martes, 19 de julio de 2011

Cuentos absurdos: momentos de "lucipez"

Harold tenía unos veinte años. Llevaba una vida, desde el punto de vista de todas las religiones, impecable. Ni rastro de máculas en su conducta en el trato con sus semejantes y respetuoso con la creación. Deportista, sin vicios y defensor a ultranza de la dieta sana y equilibrada.
Su madre tenía una debilidad: el congelador del garage. Encargada del cuidado y alimentación de la prole, se las ingeniaba haciendo mil cálculos para procurarles una dieta rica y variada.
No sorprende, por lo tanto, que la adquisición del congelador, multiplicara sus opciones hasta fijar el infinito como techo limitador en lo que a variación de platos se refiere.
Un día Harold saboreaba un lenguado sentado en la acogedora cocina. De pronto le vinieron unas imágenes inconcebibles a la cabeza: Veía el mar, sentía el vaivén de las olas, degustaba la sal, el sol abrasador en el cogote...
Ante tales visiones comenzó a marearse. Pálido como la leche se escurría por la silla cuando su progenitora con sobrehumano esfuerzo le tendió en el suelo con delicadeza y marchó a la carrera en busca de un cojín.
Harold balbuceó: - Mamá...¿De cuándo es este pescado? ¿No estará caducado?-
La madre acalorada respondió: - No hijo, en el congelador aguantan los alimentos mucho más de lo que pone la fecha de caducidad-
Harold haciendo acopio de fuerzas sobrehumanas susurró: -Déjame ver el plástico que lo contenía porfavor...-
Ante tal súplica moribunda, la madre no se pudo negar y se zambulló en la basura en busca de la información. Cuando al fin se hizo con el plástico y lo escudriñó, los dedos le temblaban y enormes borbotones surcaban sus mejillas.
Alarmado, Harold se incorporó lo que pudo y preguntó:
-¿Qué ocurre mamá? ¿Caducó hace mucho? No te preocupes...vamos al hospital, pero dime...¿de cuándo es?-"
En un hilo de voz que se iba apagando con lentitud, la madre contestó:
- Este...pescado...es...del día...de tu...nacimiento
Y la mujer se desmayó-

Harold despertó. Por unos segundos había recordado su última reencarnación, que había devorado, sin saberlo, al cuerpo de la anterior. Por un instante, la fragancia del Universo había recorrido cada partícula de su ser.
Lástima que Harold fuese un lenguado, el recuerdo de este sueño, duró lo que duró el sueño.
Ahora debe de estar viendo el mar, sintiendo el vaivén de las olas, degustando la sal, el sol abrasador en el cogote...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Porque Harold puede alucinar con pescado?? lo envidio, como pescado frecuentemente y no lo logro, ansio ver el mar nuevamente...