Es una noche monstruosamente preñada de oscuridad. La ciudad reposa silenciosa sedada por las canciones de cuna que susurra el Po con su cauce, por las calles ni un alma, los pocos canallas que quedan despiertos se apelotonan como cucarachas en cualquier taberna de mala muerte.
Sobre el puente bosteza el carabinero elegido mientras su ayudante (carabinero a secas) se enciende un cigarillo rubio. El silencio es sepulcral, en las entrañas de la mágica ciudad borbotean los llamados punto positivo y punto negativo (la puerta del Infierno) de Turín .
Es el joven el que agobiado por la monotonía y estimulado por el esoterismo cargado en el aire, decide dar rienda suelta a un nuevo relato narcótico, origen de una fumarada espiritual más densa que la del tabaco.
- Cuénteme, si le parece, una de esas historias reunidas en sus años de experiencia.
El mayor de los dos hombres, tarda un rato en responder. Parece que inhala y exhala el aire con más ansia de sabor y esencias que el joven fumador, al fin se decide:
-Esta historia ,que te voy a explicar hoy, Estranza, es de las más raras que me han sucedido en mis largas guardias. El mero hecho de recordarla requiere en mí un esfuerzo sobrehumano y sólo la imagen del que me la contó precipitándose al "vacío" que aquí podemos ver si nos asomamos, me trae serios dolores de cabeza. Aquella noche pasé al menos seis horas intentando convencer a aquel desgraciado para que no arruinara lo que il Signore le había dado
- ¿Así que se tiró de aquí mismo?, preguntó inquieto el joven
- Así es, y no creas que es casualidad que me venga ahora a la mollera, justo un año después
El superior amaba ser una especie de mago o hechicero de la verdad para su joven compañero y se relamía en todo lujo de palabras cargadas de significados ocultos acompañadas de miradas y gestos sugerentes, carraspeó y comenzó:
-Así es, hace cosa de un año...¿Qué digo cosa? ¡Hace EXACTAMENTE un año!, en el lugar exacto donde tú te encuentras ahora (a lo que el joven reaccionó dando un par de pasos atrás en los que casi pierde el pitillo), un tipo raro, de esos botarates que tanto abundan en las casas de mala vida a estas horas de la noche, aferrado a la piedra parecía esperar la llegada de alguien para poder expíar las culpas y marchar así en calma a la otra vida.
Con una mirada inyectada en sangre, las comisuras de la boca se le deformaron hasta parecer un auténtica hiena al verme llegar avisado por unos vecinos.
Me acuerdo como si fuera ayer de todo ese torrente de demencia, así decía el loco:
-¡Usted no lo comprende! ¡Policía inepto! ¡Yo mismo le robé, con mis propias manos! Eso no era un pequeño hurto, ni un asesinato... ¡Mucho peor! ¡Me lavé las manos en sangre! ¡En mi propia sangre!... Ya casi lo tenía todo olvidado...El tiempo es una gran pala que no deja de sepultarnos con su húmeda arena...pues bien, digo que yo ya lo tenía olvidado, hasta que... ¿Pero por qué Dios?...
En ese momento, le interrumpí con aplomo:
- No mezcle al de arriba con la inmundicia generada aquí abajo.
Entonces continuó con su retahíla:
- Le vi...en el mismo museo...me quiere a mí...se quiere vengar, porque le fastidié la vida, o mejor dicho... ¡La muerte, que para él era más importante!...Pero deje, deje su señoría que me calme, que llegue a mi la lucidez, el candor del ser supremo, para enderezar mi camino, antes de perderme por siempre...Se lo contaré todo, hasta el último detalle.
Y empezó la historia de su desgracia, que ya te aviso, está cargada de locuras y tonterías, pero viene al caso, esta noche tan tétrica, estas fueron sus palabras, amalgamando el balbuceo de palabras escupidas entre respiraciones:
- Vladimir (o así le llamábamos, nunca llegamos a saber su verdadero nombre) nació en algún país del Este, donde se podría decir que aún existe el sistema feudal.
Sus padres eran los dos unos míseros borrachos y murieron fruto de esta debilidad cuando el pequeño contaba a penas con seis años de edad.
