Seguía el camino con paso fatigado. Hacía ya algún tiempo que el viento había cambiado de dirección, mejor dicho de sentido, si antes me impulsaba no sólo aliviando mis articulaciones, sino oxígenando todo mi interior, ahora hacía de cada paso un suplicio, aturdía la mente y ensordecía a los oídos con su silbido hiriente.
Mi guía ,el curso del río, parecía estar compinchado con la sabia pero inclemente señora del lugar, la Montaña de Mefistófeles y me llevaba dando rodeos no sé ya cuántas lunas.
De pronto me sorprendió un objeto blanco en el agua, me acerqué: un blanquibarbudo anciano se agarraba de una roca del río con fuerza desproporcionada con su vejez. Corrí en su auxilio, pero provocando al peligro como un niño travieso soltó una mano para hacerme signos de que no me acercara.
Insistí y al fin después de una mirada fría y vieja, sí vieja, sonrió y se pusó a gritar:
"En la cima el digno se siente como en la placenta, un estado en el que sólo se recibe, sin pausa. Los vientos frescos circulan a sus anchas obsequiando a todo aquel dispuesto a escuchar con las palabras y notas más ancestras.
Uno de esos discípulos del oído expresó el sentimiento que se experimenta en las solitarias cúspides con gracia genial: "En la nada encontrarás el todo".
Ese todo es la exaltación de la mente humana, copulación con lo divino: un rito en el que formas, colores, imágenes, melodías, juegos...centellean con soberbia apabullando a la rutinaria mediocridad que vacía el cáliz de la vida plena con maldad. ¿Si es el cáliz de la vida plena, cómo se puede permitir que no se llene cada vez que el astro rey se asoma para suplir a su puntiaguda aliada en la guardia? Sí, digo bien ,puntiaguda, porque aquí sólo hay menguante, bueno cosas de viejos...
Aún más: Sin saber siquiera cómo es esa copa, cómo brillan con fuerza derivada de oscuros sortilegios sus esmeralda y rubíes incrustados, muchas almas creen actúar en favor de su sed y con sus toscos esfuerzos consiguen todo lo contrario: El engañoso derroche del jugo preciado.
En todo esto juega el agua de los ríos un papel crucial y maquiavélico: la corriente incansable impide el avance y ese oscuro Dios que se esconde dejando ver sólo las manos con uñas largas y sucias con las que maneja los hilos en este movimiento eterno, no tiene suficiente con el poderoso hechizo de la contracorriente sino que todavía le es necesario plagar el recorrido de puntiagudas rocas y obstáculos de su calaña.
Así llevo ya ciento dos años subiendo la corriente, aunque la verdad es que el camino tampoco hubiera sido mala idea, pero ya de niño soñaba con ascender "el Mefisto" en las condiciones más adversas."
Vivimos una pausa silenciosa en la que yo me apropié de todo cuánto había oído y él pareció fundirse en sí mismo, me dispusé a preguntarle algo, pero no me concedió el deseo: "Ya ha sido suficiente, no digas nada, que lo mismo es el propio Demonio el que habla por mi boca para seducirte. Sólo una última cosa más, no me juzgues del todo mal .¡sí! ¡no me mires así!, los que aspiramos a la cúspide tenemos el derecho o la desventaja de tener que juzgar cuánto vemos , oímos o sentimos por aquí. Digo que no me juzgues mal por mi facilidad de diálogo, ya que fuiste tú el que me encontraste y esto no ha sido más que un intercambio comercial, yo te he dado mi saliva y tú tus paciente oídos, ahora bien guárdate de juzgar del mismo modo allá abajo si es que decides bajar en algún momento, porque es allí donde hombrecillos cargados con títulos u honores que les encorvan hasta hacer de su apariencia la más grotesca figura, despilfarrarán su necia saliva sin esperar siquiera a que coincidan vuestras miradas ensuciando tus sentidos con su penosa desdicha.
Ni un segundo les dediques ,pués sólo escupen veneno y dicen proclamarlo a los cuatro vientos, cuando todos los que alguna vez hemos pisado estas alturas, aunque demoníacas, sabemos que allí está el ambiente cargado de pestilencia y que el aire puro no existe más abajo. ¿Has visto?Aún te he dado algo más a cambio, antídoto de veneno, no se qué hace un espíritu benévolo como yo por aquí, de veras que no lo sé..."
Y mientras nadaba con extrema dificultad, pero alegría hacia arriba, seguía hablando aunque no para mis oídos, porque hacía algunos minutos que había dado el negocio por finalizado.
Entonces sentí la llama en mis adentros arder con furia exacerbada y después de ver algunas imágenes en las que aparecía el laberinto interminable, salió de mí una determinación: Bajaré con gusto por el tobogán de agua contra el que lucha el anciano, haré lo que tenga que hacer con el martillo y el laberinto, auxiliado por el antídoto de mi benévolo amigo y luego valiéndome de su ejemplo a lo mejor nado un tramo.
lunes, 22 de septiembre de 2008
jueves, 11 de septiembre de 2008
El manicomio
Se levantó algo cansado. En el espejo de la habitación le miraba con inquisición un hombre con barba algo canosa y llamativas ojeras. Se había pasado la noche leyendo. Si no se apresuraba no llegaría a la hora de la primera consulta, se vistió a toda prisa y dio dos golpes con el puño cerrado en la pesada puerta. De inmediato se abrió acompañada de un ruido pesado.
