Juan Téllez acaba de llegar a la tapia tras atravesar el lodazal. La finca del torero está sumida en un silencio sepulcral.
Juan se acicala con el pasamontañas y bordea el muro. Con cansancio rutinario, enfoca con la linterna y lee mecánicamente el cartel que reza: "Cuidado, perro peligroso".
Ninguna reacción remarcable se manifiesta en el ladronzuelo de guante gris ante este aviso, algo de experiencia sí que tiene.
Anda algunos metros más. Esto ya sorprende un poco más, hay otro cartel: "De verdad, el perro es muy peligroso y silencioso".
Un breve escalofrío recorre la médula de Juan Téllez ante la insólita advertencia, pero no se amilana, ha venido a hacer faena y un estúpido sabueso no le detendrá. "¡Quizás ni existe!¿Qué es eso de un perro peligroso y SILENCIOSO?".
Busca en el bolsillo el frío del puñal y algo más tranquilo avanza palpando la tapia con la mano diestra.
"¿Qué diantres?!", como por arte de magia, la linterna le lleva a enfocar un nuevo letrero de azulejos: " Por lo que más quiera, sálvenos del perro peligroso"
Entonces Juan Téllez de dos ágiles brincos se procura un lugar digno de un centinela y echa un vistazo a la finca. Un perro descomunal, eterna fuente de espuma, araña la pared de la vivienda con suma ausencia de ladridos.La familia está acorralada y entre las persianas aparece un brazo casi esquelético implorando con gestos socorro.
Juan Téllez es un ladrón de buen corazón, pero cuando ya se dispone a marcar el número de emergencias de la localidad, una nueva corriente mental le perturba y sentencia: "Por ponerle a uno tan difícil el sustento, se lo tienen bien merecido".
Acto seguido guarda teléfono móvil y linterna en el bolsillo libre y se pierde en la penumbra de la noche tras sus huellas en el barro.
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