En el corazón del laberinto sueña la fuente y bromea el sol. No hay nervios, no hay angustia, solo alegre verdor. No hay quimeras ni fantasmas, lo que tenía que pasar pasó. En el centro juega marmórea Eros y descansan en el deleite de aceites los egos.
Pero si me preguntas, si además es menester que responda, te diré que yo amo el juego de luz y sombra, y la tortuosa incertidumbre del porvenir.
¡Sí! Yo soy el que ama el camino y no el corazón del laberinto, donde se desatan los instintos, donde todo parece y nada es, donde yo mismo soy a cada paso distinto, desde donde sólo llega el rumor del borboteo del corazón de la fuente, pero no se puede ver.
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