A penas se detuvo a saludar al vigilante y se metió a toda prisa por el pasillo principal. Pasó por el comedor como un rayo, el vaso de leche de un sorbo y el trozo de pastel lo engulló.
Mientras torcía por el pasillo de la derecha, el que está asomando al patio interior, aún masticaba el dulce.
Al fin llegó. Le abrieron la pesada puerta y no se lo pensó dos veces, se metió en la habitación. En una esquina estaba agazapada con los brazos rodeando las rodillas y escondiendo la cabeza.
"Buenos días, siento el retraso, es que ayer estuve leyendo hasta tarde y hoy me ha costado levantarme. ¿Cómo está usted?" , se disculpó. " Bien" ,contestó una voz melancólica. "¿cómo está su pequeño? ", preguntó. La mujer extendió uno de los brazos indicando una dirección a la vez que alzaba la cara y se llevaba el dedo índice a los labios "shhhhhht. No haga ruido que ahora duerme, no sabe, doctor, lo que me ha costado que se duerma, estoy exhausta". No se acercó al lugar que indicaba ella porque sabía que no había cuna alguna, pero asintió siguiéndole la corriente.
" ¿Tiene hambre?" , pero la mujer parecía no haber oído la pregunta o no querer oírla, cantaba susurrando una canción de cuna.
"Doña Ofelia, ¿Tiene usted hambre?" esta vez lo dijo en un tono más alto y chasqueando los dedos. "No doctor, la madre la mece....la madre la besa...." .
Entonces empezó a anotar en su cuaderno todo lo que había visto, explicando que a penas podía observar evolución alguna en la paciente. Cuando acabó de redactar el informe, se acercó a ella y con extrema suavidad y calma le tocó un hombro. "la madre la besa...porque el bebé no cesa...la madre la mece...y no duerme, no se lo merece...", así seguía cantando la mujer con la mirada perdida sin dar signos de notar el contacto con aquel hombre. Con tristeza se apartó dejando a la paciente exactamente como estaba al llegar y añadió con voz paternal: "Doña Ofelia, no se olvide hoy de dar el paseo de la tarde y recuerde: cuente los pasos, cuéntelos" y se marchó.
"¡Qué difícil resultaba distraer a esa mujer de su pena!" pensaba mientras bajaba las escaleras, " a ver si contando sus pasos consigue despejar algo la mente". Casi sin darse cuenta, ensimismado con sus pensamientos había llegado a la planta subterránea.
Por el camino se había cruzado con un par de enfermos y enfermeros y todos le habían saludado con cordialidad "buenas doctor" y el había contestado mecánicamente, porque no se había dado cuenta de sus respuestas hasta ahora.
De nuevo le abrieron una pesada puerta y se adentró en un nuevo mundo.
"Buenos días. ¿Cómo estamos de ánimo esta mañana emperador?" . Un hombrecillo menudo que llevaba algo parecido a un sombrero en la cabeza que pretendía emular al de Napoleón Bonaparte enseguida rechistó: "¿Cómo quiere que esté el ánimo joven? ¿Usted se puede creer que de 650 000 hombres que entraron en la maldita Rusia sólo 40000 cruzaron el río Berezina en Noviembre? ¿Sabe cómo le llamo yo a eso? ¡Cobardía y conspiración! Es curioso, ¿se ha dado cuenta? Todos los grandes males empiezan por "co". Excepto la constitución", hizo una pausa, miró al doctor que estaba serio y le observaba con atención, "Pensará que estoy majareta o desquiciado, la cosa es que lo que yo he vivido muchacho no se lo podría usted imaginar..." entonces le cortó el doctor: " ¿Qué le parece el nuevo régimen del comedor?" .
El anciano pareció volver a su realidad material " ¡Qué quiere que le diga!Ya me cansa tanta repetición, lo mismo los Lunes, los Miercóles y los Viernes, ¡dichosas lentejas! " todo esto lo dijo gesticulando en demasía.
El doctor anotó varios comentarios con una sonrisa asomando entre su canosa barba, le dio unas palmadas al viejo que le respondió con un gesto de "váyase usted a hacer puñetas" y golpeó la puerta para poder salir.
"Por lo menos es consciente del día en el que vive, sabe que la fantasía de proclamarse Napoleón, es más bien eso, una fantasía. No es tan extraño, supongo que muchas personas con la edad acaban confundiendo los hechos que les explicaron, que leyeron con los que realmente experimentaron, es decir, la realidad material con los años se acaba fundiendo con experiencias nunca vividas y acaba sustituyendo a la verdadera realidad material de aquel entonces. "
Aún seguía pensando esto en el comedor mientras degustaba las "amadas" lentejas del viejo.
Se tomó el café mientras anotaba todas sus impresiones, explicando con todo detalle las observaciones minuciosas que había llevado a cabo esa mañana, que no forman parte de este relato por ser exhaustivas y extensas.
