos las escaleras bromeando sin darnos cuenta de donde nos estabamos adentrando.
La universidad es tan vieja y grande que no puede uno dejar de sorprenderse con los ambientes tan variados que existen, parece un microcosmos (por darle un nombre), desde luego es una sensación de enigma onírico, de novedad recurrente que tanto deleita a un bohemio, el encontrarse en una parte tan extraña de un sitio tan cotidiano y conocido.
El laboratorio era una especie de garage amplio y frío, un coche cruelmente despedazado y algunas máquinas antiguas acompañadas de ordenadores antiguos moraban en este subterráneo tétrico.
Entramos en una sala con techo bastante alto, olía a viejo, a Iglesia.
Un joven becario nos saludó con mezcla de arrogancia, nervios y mal humor. En seguida nos sumimos en el "interesante" mundo del hormigón, de la madera y del acero. Como siempre, las hojas de teoria proyectadas en la pared duraban apenas el tiempo justo para la lectura por encima de nuestro irritable guía y ésa era la mejor de las invitaciones para volar más allás de las cuatro paredes estériles dejando atrás fórmulas y gráficos, para recrearse en cualquier otra faceta de la vida alejada del módulo de Young, de la resisténcia de tracción y del resto de términos y conceptos de su misma calaña.
El hambre me iba a matar y encima ese necio pavoneándose arriba y abajo gritando a los cuatro vientos y respondiendo con insultos a nuestras preguntas de principiante, vanagloriándose de las cuatro palabras sonantes memorizadas que le hacían sentirse de valor. Yo pensaba: ¡Pero si son sólo palabras, el que llegó al concepto, el que inventó, también creó una palabra conectada, para expresarse. ¡Qué poca cosa es este tío!¡Qué desnudo se ve desde mis ojos! ¿Cómo puede haber tanto desprecio por el humanismo o la curiosidad que se esconde detrás del genio? ¿Por qué se sepulta la verdadera llama de la ciencia o el arte de la ingeniería con protocolos tan absurdos? ¿Por qué sólo interesa crear competencia, enseñar con angustia y hostilidad? ¿Cómo puede ser que la educación haya llegado a tal extremo, en el que el último fin es crear a partir del cerebro y cuerpo del estudiante un engranaje tipo para la máquina que es la sociedad?
Todo esto pensaba, y la bilis me toreaba amenazando con salir disparada de la garganta al exterior impregnando aquella mazmorra.
El inútil de vez en cuando fijaba su mirada en mi dirección, ya lo había notado más de una vez.
Al fin pasamos a la práctica, llegamos al garage de antes y nos dejaron a la anteción de un hombrecillo enamorado de las máquinas, se le veía tímido pero seguro de su materia, que parecía ser su vida. Era benévolo, pués se veía que sólo pretendía ser feliz en su mundillo y ayudar a todo aquel que pretendiera entrar en él.
Para variar nos explicó que nosotros no haríamos nada, sólo apuntar valores. Así después de su debida introducción cogío un cilíndro de hormigón y lo metió en una prensa hidráulica, debíamos esperar el aumento gradual de la tensión hasta que se rompiése quedando una forma de tronco y el resto de trozos esparcidos por todos lados.
Esperabamos con los ojos medio cerrados como el que espera que la mecha de un petardo llegue a su fin y active el detonante, y de pronto se oyó un ruido indescriptible, que me ponía los pelos de punta que me obligaba a sentir la situación de estar dentro de un edificio que se agrieta y se empieza a caer a pedazos.
Todos tomaron las notas de las medidas, y de pronto el hombrecillo dirigiéndose a mí dijo: - Muy bien, ahora acompañame por favor- yo pensaba que debería ayudarle aguantando algún objeto mientras él medía o algo por el estilo, pero mientras él iba hacia los comandos de la prensa me hizo señas de acercarme a la máquina.
De pronto noté que todos me miraban, me di cuenta ,de hecho, que ya lo sabía de antes, hace rato que intuía que todos me miraban por el rabillo del ojo, empezando por el necio.
Como un animal acorralado intenté salir por piernas con todo mi ímpetu, pero el círculo de adeptos me cerraba con sus ahora innumerables brazos y sonrisas siniestras.
Con la cabeza notando el frío de las viejas placas y viendo desde la perspectiva horizontal la escena, así asistí a un ritual: a mi propio sacrificio.
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