Huérfano, quedó al cuidado del abuelo paterno, única familia viva que le quedaba. Pasaron penurias, hambre, vejaciones...y lo que más marcó al pequeño fue que una gélida tarde de Enero el abuelo estiró la pata en una acera, sin previo aviso. El anciano no tenía donde caerse muerto y eso pareció sacudir al niño (de doce años) como un seísmo. A sus padres a penas los había conocido, pero aquel anciano bueno y pobre como las ratas, maltratado por la vida, no tenía un triste cajón de pino para resguardar sus restos de cara a la eternidad. ¿Qué tenía que hacer?
Entonces, el pequeño Vladimir, con su corta edad, pero de inteligencia y audacia inauditas se juró no acabar nunca de esa manera. Podía pasar mil penalidades en la vida, podía nevar, le podían azotar, comería migas de pan cubiertas de vómitos del suelo si hacía falta...pero su entierro...su entierro sería de lo más decente.
De esta manera el sepelio se transformó en el leitmotiv de su vida.
Dicen que vagabundeó por las calles haciendo todo tipo de trabajos a cual más humillante para un chiquillo de su edad, pero en el interior del huérfano ardía una llama de dignidad que pronto habría de tornarse en una llama de demencia, en el centro del impacto desde el que se distribuyen todas las grietas en una tinaja humana.
Afortunadamente, por vez primera en su corta vida, una dama de la alta sociedad, puesta al corriente de tan trágica historia, se apiadó y como regalo de Navidad, pidió a su marido (el banquero del pueblo vecino) que financiara un viaje al chiquillo a la tierra de las oportunidades. Hay que decir que en aquellos días (y en los nuestros aún) la caridad era el movimiento vanguardista de la alta sociedad femenina y aquel pobre Expósito le vino como anillo al dedo a la señora Palinova.
Bueno, el hecho es que Vladimir llegó a América a los quince años de edad. Allí comenzó a trabajar con tesón y pronto se ganó sus primeros sueldos.
"Ya pronto me llegará para un cajón de roble", se repetía el mocoso cada noche soñando con su merecido entierro. Todo parecía ir sobre ruedas, pero el destino es jugador y curioso y vino a recordarle al adolescente que tenía un material hereditario al que obedecer.
Así empezó la historia de Vladimir con el elixir que se llevó las almas de sus breve-amados padres.
Cuando el joven bebía, el iris y las pupilas perdían el norte y parecían mirar a otro mundo más vil y cruel, fuera del alcance de los mortales corrientes, la sonrisa cáustica y los cabellos rizados acababan de moldear esa estatua de prófugo del Hades.
Pasaba los días trabajando y las noches empinando el codo, de manera que la balanza entre gastos e ingresos se tambaleaba quejumbrosa y el pequeño nicho con el que ahora soñaba parecía cada día más lejano.
El amor hizo su entrada en escena del brazo de la jovencita hija de una familia acaudalada que más que nada por acto de rebeldía y sin saber muy bien cómo, se convirtió en la esposa de aquel forastero del Este.
El joven logró someter a sus tenebrosas raíces movido por su mujer, que resultó ser un ángel, durante algún tiempo. Pero todo se vino abajo cuando la esposa, recelosa de las promesas de Vladimir descubrió que guardaba un ochenta por ciento de su salario para un fin que él no le quería explicar. Tras una discusión acalorada, Vladimir le confesó que estaba guardando el dinero para construir un panteón familiar.
Dicho así, podría sonar un poco macabro, pero quizás desde los ojos de una joven esposa ingenua podría parecer una preocupación ,sólo un tanto exagerada, de un futuro padre de familia, pero la cara de Vladimir (envuelta de una férrea barba que él dominaba como buenamente podía con las cuchillas de afeitar) explicando sus planes de futuro, con todo lujo de detalles de los ornamentos, las vidrieras, el emplazamiento exacto...acabaron por declarar vencedora a la primera hipótesis, de manera que ni que decir tiene que la joven huyó despavorida y pidió mil perdones a los padres por sus excursiones de mocedades.