Cuando dieron las cinco fue al jardín. Allí le esperaba sentado uno de los pacientes más desquiciados, el médico, le llamaban. Tenía cara de judío, era su rasgo más llamativo, porque contrastaba con el resto de personas del centro.
Había sido un hombre de buena familia que perdió a su padre por un error médico, una neumonía mal curada, su madre cayó enferma dos semanas más tarde, y como se suele decir, murió de pena.
El muchacho era algo inseguro y obediente, sobretodo era un tipo familiar. De pronto se encontró solo en este mundo y no pudo menos que echarse la culpa de todo, como no tenía agallas para escupir verdades a la cara del médico denunciando su falta de profesionalidad, encerrado en su piso durante varios meses, acabó por agenciarse la identidad del doctor, para cargar con toda la culpa. Era un proceso psicológico complejo.
Por lo menos ese era el historial del paciente más interesante de todos, el "médico", según el propio director del centro que se lo había explicado en persona hacía tres meses, al aceptar él este puesto, pidiéndole mucha comprensión y sobretodo "naturalidad con este paciente en particular". Incluso le exigió que le siguiera la corriente, todos los demás profesionales lo hacían, porque de momento era lo más seguro. Le tranquilizó saber que no era para nada un hombre agresivo y por eso las consultas las solían hacer en un banco al aire libre o paseando por el jardín, eran ratos amenos.
"Buenas tardes doctor" le saludó sintiéndose algo raro, pués era como si se saludase a él mismo.
El hombre con bata blanca sonrió: "Buenas tardes Jorge, ¿cómo se encuentra usted hoy?" . Desde luego era un tipo interesante, pensó para sus adentros: "Bien, algo fatigado porque no dormí mucho, ayer estuve leyendo hasta tarde" y bajó la mirada para parecer más inseguro a la vez que balanceaba el cuerpo.
"Ah!¿ Y qué leía si se puede saber?" , contestó el hombre con bata mostrando sincero interés. Se metía tan bien en su papel que a veces Jorge pensaba de verdad que era él el paciente.
"Pués verá: El nuevo testamento, la divina comedia y ya al final Ecce homo de Nietzsche".
Reaccionó afirmando con autoridad cómo aprobando el testimonio, pero en su cabeza parecían bullir ideas de todo tipo.
" ¿Y qué le parece este jardín?", así pasaron el resto de la tarde manteniendo una conversación ajena a cualquier tema de enajenación y acabaron disfrutando de la puesta de sol en silencio.
Entonces se despidieron y con la sensación de haber vivido un día fructífero se encerró en su despacho, desde fuera cerraron con llave y eso le tranquilizó, pués el día de su ingreso en el manicomio, el director del centro, un argentino de reconocido prestigio, le había explicado que debían tener ciertas precauciones porque "habían algunos pacientes violentos difíciles de controlar por ser terriblemente paranoicos". Por eso le cerraban dos guardias en su despacho con llave.
Las noches las pasaba devorando libros y tomando notas, buscando teorías... el resto del tiempo visitando a pacientes.
Era un trabajo solitario y como él sólo tenía un hermano no le importaba que las visitas fueran muy restringidas debido a la seguridad, los viernes sin falta el hermano con expresión lúgubre cruzaba los pasillos. Ése viernes ,como todos, al llegar a la celda preguntó casi sin fuerzas " ¿Cómo sigue?" , los guardias como de costumbre agacharon la cabeza meneándola de un lado a otro y entonces sabía que tendría que sufrir otro viernes desagradable: después de la deprimente visita tendría que escuchar las fingidas esperanzas del joven médico con cara de judío seguidas de sus amenazas "hacemos mucho por su hermano, espero que lo comprenda, pués está terminatemente prohibido que los enfermos se paseen por otras celdas y aún más haciendo más difícil nuestro trabajo, confundiendo a los pacientes y exprimiéndolos.Como usted comprenderá esta flexibilidad no es puro altruismo, el centro tiene algunos agujeros..."
Al fin hizo de tripas corazón, suspiró y abrió la puerta.
Jorge estaba sentado escribiendo en su "mesa", al oír el ruido de la puerta no desvió la mirada y se limitó a decir - "Adelante, adelante".
A penas se detuvo a saludar al vigilante y se metió a toda prisa por el pasillo principal. Pasó por el comedor como un rayo, el vaso de leche de un sorbo y el trozo de pastel lo engulló.
Mientras torcía por el pasillo de la derecha, el que está asomando al patio interior, aún masticaba el dulce.
Al fin llegó. Le abrieron la pesada puerta y no se lo pensó dos veces, se metió en la habitación. En una esquina estaba agazapada con los brazos rodeando las rodillas y escondiendo la cabeza.
"Buenos días, siento el retraso, es que ayer estuve leyendo hasta tarde y hoy me ha costado levantarme. ¿Cómo está usted?" , se disculpó. " Bien" ,contestó una voz melancólica. "¿cómo está su pequeño? ", preguntó. La mujer extendió uno de los brazos indicando una dirección a la vez que alzaba la cara y se llevaba el dedo índice a los labios "shhhhhht. No haga ruido que ahora duerme, no sabe, doctor, lo que me ha costado que se duerma, estoy exhausta". No se acercó al lugar que indicaba ella porque sabía que no había cuna alguna, pero asintió siguiéndole la corriente.
