sábado, 10 de abril de 2010

El umbral. Breve cuento de un duelo, por cortesía del joven F.

Un buen día el joven F., muchacho estudioso y obediente, cansado de la concentración alcanzada en la biblioteca, se levantó de la silla y se proponía salir de la biblioteca para estirar un rato las piernas, cuando al otro lado de la pequeña puerta de cristal se topó con un joven gordo.
Los dos eran conscientes de que por el marco de la puerta no cabían sus dos cuerpos a la vez y fue entonces que F. se adelantó con una amplia y cortés sonrisa: " Pasa, pasa". El otro joven de mirada huidiza agachó la cabeza e insistió " No, pasa tú primero hombre".
F. ya se esperaba esta respuesta y acostumbrado a las clásicas negativas de probada debilidad siguió con su cometido " Pasa, pasa".
El otro levantó con lentitud la cabeza hasta que su semblante ,ahora serio, adquirió total iluminación por el ventanal próximo.
Parecía que F. no lo iba a tener fácil. Se disponía a abrir la boca, cuando dos chicas algo menores llegaron del mundo exterior con intención de internarse en la guarida de los libros. Como cada uno de los dos jóvenes se encontraban parados a un lado de la puerta observándose en silencio, las jóvenes, tras un rato de contemplación, parecieron advertir que no había peligro y se decidieron a atravesar el umbral dejando sólo el eco de sus risitas que finalmente se perdió entre las estanterías.
Tras unos minutos de incómodo silencio, F. insistió de nuevo: " Adelante amigo. Pasa tú primero ". No tardó en caer la respuesta como un cubo de agua fría: " Insisto".
"Dichoso gordo. ¿Nos vamos a tirar aquí todo el día o qué?", pensó F., ahora ya nada cortés. " Eso depende solo de ti", dijo de pronto la enigmática voz del extraño.
"¿Estaré a caso alucinando? ¿No llevaré tanto tiempo entre cálculos y textos, que tengo los sentidos agarrotados?".
Lo cierto es que el joven F. palideció y le crecieron dos pronunciadas simas en el rostro.
Nadie dijo nada, algunos estudiantes pasaban de vez en cuando, pero no se paraban a observar la escena. Tenían grandes proyectos en la cabeza que les impedían percibir el mundo material. Mientras los jóvenes sostenían las miradas como lo hacen las pinzas de madera o en forma de cocodrilo con la ropa recién lavada y que aún radía el olor a suavizante, la gente atravesaba a placer el umbral.
Pasaron varios años. Y varias décadas y los jóvenes, ya no tan jóvenes, seguían de pie batiéndose en sempiterno duelo de cortesía.
Seguramente os estéis preguntando cómo puede ser que nadie los echara de ahí, pero el narrador os pide que hagáis un acto de fe, y que no pongáis muchas trabas al argumento de que el bibliotecario tan muerto de aburrimiento en su día a día, se había convertido en fiel espectador de aquella lucha por cruzar el umbral mientras devoraba chocolatinas y golosinas.
Pero los años pasan para todos y el pobre hombre les abandonó hacia los treinta años I.R (desde el inicio del relato). No murió, no se entristezca el lector, pero perdió la vista por culpa de una diabetes fastidiosa y decidió que su trabajo ya no tenía sentido sin la facilidad de la contemplación, así que un buen día se largó echando pestes.
Pero volvamos a los dos barbudos que estaban apoyados en sendas paredes contiguas a la puerta.
F. se había transformado en aquellos años en un verdadero caldero de ideas:
" ¿Quién me mandaría levantarme a mí en ese preciso instante?¿ Cuando se decidirá a pasar este grandullón? Míralo, si tiene hasta barba...", acto seguido se tocó la cara con tranquilidad "Vaya, para mi también pasan los años. ¡Qué absurda es la vida! Y la vida que le toca a uno vivir...bueno, es la que hay. El camino está marcado, eso de la libre voluntad...una patraña, una engañifa. Con todos los proyectos que tenía yo en mi vida...tantos planes...tantas ideas...tantos anhelos. Ni siquiera soy como la lechera que fue la única causante de su desgracia. Yo soy una víctima del maldito destino. ¿Por qué razón le tenía que llegar yo, precisamente yo y no otro, a ese brujo cuentacuentos a las mientes?¿ Por qué sigo aquí parado como en una parábola del omipotente creador de mundos Kafka? ¡Yo!, ¡YO que tenía padre, madre, hermanos, enamorada, amigos !...¿no le podría haber tocado a un desherado?¿ a un paria, a un marginado? ¿Y este desgraciado que me vigila tan de cerca con su gélida mirada?¿ A caso ha perdido este individuo tanto como yo? ¿Ha hecho el karma un balance entre nosotros?¿ Era él ,por ventura, un hombre respetable o no es acaso más probable que por su aparente mala educación ,insistente y cansina, fuera un simple ladrón, un botarate, un vividor?¿ Y no sigo yo aquí adentro donde no se oye más que este infernal silencio,que desquicia, mientras ese golfo perpetuador de esta condena digna del mísmisimo Edipo sigue ahí parado, al otro lado, oyendo el trino de los pájaros? Sí, que tranquilidad respira, se le ve en la cara. Definitivamente se acabó, hay que tomar cartas en el asunto".
Y alentado por este parloteo mental ,que ya duraba varios años, el viejo F. decidió intercambiar la situación con el desconocido y al dar dos pasos decididos con sus raquíticas y huesudas piernas, se dio tal bárbaro batacazo contra el espejo que sin saberlo había tenido cincuenta años en frente, que con el contacto se rompió al instante en millones de partícula con un apoteósico gemido, que en el choque perdió la vida de la que tanto hablaba, la vida del otrora joven F.

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