domingo, 13 de septiembre de 2009

Satie

Toco una gnossienne de Satie y me exhorta "ouvrez la tête".
Mientras tanto mi hermano ronca, mi madre recoge los platos, mi padre escucha cada nota. En ese mismo instante un niño llora, su hermano enseña con diabólica sonrisa la cabeza del muñeco favorito del enano, un muñeco como el que ahora mismo le está montando los brazos aquel otro niño más oscuro de piel que mira por la minúscula ventana de la fábrica y suspira, las moléculas de aire que agita ese suspiro acaban desplazando a muchas otras en el preciso instante en que se celebra un cumpleaños en una austera casa de los suburbios de barcelona, el pastel no tiene velas, pero nada saben en el pueblo donde celebran la tomatina donde no dejan de inmolar tomates de todos los tamaños, incluso tan grandes como los que recoge aquel joven en los campos de Vilassar ,sin descanso, vigilado de cerca por la abrasadora luz del astro rey, la misma que intenta provocar cánceres de piel por todas las playas de la costa brava y los guiris obran en consecuencia, se untan ingentes cantidades de crema, como la que ahora mismo aplica aquella mujer en un laboratorio con bata blanca al conejo blanco, tan blanco que se confunde el pelaje con la propia crema, tan blanco como el Sacré Cour. Me acuerdo de París. ¡Caramba! ¡Estoy tocando Satie!

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