" ¿Tiene hambre?" , pero la mujer parecía no haber oído la pregunta o no querer oírla, cantaba susurrando una canción de cuna.
"Doña Ofelia, ¿Tiene usted hambre?" esta vez lo dijo en un tono más alto y chasqueando los dedos. "No doctor, la madre la mece....la madre la besa...." .
Entonces empezó a anotar en su cuaderno todo lo que había visto, explicando que a penas podía observar evolución alguna en la paciente. Cuando acabó de redactar el informe, se acercó a ella y con extrema suavidad y calma le tocó un hombro. "la madre la besa...porque el bebé no cesa...la madre la mece...y no duerme, no se lo merece...", así seguía cantando la mujer con la mirada perdida sin dar signos de notar el contacto con aquel hombre. Con tristeza se apartó dejando a la paciente exactamente como estaba al llegar y añadió con voz paternal: "Doña Ofelia, no se olvide hoy de dar el paseo de la tarde y recuerde: cuente los pasos, cuéntelos" y se marchó.
"¡Qué difícil resultaba distraer a esa mujer de su pena!" pensaba mientras bajaba las escaleras, " a ver si contando sus pasos consigue despejar algo la mente". Casi sin darse cuenta, ensimismado con sus pensamientos había llegado a la planta subterránea.
Por el camino se había cruzado con un par de enfermos y enfermeros y todos le habían saludado con cordialidad "buenas doctor" y el había contestado mecánicamente, porque no se había dado cuenta de sus respuestas hasta ahora.
De nuevo le abrieron una pesada puerta y se adentró en un nuevo mundo.
"Buenos días. ¿Cómo estamos de ánimo esta mañana emperador?" . Un hombrecillo menudo que llevaba algo parecido a un sombrero en la cabeza que pretendía emular al de Napoleón Bonaparte enseguida rechistó: "¿Cómo quiere que esté el ánimo joven? ¿Usted se puede creer que de 650 000 hombres que entraron en la maldita Rusia sólo 40000 cruzaron el río Berezina en Noviembre? ¿Sabe cómo le llamo yo a eso? ¡Cobardía y conspiración! Es curioso, ¿se ha dado cuenta? Todos los grandes males empiezan por "co". Excepto la constitución", hizo una pausa, miró al doctor que estaba serio y le observaba con atención, "Pensará que estoy majareta o desquiciado, la cosa es que lo que yo he vivido muchacho no se lo podría usted imaginar..." entonces le cortó el doctor: " ¿Qué le parece el nuevo régimen del comedor?" .
El anciano pareció volver a su realidad material " ¡Qué quiere que le diga!Ya me cansa tanta repetición, lo mismo los Lunes, los Miercóles y los Viernes, ¡dichosas lentejas! " todo esto lo dijo gesticulando en demasía.
El doctor anotó varios comentarios con una sonrisa asomando entre su canosa barba, le dio unas palmadas al viejo que le respondió con un gesto de "váyase usted a hacer puñetas" y golpeó la puerta para poder salir.
"Por lo menos es consciente del día en el que vive, sabe que la fantasía de proclamarse Napoleón, es más bien eso, una fantasía. No es tan extraño, supongo que muchas personas con la edad acaban confundiendo los hechos que les explicaron, que leyeron con los que realmente experimentaron, es decir, la realidad material con los años se acaba fundiendo con experiencias nunca vividas y acaba sustituyendo a la verdadera realidad material de aquel entonces. "
Aún seguía pensando esto en el comedor mientras degustaba las "amadas" lentejas del viejo.
Se tomó el café mientras anotaba todas sus impresiones, explicando con todo detalle las observaciones minuciosas que había llevado a cabo esa mañana, que no forman parte de este relato por ser exhaustivas y extensas.
Cuando dieron las cinco fue al jardín. Allí le esperaba sentado uno de los pacientes más desquiciados, el médico, le llamaban. Tenía cara de judío, era su rasgo más llamativo, porque contrastaba con el resto de personas del centro.
Había sido un hombre de buena familia que perdió a su padre por un error médico, una neumonía mal curada, su madre cayó enferma dos semanas más tarde, y como se suele decir, murió de pena.
El muchacho era algo inseguro y obediente, sobretodo era un tipo familiar. De pronto se encontró solo en este mundo y no pudo menos que echarse la culpa de todo, como no tenía agallas para escupir verdades a la cara del médico denunciando su falta de profesionalidad, encerrado en su piso durante varios meses, acabó por agenciarse la identidad del doctor, para cargar con toda la culpa. Era un proceso psicológico complejo.
Por lo menos ese era el historial del paciente más interesante de todos, el "médico", según el propio director del centro que se lo había explicado en persona hacía tres meses, al aceptar él este puesto, pidiéndole mucha comprensión y sobretodo "naturalidad con este paciente en particular". Incluso le exigió que le siguiera la corriente, todos los demás profesionales lo hacían, porque de momento era lo más seguro. Le tranquilizó saber que no era para nada un hombre agresivo y por eso las consultas las solían hacer en un banco al aire libre o paseando por el jardín, eran ratos amenos.
