lunes, 6 de octubre de 2008

El rompecabezas

No recuerdo como perdí la consciencia, pero lo que viví al despertar lo tengo grabado al detalle.
Tumbado boca abajo con la cara aplastada contra el suelo abrí los ojos y empecé a examinar de forma instintiva el lugar, es esa sensación de instinto de ubicación que suele aparecer cuando uno duerme lejos de donde acostumbra.
La luz ténue del lugar era agradable y las pupilas lo agradecieron, pués venían de las mismísimas tinieblas. Colores pálidos, pero a la vez sugerentes, tranquilizante y a la vez llamativos.
Como suele ocurrir, tenía la sensación de haber vivido esta situación antes.
Al fin me incorporé y eché a andar. Por un momento el corazón dejó de latir, sólo podía oír mis pasos, el eco surcaba el aire frágil y poco denso con descarada facilidad.
Varias veces paré y agudicé el oído en vano, nada: silencio sepulcral.
A lo lejos dormitaba un horizante inmenso que parecía no acabar nunca y de pronto vi una especie de escultura o de estatua, ¡que podía saber yo a tanta distancia!
Sin prisa pero sin pausa me dirigí al monumento solitario en el horizonte como peregrino a lugar santo. No valdría la pena explicar aquí y ahora todas las sensaciones o pensamientos fantasmagóricos que se me aparecieron en la cabeza mientras caminaba, pero resulta que llegué.
En la primera representación que tuve de esa especie de monumento no me había parecido tan enorme como ahora. Al llegar lo toqué con la mano para apoyar mi cuerpo y la sensación que siguió fue de esas que más tarde le gustan a uno porque recuerdan a la ingenuidad de la infancia: la mano se hundió varios decímetros, perdí el equilibrio y casi me comí el suelo. Esa forma blanda, tan extraña, pero a la vez tan cercana fue el indicio que le faltaba a mi orientación para ubicarse.
Los pensamientos danzaban a sus anchas sin orden alguno mientras caminaba rodeando la gigantesca forma, a ratos palpaba la superfície y experimentaba de nuevo la deformación del coloso.
De pronto, estando mis sentidos más acostumbrados a la situación, el órgano pensante reparó en algo a lo que no había dado importancia hasta entonces: un ruido monótono y triste, un infinito goteo.
En efecto, desde mi llegada no había dado el poder suficiente a los oídos como para que se impusieran a sus cuatro vecinos avariciosos, pero ahora gozaba de una hegemonía admirable.
El goteo era el todo, era la razón de mi situación, de esa situación única intersección del tiempo y el lugar, era la única medida, y la única prueba de que toda medida no tenía sentido, pués sería pretender vacíar el mar con el cubo del niño. Me moría de ganas por saber la procedencia del sonido creador, epicentro de aquel mundo.
Agudicé el oído, con mucha determinación y fuerza de voluntad di con el origen.
En la parte más oscura, más fría del coloso, donde se proyectaba una sombra que abarcaba quizás hectáreas, había una especie de pico, de punta o saliente (mejor que mejor: una punxa) . De esa punxa brotaban como por arte de magia una gota tras otra. Cuando una moría, la siguiente nacía. Bajé un poco la vista para ver el charco que formaban las divisiones de líquido que caían esperando encontrar un oasis, por lo menos. Para mi sorpresa no había rastro alguno de tanto fluído cadáver, y la causa de la desaparición era o parecía ser un hombre.
El hombre de cabeza libre tenía la mollera partida de forma transversal, y los sesos de aquel desdichado no conocían la palabra hacinamiento neuronal y respiraban aire puro.
El cerebro absorbía cada una de las gotas que caían. El hombre a pesar de su anomalía física, si es que se le puede llamar así, parecía no sufrir, es más, se podría decir que estaba tan vivo como el ser que más (sea la vitalidad mesurable o no). A pesar de su salud física que como digo me pareció un hecho desde el primer momento, había algo en sus ojos que revelaba que dejando de lado el campo somático, el sujeto padecía o gozaba (según se mire) de alguna aflicción psíquica.
Pensé en entablar conversación, para sentirme, al fin y al cabo él y yo eramos los únicos seres vivos del lugar y viendo lo infinito del mismo era un poco raro están tan cerca y permancer callados. Pero el hecho es que no se me ocurría qué decirle a un hombre parcialmente descabezado, toda idea me parecía descabellada.
Así que no abrí el pico y me senté en el suelo, observando aquella especie de ser en la frontera entre la vida y la muerte, el sueño y la realidad. Era raro pensar que estaba y no estaba al mismo tiempo, el pestañeo periódico hablaba por lo primero, pero la mirada perdida por lo segundo, todo era un rompecabezas.
De vez en cuando balbuceaba alguna palabra, pero no era comprensible.
Ahora ya estaba habituado a la escena y ojeaba ora la figura ora el monumento colosal ora el horizonte inextinguible. En una de esas ojeadas al coloso, al volverme el hombre ya no estaba, mejor dicho el lugar donde estaba sentado había desaparecido del mapa, no era lógico ni explicable pués todo el infinito espacio era homogéneo, pero yo estaba seguro que esa parcela del tiempo-espacio ya no estaba, y que no era el hombre el que había desaparecido. Con terror miré hacia arriba para ver el lugar donde había estado la punxa origen y mis peores temores se confirmaron, tampoco había ni rastro de ella. Al mirar hacía arriba noté de nuevo el movimiento, ya entonces el veneno que es la angustia mortal paralizaba todos mis músculos. Con resignación y profunda tristeza cerré los ojos e incliné la cabeza en dirección vertical, noté de nuevo el escalofrío de algo moverse en el interior de mi cabeza, y cuando abrí los ojos una gota cayó dentro de ellos.

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