Vladimir recayó en la bebida y esta vez como el auténtico Dios Baco del lugar, frecuentaba una taberna por la que yo me dejaba caer de vez en cuando. Era esquivo, siempre tiritaba y era imposible arrancarle palabra. Toda su historia la supimos por el boca a boca del pueblucho. Sólo cuando el alcohol le había vencido ,cercana la madrugada, empezaba a entonar sus cánticos habituales:
" Asistiréis todos vosotros, pobres diablos, a un funeral digno de un faraón mismo. Desde el nacimiento, un hombre de bien ha de procurarse ya el techo de la eternidad, eso debería hacer todo hombre digno. Morir en la calle...¡Que horror!¡Que vulgaridad! "
Y cuando llegaba a esos momentos de exaltación los ojos parecía que le iban a explotar y el rostro pálido se le estrechaba hasta parecer una calavera.
Aunque me de vergüenza confesarlo, creo que no sólo yo lo sentía, en esos momentos de frenesí parecía un ser venido de los mismos infiernos y a los presentes nos sacudía una especie de ventisca helada que nos hacía pensar en cómo sería nuestro último hálito antes de expirar.
Cada vez más demacrado por la intensidad en los trabajos transtornados por la resaca, Vladimir empezó a ver que sus cuentas se disparaban, iba de cabeza al precipicio.
Llevaba varias semanas sin trabajar y estaba fuera de sí, en el rincón de la tasca parecía una sombra que cada día ganaba más transparencia. Además Alan ,el tabernero,le había puesto un ultimátum que pensaba cumplir a raja tabla "Aquí no mantenemos a parias".
Fue un milagro para él la llegada de ese hombrecillo que nos ofreció (a los parroquianos quiero decir) trabajo en una obra nueva no muy lejos del barrio.
Vladimir resucitó y el combate entre su defecto congénito y su...llamémosle voluntad de acero o demencia precoz se reavivó.
Le despidieron justo el día en que consiguió reunir el dinero exacto para el entierro más pobre ,dentro de los decentes, que ofrecía la funeraria local.
Exaltado por el éxito decidió ir a celebrarlo. Recuerdo que cuando entró por la puerta le temblaban las manos y parecía estar en ese estado metafísico que sólo adquiría bajo el influjo de los licores. Entonces llegó una nueva decisión difícil:
" Es cierto que nunca había llegado a la cifra necesaria, siempre estaba un poco lejos, pero...tampoco me moriré mañana. Podría pedirle a Alan, ahora que llevo varias semanas pagando las cuentas religiosamente que me fíe el salario de mañana...y así si no como, pues mejor...más cerca estará el día en que...bueno mañana por la tarde iré a la funeraria y..."
Supongo que los pensamientos del desdichado Vladimir irían por ahí. Pero de nuevo le jugó el destino una mala pasada cuando el tabernero se negó a fiarle ni un centavo más, entonces a pesar de visualizar ya con placer su entierro faraónico, decidió tomarse un respiro, un breve respiro.
Pero la noche fue voraz y Vladimir empezó de nuevo a dilapidar su pequeña fortuna. Después de la primera vino una segunda,luego una tercera y así en adelante.
Cuando reparó en su estado de trance había gastado medio jornal y empezó a respirar agitadamente, las aletas de la nariz se le empezaron a inflar y un rostro de serpiente se apoderó de sus facciones.
Y fue entonces cuando entré yo en todo el sarao. Vi a Vladimir entrar tambaleándose en el baño. Movido más que por mi cristinianismo, por la oscura sensación de curiosidad y por la sed de botín me escapé tras él.
Lo que allí vi no ha dejado de torturarme día y noche desde entonces. Por eso mismo hoy pongo fin a esta mísera existencia que quedó marcada con hierro candente en mi espíritu desde aquella fatídica noche.