"Buenas tardes doctor" le saludó sintiéndose algo raro, pués era como si se saludase a él mismo.
El hombre con bata blanca sonrió: "Buenas tardes Jorge, ¿cómo se encuentra usted hoy?" . Desde luego era un tipo interesante, pensó para sus adentros: "Bien, algo fatigado porque no dormí mucho, ayer estuve leyendo hasta tarde" y bajó la mirada para parecer más inseguro a la vez que balanceaba el cuerpo.
"Ah!¿ Y qué leía si se puede saber?" , contestó el hombre con bata mostrando sincero interés. Se metía tan bien en su papel que a veces Jorge pensaba de verdad que era él el paciente.
"Pués verá: El nuevo testamento, la divina comedia y ya al final Ecce homo de Nietzsche".
Reaccionó afirmando con autoridad cómo aprobando el testimonio, pero en su cabeza parecían bullir ideas de todo tipo.
" ¿Y qué le parece este jardín?", así pasaron el resto de la tarde manteniendo una conversación ajena a cualquier tema de enajenación y acabaron disfrutando de la puesta de sol en silencio.
Entonces se despidieron y con la sensación de haber vivido un día fructífero se encerró en su despacho, desde fuera cerraron con llave y eso le tranquilizó, pués el día de su ingreso en el manicomio, el director del centro, un argentino de reconocido prestigio, le había explicado que debían tener ciertas precauciones porque "habían algunos pacientes violentos difíciles de controlar por ser terriblemente paranoicos". Por eso le cerraban dos guardias en su despacho con llave.
Las noches las pasaba devorando libros y tomando notas, buscando teorías... el resto del tiempo visitando a pacientes.
Era un trabajo solitario y como él sólo tenía un hermano no le importaba que las visitas fueran muy restringidas debido a la seguridad, los viernes sin falta el hermano con expresión lúgubre cruzaba los pasillos. Ése viernes ,como todos, al llegar a la celda preguntó casi sin fuerzas " ¿Cómo sigue?" , los guardias como de costumbre agacharon la cabeza meneándola de un lado a otro y entonces sabía que tendría que sufrir otro viernes desagradable: después de la deprimente visita tendría que escuchar las fingidas esperanzas del joven médico con cara de judío seguidas de sus amenazas "hacemos mucho por su hermano, espero que lo comprenda, pués está terminatemente prohibido que los enfermos se paseen por otras celdas y aún más haciendo más difícil nuestro trabajo, confundiendo a los pacientes y exprimiéndolos.Como usted comprenderá esta flexibilidad no es puro altruismo, el centro tiene algunos agujeros..."
Al fin hizo de tripas corazón, suspiró y abrió la puerta.
Jorge estaba sentado escribiendo en su "mesa", al oír el ruido de la puerta no desvió la mirada y se limitó a decir - "Adelante, adelante".
miércoles, 10 de septiembre de 2008
Gracias querida urraca
Ayer me convencí de que casi sin darme cuenta he sido catapultado varios metros. Cuesta aceptar la altura, pero en cierto modo yo la he buscado.
Diez metros más abajo dejo a un nido de cuervos. ¿Cúales son sus cadenas para no dejarse llevar por la brisa que impulsa a la cima? La maldita valoración del poder de la masa, del gusto establecido de lo común, despreciando la "voluntad del querer", libre e individual. Me explico: un cuervo solo ha bastado para hacerme una revelación tan clara, con su oscuridad el contraste creo que me ha quedado claro.
Ese cuervo, o mejor dicho, esa urraca hablaba en nombre del resto de cuervos de su especie y su verdadera ley es: "¿No sabes enumerar y adornar lo que has hecho estos dos últimos meses?, pués que aburrido" ,clama su fatídica sentencia.
Entonces lo despertó en mí con sus gritos de urraca, despertó a ese gran leviatán que llevo dentro y que llevaba ya mucho tiempo dormido que empezó a golpear el pecho desde mi interior. Tanto rugió que me hizo más ligero, provocó una liberación de carga, a la vez que me mecía la suave brisa: " Si sintieras con mi piel y vieras a través de mis ojos un sólo instante, un segundo de mi existencia en estos dos meses, dentro de una habitación vacía, aún sin nada dentro, tu cerebro y tu alma de urraca explotarían de éxtasis indescriptible, de placer insoportable, quedando de ti tan sólo los restos esparcidos por todos lados, ofreciendo un cuadro macábro".
Sin esta carga me siento ahora más liviano, más cuando en esta nueva situación, en esta altura, leo dos nuevas verdades esculpidas en las rocas: " las convenciones quedaron ya en tierras planas, en tierras de urracas", "mejor un silencio entretenido que un alboroto sin sustancia".
Gracias querida urraca, cumples tu condición de enemiga al pie de la letra: eres una benefactora del que desprecias, gracias.
Diez metros más abajo dejo a un nido de cuervos. ¿Cúales son sus cadenas para no dejarse llevar por la brisa que impulsa a la cima? La maldita valoración del poder de la masa, del gusto establecido de lo común, despreciando la "voluntad del querer", libre e individual. Me explico: un cuervo solo ha bastado para hacerme una revelación tan clara, con su oscuridad el contraste creo que me ha quedado claro.
