jueves, 3 de mayo de 2012

El cielo de Barcelona

Hacía tiempo que no estaba en Barcelona y ahora fatigado miraba cada centímetro cuadrado de su preciosa cara desde lo alto de Mont Juïc.
Por lo que me habían comentado mis familiares los días anteriores a mi llegada la primavera jugaba a ser la niña desobediente y pese a algún desliz ,como el verde exuberante de los árboles, no daba signos de querer hacer los deberes.

 Pero yo llegué.

 Llegué a lo alto de ese montículo , donde de vez en cuando despedimos a algún ser querido bajo la atenta vigilancia del Leviatán Mediterráneo y no podía dejar de sentir el latido de mi dulce madre: Por esa cuadrícula de edificios amontonados, antiguos obreros y empresarios se disputaban el muy honorable oficio de los haraganes y lunáticos de antaño; infinitos jóvenes freían patatas en las aún más incontables trampas del capital y la globalización para pagar el piso, la universidad, las drogas, depende; muchos perros se preguntaban por qué hoy en día rondaba tanta gente por la calle haciendo más arduo y enojoso uno de los cometidos vitales del can: el minar las calles de zurullos.
No hay espacio, ni tranquilidad. Imposible relajarse con tanto rostro contemplando todo y nada, perdido en la atmósfera gris.
 Las palomas, por el contrario, no daban crédito a su alegría de tanto objetivo a la vista, pero de todas maneras también se cagaban en todo. Se cagaban en todo al sentir esa especie de capa densa que asfixiaba a todos, animales y humanos, en la acogedora ciudad mediterránea. Todo el mundo lo sentía, pero trataba de simplificar esa aura misteriosa, esa rara noción de que una olla está hirviendo con la escueta y desnuda formulación en boga de todos: crisis.

 Y al pensar en ese maldito vocablo usado sin ningún tipo de pudor por una inmensa cantidad de bocas, me venían a la cabeza personas con rostro propio. Así es, ningún rostro es repetible, no lo es. Así se me aparecían ahora tantos fantasmas de conocidos relieves, cada uno con su particular losa en la espalda. Mis conocidos directos.
Y todos: No hay pan, no hay comida, no hay seguridad, no hay diversión. Hay deberes, hay penas, habían tiempos mejores, hay cadenas, hay obligaciones, hay incertidumbre, hay separación, relaciones lejanas, impedimentos, cansancio, miseria, cobardía.

 A veces el tiempo parece tan limitado, la existencia tan desbordante...Todo eso me pesaba más que a los gordos barbudos de los récord guiness el camión de turno. Y no podía dejar de repetirme: "Antes de que la ola venga y lo anegue todo, me gustaría poder abrazar, conversar, reír y llorar con una forma, qué se yo, un amasijo de sustancia que representara a todos mis paisanos que no aciertan a llorar, sólo esperan, sólo se resignan, sólo aguardan impotentes y quejumbrosos."

 Entonces con la cabeza envuelta en tan pesada carga, una lágrima cristalizó en mi rostro, y avergonzado alcé la cabeza. Fue entonces cuando fui testigo del apoteósico cielo de Barcelona, con sus rosadas y anaranjadas nubes, eternos cojines de Dioses. Fue entonces cuando unas ganas locas de estallar en mil lágrimas de alegría me sacudieron al ver cómo ese ejército de algodones, de suaves caramelos, impulsados por el cálido aliento del sabio Sol se infiltraba por las calles, llenando con sus livianas formas cada oficina, cada aula, cada sala en el hospital, cada calle, cada rostro, tapiando cada boca donde antaño se gestara esa odiosa palabra ya pronto olvidada por la humanidad.

 Y fue así como se cargaron las nubes de lágrimas de alegría para las legendarias lluvias de los Cien Años.

1 comentario:

joan dijo...

brutal. gracias!