Vladimir parecía un muerto y se miraba al espejo, hablaba solo, balbuceaba sin sentido, pero paré toda mi atención y empecé a comprender sus murmullos:
" Tú dame las monedas que me faltan y yo me beberé ese vaso, te lo prometo", decía con voz perdida, entonces él mismo se contestaba, pero en un tono como venido de los mismos infiernos donde arde el fuego eterno: "Primero bébete el elixir y luego tendrás tu recompensa, podrás reunir el último montón. Y entonces te levantarán cuatro forzudos, un séquito de plañideras rascarán el frío suelo con sus uñas y todo el pueblo, la nación, la humanidad entera llorará tu muerte y quién sabe, tal vez se emocionen tanto que decidan construirte un panteón o una ciudad funeraria, cerca de las pirámides de egipto, porque has luchado como un león por un destino digno de un faraón. Pero adelante bébete esto que te recomfortará, un cadáver que apesta a alcohol no es glorioso, el embalsamador también ha de llorar tu preciada muerte, este brebaje te quitará las ansias etílicas, adelante confía, es dorado como el oro este líquido, porque es precioso, formaba parte del tesoro del rey Salomón y yo te lo he traído, porque es un premio, duerme a los bajos instintos..."
Después de oír este escalofríante relato, me tapé la cara, me arrodillé, pero seguí observando. En el espejo, se lo juro por la misma vida que voy a tirar ahora mismo por la borda, no veía a Vladimir, sino a un musculoso joven de piel tostada con una recortada barba de chivo, por Dios se lo juro señor que era un egipcio mismo el que alzaba el cáliz con el brebaje dorado y se lo llevaba a la boca. Si no hubiese sido por el ruido patético de un ser repugnante atragantándose al otro lado, jamás hubiera apartado la vista de aquel espejismo, de aquella figura ancestral que brillaba por su solemnidad. Lo que vi en el mundo real, en este lado del espejo, me sacudió como un golpe de una pesada pala de hierro: Vladimir cogía las sucias monedas que le quedaban en los bolsillos y se las tragaba con angustia, hacía unos ruidos propios del último coletazo de un animal antes de morir y las venas del cuello se le hinchaban a la vez que se movían con arítmicos movimientos de ahogo.
Aterrado y sin saber que hacer volví a mirar al cristal y la imagen de aquel ser ultraterreno seguía allí, sólo que ahora estaba apurando la copa, entonces cuando hubo acabado, el espejo empezó a temblar, se infló como el estómago de una vaca y acabó por explotar.
Cuando me di cuenta que se avecinaban los pasos de los clientes del bar o de Alan el tabernero seguramente alertados por el estallido, me agaché, cogí las pocas monedas que le quedaban en la boca al moribundo y salí a toda pastilla dando eses, esquivando los golpes de los que venían y tirando varios taburetes. Salí por la puerte y me escabullí por las callejuelas con mi brillante botín empapado de babas sanguinolentas.
Desde entonces nada me había vuelto a suceder, mi memoria había conseguido bloquear ese acto execrable que realicé aquella noche y el rumbo de la vida me llevó al viejo continente.
Ha sido esta misma tarde cuando paseando por el museo egipcio se me han helado todas las venas del cuerpo al ver la estatua de aquel ser abominable, su mirada me ha abrasado el alma.
Es curioso, pero hasta hoy nunca había sentido nada ultraterreno, todas esas historias absurdas, cuentos de viejas... pero desde que conocí a Vladimir empecé a sentir un leve cosquilleo de los enigmas que no podemos ver, que sólo sentimos de una forma inconsciente y en muy raras ocasiones. Hoy aquel monstruo ha firmado mi sentencia, me ha condenado por siempre y en honor al desgraciado Vladimir mi cuerpo se lo han de comer los peces cuando el Po me duerma para siempre...¡Ay mi buen señor! Haga usted como el condenado Vladimir y búsquese una buena caja para la otra vida, hoy lo siento, siento que un entierro decente es el mejor colofón a la vida. ¡Viva el profeta Vladimir! ¡Viva la vida por la muerte! -
-Dicho esto no quiso conversar nada más, de hecho yo estoy convencido que sólo era consciente de mi presencia a ratos y se tiró al vacío.
En fin, como ya te dije cuando llegaste, Turín es una bella ciudad repleta de locos, hay gente muy rara rondando las calles, pero hay que admitir que algunos son extrañamente originales-
Acabado el relato, el carabiniero elegido fija su mirada en las oscuras aguas del río ensimismado en pensamientos o fingiendo estarlo.
Es una noche monstruosamente preñada de oscuridad y a juzgar por el rostro afectado del joven carabinero, el superior debería dedicarse a la literarura de la sugestión y colgar la porra.
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