Ese cuervo, o mejor dicho, esa urraca hablaba en nombre del resto de cuervos de su especie y su verdadera ley es: "¿No sabes enumerar y adornar lo que has hecho estos dos últimos meses?, pués que aburrido" ,clama su fatídica sentencia.
Entonces lo despertó en mí con sus gritos de urraca, despertó a ese gran leviatán que llevo dentro y que llevaba ya mucho tiempo dormido que empezó a golpear el pecho desde mi interior. Tanto rugió que me hizo más ligero, provocó una liberación de carga, a la vez que me mecía la suave brisa: " Si sintieras con mi piel y vieras a través de mis ojos un sólo instante, un segundo de mi existencia en estos dos meses, dentro de una habitación vacía, aún sin nada dentro, tu cerebro y tu alma de urraca explotarían de éxtasis indescriptible, de placer insoportable, quedando de ti tan sólo los restos esparcidos por todos lados, ofreciendo un cuadro macábro".
Sin esta carga me siento ahora más liviano, más cuando en esta nueva situación, en esta altura, leo dos nuevas verdades esculpidas en las rocas: " las convenciones quedaron ya en tierras planas, en tierras de urracas", "mejor un silencio entretenido que un alboroto sin sustancia".
Gracias querida urraca, cumples tu condición de enemiga al pie de la letra: eres una benefactora del que desprecias, gracias.
Una pregunta inesperada
Barcelona es una ciudad que mejora con los años, o eso me parecía a mí en aquel momento de sensibilidad.
Caminaba embobado, pensando en todas las callejuelas que son afluentes de las Ramblas y me sentía muy cómodo.
En Plaza Catalunya abundaban los turistas: alemanes, suecos...en general de países más fríos, destacaban por su pelo rubio platino, o su piel encarnada por el sol mediterráneo. Algunos se paraban a ver las "gangas" del "top manta" y los africanos barceloneses aprovechaban la ocasión.
Yo caminaba fijándome en los rostros de la gente, habían de todo tipo y no me venían pensamientos profundos inspirados por esas imágenes, sólo me distraía.
De vez en cuando aparecía una venus y entonces si me paraba a pensar en la magnanimidad de la naturaleza por deleitar a todo joven como yo con tales obras de arte, sus apariciones eran como golpes de viento en plena urbe.
De pronto se acabó la mera observación y todo lo relacionado y empezó a abrazarme una sombra: tenía que preguntar.
Ahora miraba las caras con más aprensión mientras caminaba apurado. Todas me parecían extrañas, pero debía preguntar.
Localicé a una viejecilla delante de un semáforo que paseaba a su perro, seguí caminando en su dirección para darle el encuentro, pero en el último instante me lo repensé y la pasé de largo.
Un grupo de tres extrangeras, parecían italianas, vestidas a la moda y con gafas de sol grandes que las hacía parecer moscardones, a ellas sí les podía preguntar, pero al acercárme supe que la voz me jugaría una mala pasada y decidí buscar respuestas en otro sitio.
En un banco jugaban dos ancianos, uno parecía un indigente, al ajedrez. ¿Podría ser buena idea? Tenía que preguntar. Me acerqué con paso decidido, pero de nuevo la indecisión le ganó el pulso a la determinación y la seguridad.
De pronto, alguien, no recuerdo muy bien su cara, ni su olor, ni su voz me tocó la espalda y me susurró con claridad: ¿Quiere usted saber la hora?. Me limité a asentir con un escalofrío recorriendo todas las partes de mi cuerpo. "Pués son las nueve".
Caminaba embobado, pensando en todas las callejuelas que son afluentes de las Ramblas y me sentía muy cómodo.
En Plaza Catalunya abundaban los turistas: alemanes, suecos...en general de países más fríos, destacaban por su pelo rubio platino, o su piel encarnada por el sol mediterráneo. Algunos se paraban a ver las "gangas" del "top manta" y los africanos barceloneses aprovechaban la ocasión.
Yo caminaba fijándome en los rostros de la gente, habían de todo tipo y no me venían pensamientos profundos inspirados por esas imágenes, sólo me distraía.
De vez en cuando aparecía una venus y entonces si me paraba a pensar en la magnanimidad de la naturaleza por deleitar a todo joven como yo con tales obras de arte, sus apariciones eran como golpes de viento en plena urbe.
De pronto se acabó la mera observación y todo lo relacionado y empezó a abrazarme una sombra: tenía que preguntar.
Ahora miraba las caras con más aprensión mientras caminaba apurado. Todas me parecían extrañas, pero debía preguntar.
Localicé a una viejecilla delante de un semáforo que paseaba a su perro, seguí caminando en su dirección para darle el encuentro, pero en el último instante me lo repensé y la pasé de largo.
Un grupo de tres extrangeras, parecían italianas, vestidas a la moda y con gafas de sol grandes que las hacía parecer moscardones, a ellas sí les podía preguntar, pero al acercárme supe que la voz me jugaría una mala pasada y decidí buscar respuestas en otro sitio.
