¿Cómo lo podía haber olvidado? ¿Me había pasado el fin de semana devanándome los sesos en vano? No podía perdonarme mi distracción. El sudor frío de la obligación incumplida chorreaba por la nuca y la espalda y por más que maldijera a mi memoria, el metro no aceleraba.
¡Hay días que es mejor no levantarse de la cama!, pensaba con angustia. Quedaban aún cinco eternas paradas.
¿Cómo podía haberlo olvidado? Como una ráfaga de imágenes se me aparecieron por este orden: el profesor X. enumerando todas las penalizaciones que podían encontrar en el trabajo (yo ni siquiera lo llevaba encima. ¿Cómo lo podía haber olvidado?), los demás compañeros nerviosos devolviendo en el baño, pero con una mano de cuervo agarrando la taza del váter y la otra alejando lo más posible su presente trabajo...
Las llaves de la taquilla eran el gran inconveniente. Ellas sí que sabían lo que era escaquearse, probablamente a esas horas estarían durmiendo en el bolsillo de algún pantalón o vete tú a saber...
Tampoco tuve mucho tiempo para buscarlas ya que el despertador se había unido a la huelga de las llaves aquel fatídico y preciso día.
Llegué a la universidad siendo un amasijo de tejidos nerviosos, por poco me mato en las escaleras de la entrada, pero me levanté con algunos rasguños en las manos y desaparecí como un rayo de la risa de la muchedumbre en dirección a la conserjería.
Dentro de aquella burbuja de cristal, conversaban un conserje y su compañera, reparó en mi presencia al cabo de diez minutos de mis inútiles gestos al otro lado del cristal, corrió la ventanilla:
-¿Qué quiere ingeniero?
Farfullé unas palabras ininteligibles: "lo he olvidado", "me van a matar", "el trabajo", "lo he olvidado"..."necesito abrir la taquilla"
Ésa última oración hizo posible la llama de la comunicación.
-¿Es usted el titular?- preguntó el conserje que parecía estar en su salsa.
-Sí, sí- contesté con ansiedad
-¿Qué número de taquilla?- dijo con parsimonia.
-No...no lo recuerdo, nunca lo he sabido de memoria...
Estaba deshecho y más cuando a esta confesión siguió una mirada de desconfianza y de triunfo "conserjeril"
-Vuelo en un momento y te digo el número- espeté y salí pitando.
Los compañeros que me veían y reconocían, preferían fingir que yo no existía, no les condeno por ello pues mi apariencia debía de tirar a cadavérica, después de pasar las últimas cuatro noches con el trabajo, ¿Cómo diantres lo había olvidado?
Llegué a ese funesto cajón sellado como un sarcófago y memoricé el número: 163.
Algo más tranquilo, pero aún inhumano recuperé algunos sentidos: ¡Qué mal olía la universidad en días como aquel! Los alumnos nerviosos no son dueños meticulosos de los esfínteres, este pensamiento me distrajo algunos segundos cerca de la taquilla, pero enseguida me afané en rehacer el camino andado exclamando mis plegarias: ¿Cómo puede ser? ¿Cómo lo he podido olvidar?
Llegué a conserjería, todo sucedió en un santiamén en mi cabeza, claro. Le di el número, mostré mi identificación, la mujer comprobó la autenticidad de la información y a paso lento el hombrecillo salió de la burbuja de cristal conmigo tras sus talones
La conversación era insulsa, cada uno absorto en sus pensamientos: -¿Cómo lo he podido olvidar?...Todo el trabajo de X., quince ejercicios dificilísimos...
De hecho, reparé en que no había conversación alguna, era un monólogo y además mi guía se desviaba de la dirección correcta, para dirigirse al bar, entonces por primera vez le toqué el gélido brazo: -Perdone,¿Le espero en la taquilla?-
Pareeció reparar en mí por primera vez, desde que comenzara a caminar.
-¡Ay! Perdona chico. No te he dicho que ya iba mi compañero. Disculpa de verdad...¡Mira! ¡Por ahí va!
No respondí y seguí a lo que apuntaba aquel dedo morcillero: un calvo gris de unos sesenta años que se abría paso a través de los etudiantes armado con un brillante manojo de llaves.
-¿Me abrirá la taquilla? He olvidado el trabajo...¿Cómo he podido?
-Sí, no nos hemos entendido antes mi compañero y yo. De aquí a unos años dominaremos la telepatía...Entonces nos cobrará la telefónica...y vosotros los ingenieros, tendréis que construir los aparatos...ya lo verás
Imagino que no hace falta decir que no contesté a tales vapores cerebrales derivados de la monotonía y el aburrimiento más que frases sin sentido, huecas, lo justo para no incomodar a mi salvador.
Al fin nos plantamos delante del cubículo.
Me latía el corazón con violencia.
- A ver si es ésta...no,no...ésta tampoco
Cuando llevaba cinco llaves probadas sin el menor éxito husmeó el aire y comentó:
-Que mal huele por aquí, estos lavabos de la planta -2 deben de estar atascados, ya hablaré yo con el de mantenimiento...
Dio una vuelta entera al manojo como es típico, habiendo pasado por alto la llave correcta por falta de paciencia en cada prueba. En la segunda ronda dio con ella, ya que en esta segunda ronda, probaba cada llave más concienzudamente que antes:
-Ha de ser ésta
Ya cedía
-Sí, sí es ésta
Cedió. Era ésa. La taquilla se abrió de golpe y un tufo de aliento de mendigo de pura cepa nos hizo temblar y nos volvió blancos como la leche.
Junto a mi impoluto trabajo en el cuadernillo azul, asomaba una cabeza en descomposición.
Un nuevo torrente de glaciares se instaló en mi columna. Un nuevo olvido ,que había aguardado en la sombra como un chacal, salía ahora a la luz, el cuadernillo, el trabajo, eran un señuelo de mi memoria...nada más.
El conserje con las dos manos en la cara me miraba atónito, entonces como una marioneta sentencié: ¿Cómo puedo haberme olvidado...olvidado...olvidado... del cadáver? Y caí inconsciente.
3 comentarios:
Eres imposible o improbable, no sé.
Eres mi tótem adorable.
Cada vez me quedo más anonadado.
Pero bien te digo, que te leo encantado.
De verdad. Felicidades.
Sigue primo sigue...
http://pubcn.org/XPUBCN/Home.html
Tengo un poema escrito, mañana lo paso a ordenador y además te lo dedico querido primo.
En mi cabeza bullen varias situaciones para canalizar, en breve las materializaré.
Alimenta tú también mi lectura, pues somos faros vecinos
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