lunes, 31 de agosto de 2009

Llegaría tarde

El agua estaba a la temperatura adecuada, ¡qué gustosa y templada!. El día había sido agotador, pero ahora tocaba pensar en la noche que se presentaba como una hoja en blanco esperando a ser garabateada.
Era muy placentero sentir como los cabellos se empapaban debajo del chorro. Siempre había tenido la sensación de que ducharse sin mojarse el pelo, no era ducharse. Se sentía sucio. Si el pelo permanecía seco, por limpio que estuviera, se sentía sucio.

Se cansó del agua templada, ya se había acostumbrado demasiado, y él ansiaba cambios y sensaciones. Poco a poco fue girando el mango del grifo hacia la izquierda y el vapor empezó a inundar toda la sala empañando los múltiples espejos. Sentía el calor por todos los poros de la piel, y empezaba a imaginar que así se debía de cocinar un langostino dentro de una olla y pensó que si él fuera el langostino iniciaría una danza o baile con los demás alimentos. El calor ya era asfixiante y decidió cambiar de nuevo el panorama. El acero del grifo ardía, pero lo soportó el tiempo necesario para girar el mango hasta el otro extremo, la derecha.

El vapor pareció dar un grito de maldición y amenaza y desapareció, dejando a aquel pobre brujo resistiendo el frío glacial con el cuerpo rígido. Pero también el frío tenía su qué, pues notaba toda la circulación de la sangre y el corazón bombeando. Hasta que los músculos dijeron basta, el dolor empezaba a ser insoportable.
Intentó aguantar algunos minutos y al fin cerró el agua.
Se enjabonó con un gel muy aceitoso, se podría decir que se ungió el cuerpo entero, y se masajeó el cabello con champú varios minutos. Sonó el viejo reloj de la sala confesando que ya eran las nueve. Si no espabilaba, llegaría tarde. Dio el agua de nuevo, esta vez ya sin demoras, bien templada y se enjuagó. Cuando cerró el agua, ya definitivamente, le sorprendió que a pesar de haberse enjuagado a conciencia con mucha insistencia para eliminar todo el jabón, la piel seguía teniendo un aspecto aceitoso. Y no sólo un aspecto, incluso un tacto. Pero no le dio mucha importancia, llegaría tarde. Ya se sacaría los restos de jabón con la toalla, porque si no llegaría tarde. Apartó la cortina, sacó primero el pie derecho y pisó tierra firme. Se había entretenido mucho, ahora debía secarse rápido y alistarse en el menor tiempo posible, o de lo contrario, llegaría tarde.

Extendió la mano y cogió la toalla. Cuando sus dedos rozaron la tela, una especie de escalofrío recorrió todo su cuerpo, pero tenía tanta prisa que no tenía tiempo para dejarse llevar por intuiciones bobas. Siempre que se secaba lo hacía primero envolviendo su cabeza con la toalla para impedir que el goteo molesto desde la cabeza fuera empapando todo el tiempo el resto del cuerpo. Y así lo hizo también aquella noche. Pero cuando envolvió su cabeza en la toalla, una punzada de veneno heló su corazón, y ahora ya no podía olvidar aquella sensación que le había advertido al coger la toalla, aquella extraña sensación del tacto de una finísima tela, tan distinto al habitual de su toalla, y en aquel momento lo supo, supo que lo que le envolvía la cara era un sudario y que había estado equivocado, que no llegaría tarde. Nunca llegaría.

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