En un banco jugaban dos ancianos, uno parecía un indigente, al ajedrez. ¿Podría ser buena idea? Tenía que preguntar. Me acerqué con paso decidido, pero de nuevo la indecisión le ganó el pulso a la determinación y la seguridad.
De pronto, alguien, no recuerdo muy bien su cara, ni su olor, ni su voz me tocó la espalda y me susurró con claridad: ¿Quiere usted saber la hora?. Me limité a asentir con un escalofrío recorriendo todas las partes de mi cuerpo. "Pués son las nueve".
martes, 9 de septiembre de 2008
Cuevas interiores
Ya me parecía haber estado allí. Era una sensación muy clara: "yo he estado aquí antes"me repetía. El cuarto era muy oscuro y apenas se podían adivinar formas, por las sombras.
Bajé las escaleras de piedra cómo si esa no fuera la primera vez, estaba convencido de que no lo era, que las bajaba y nada más entrar inspiré hondo y un olor a antiguo, a cerrado se apoderó de mi olfato.
Caminaba a tientas, con una sola idea en la cabeza. Tenía que encontrarlas, ¿pero dónde estaban? y aún más importante ¿cómo estaban?. De eso dependía todo, así que palpando paredes de ladrillos empecé a escudriñar aquel laberinto.
Entré en varias habitaciones, todas vacías e impregnadas de una humedad intensa, seguro que si hubiera luz vería moho campando a sus anchas por todas las estancias, pensaba. Pero no había luz y aún así las formas, la estructura del lugar me eran viejos conocidos, ¿había estado yo allí antes?.
De pronto al acercarme al final de un pasillo que acababa en otro a mano derecha, se disparó mi pulso. Notaba cada látido del corazón como si fuera el retumbar de un tambor de guerra anunciando el desenlace final, me paré un momento y noté la espalda empapada de sudor frío. Pasé varios minutos, o quizás horas, no lo sé, delante de la puerta con la mano en el pomo, compungido y apoderado por un terror doloroso.
De pronto experimenté el temblor de las piernas, me dije que había llegado el momento, porque de otra manera caería allí mismo inconsciente habiendo sido todo en vano, nunca sabría si estaban detrás de esa puerta y más importante aún cómo estaban. Aunque en realidad, ya sabía yo cómo estaban antes de entrar, porque la sospecha que me ardía en las entrañas era parecida a la de haber estado en ese lugar, se podría decir casi una certeza enigmática.
Hacía un frío glacial, pero nada podía ya detenerme, ni los escalofríos ni el dolor de las manos en las que los nudillos se estaban pelando, resbalé con una piedra que debía estar cubierta de hielo o aguanieve, pero conseguí mantenerme en pie y llegué a la esquina, al rincón del habitáculo, la parte más gélida.
Allí estaban, me abalancé como un carnívoro sobre su presa, con la misma crueldad, la misma fuerza natural, sólo que a mí no era el hambre lo que me inspiraba esa ansiedad; metí las dos manos en la primera vasija, rebusqué con movimientos frenéticos, pero no había nada, ¡estaba vacía!. Así hice con las dos últimas ánforas y hasta metí la cabeza dentro, transtornado por un dolor sobrenatural, lamía las paredes de la cerámica para asegurarme que nada había en su interior, las escudriñé tanto, que aún ahora podría recordar con toda seguridad su forma e incluso el sabor, el olor de su interior. ¡Estaban vacías!
Destrozado por mi hallazgo, o mejor dicho por la corroboración de mis temores, me tumbé en el suelo que era un témpano de hielo con las manos agarrando mi cabeza con fuerza desmesurada para que no me estallará del tormento.
"Ya sabía yo que estaban vacías"
Bajé las escaleras de piedra cómo si esa no fuera la primera vez, estaba convencido de que no lo era, que las bajaba y nada más entrar inspiré hondo y un olor a antiguo, a cerrado se apoderó de mi olfato.
Caminaba a tientas, con una sola idea en la cabeza. Tenía que encontrarlas, ¿pero dónde estaban? y aún más importante ¿cómo estaban?. De eso dependía todo, así que palpando paredes de ladrillos empecé a escudriñar aquel laberinto.
Entré en varias habitaciones, todas vacías e impregnadas de una humedad intensa, seguro que si hubiera luz vería moho campando a sus anchas por todas las estancias, pensaba. Pero no había luz y aún así las formas, la estructura del lugar me eran viejos conocidos, ¿había estado yo allí antes?.
De pronto al acercarme al final de un pasillo que acababa en otro a mano derecha, se disparó mi pulso. Notaba cada látido del corazón como si fuera el retumbar de un tambor de guerra anunciando el desenlace final, me paré un momento y noté la espalda empapada de sudor frío. Pasé varios minutos, o quizás horas, no lo sé, delante de la puerta con la mano en el pomo, compungido y apoderado por un terror doloroso.
De pronto experimenté el temblor de las piernas, me dije que había llegado el momento, porque de otra manera caería allí mismo inconsciente habiendo sido todo en vano, nunca sabría si estaban detrás de esa puerta y más importante aún cómo estaban. Aunque en realidad, ya sabía yo cómo estaban antes de entrar, porque la sospecha que me ardía en las entrañas era parecida a la de haber estado en ese lugar, se podría decir casi una certeza enigmática.
Hacía un frío glacial, pero nada podía ya detenerme, ni los escalofríos ni el dolor de las manos en las que los nudillos se estaban pelando, resbalé con una piedra que debía estar cubierta de hielo o aguanieve, pero conseguí mantenerme en pie y llegué a la esquina, al rincón del habitáculo, la parte más gélida.
Allí estaban, me abalancé como un carnívoro sobre su presa, con la misma crueldad, la misma fuerza natural, sólo que a mí no era el hambre lo que me inspiraba esa ansiedad; metí las dos manos en la primera vasija, rebusqué con movimientos frenéticos, pero no había nada, ¡estaba vacía!. Así hice con las dos últimas ánforas y hasta metí la cabeza dentro, transtornado por un dolor sobrenatural, lamía las paredes de la cerámica para asegurarme que nada había en su interior, las escudriñé tanto, que aún ahora podría recordar con toda seguridad su forma e incluso el sabor, el olor de su interior. ¡Estaban vacías!
Destrozado por mi hallazgo, o mejor dicho por la corroboración de mis temores, me tumbé en el suelo que era un témpano de hielo con las manos agarrando mi cabeza con fuerza desmesurada para que no me estallará del tormento.
"Ya sabía yo que estaban vacías"
lunes, 8 de septiembre de 2008
Ego
Este es mi paraíso y también mi infierno. En definitiva, estoy en mi espacio vital. Aquí tengo yo siempre las últimas palabras, de hecho las tengo todas. No me debo acoger a ningún tipo de orden o de ley establecida por nadie.
No es mi última intención deleitar a los posibles lectores, aunque debo admitir que siempre halaga una opinión favorable, bien pensado no me importa que alguien se sienta molesto al leer cualquier idea de este espacio, porque sólo escribo para una sola persona: mi obeso ego. Obeso e insaciable, nunca tiene suficiente y pide más, no se cansa.
Por eso escribo este canto, este himno al Dios Ego que hay que complacer con esmero. Porque a uno le va mejor cuando comprende que ese diosecillo le acompañará por siempre.
Sentadas estas normas ya estoy más tranquilo, me siento aliviado y ahora la consigna es: jugar eternamente, para ese diosecillo, en el aire de la cima.
No es mi última intención deleitar a los posibles lectores, aunque debo admitir que siempre halaga una opinión favorable, bien pensado no me importa que alguien se sienta molesto al leer cualquier idea de este espacio, porque sólo escribo para una sola persona: mi obeso ego. Obeso e insaciable, nunca tiene suficiente y pide más, no se cansa.
Por eso escribo este canto, este himno al Dios Ego que hay que complacer con esmero. Porque a uno le va mejor cuando comprende que ese diosecillo le acompañará por siempre.
Sentadas estas normas ya estoy más tranquilo, me siento aliviado y ahora la consigna es: jugar eternamente, para ese diosecillo, en el aire de la cima.
sábado, 6 de septiembre de 2008
La muerte diaria
Era de noche y todos dormían. Hacía un calor asfixiante, todo el cuerpo pegajoso de sudor se enredaba con las sábanas. Notaba la boca pastosa y los ojos cansados. Sabía que ya era de noche y que él pronto llegaría.
Inquieto a más no poder por tan aterradora visión, me movía sin descanso, buscando una posición digna, cómoda. ¡Era imposible!Apenas llevaba unos minutos echado boca abajo, empezaba a estar incómodo y me giraba apoyándome sólo en un costado.
Me incorporé y en medio de la oscuridad busqué la cama de E., allí sumido en un profundo sueño permanecía inmóvil.
El calor era asfixiante de verdad, y él estaba al caer.
Muchas ideas circulaban arrollándose las unas a las otras por mi mente con desesperación, como en una de esas películas americanas en las que algún mal amenaza a la humanidad y las personas empiezan a huir despavoridas en medio de un caos, así surcaban las ideas por el aire de mi mente.
Unas hacían alusión a hechos pasados, otras conjeturaban sobre el futuro: en definitiva, un combinado letal y explosivo, el perfecto reclamo para su aparición. No me equivocaba, al fin llegó.
En medio de la noche silenciosa, oí un amargo lamento que duró lo menos una eternidad, mientras todos dormían, un lamento sincero y único.
Un lamento tan aterrador que si alguien lo pudiera oír, seguro que pensaría en historias de seres fantasmagóricas y de almas en pena purgando por sus faltas, pero yo no, sabía que ese aullido salía de mi ser como el agua borbotea en una fuente y eso era lo desquiciante.
Inquieto a más no poder por tan aterradora visión, me movía sin descanso, buscando una posición digna, cómoda. ¡Era imposible!Apenas llevaba unos minutos echado boca abajo, empezaba a estar incómodo y me giraba apoyándome sólo en un costado.
Me incorporé y en medio de la oscuridad busqué la cama de E., allí sumido en un profundo sueño permanecía inmóvil.
El calor era asfixiante de verdad, y él estaba al caer.
Muchas ideas circulaban arrollándose las unas a las otras por mi mente con desesperación, como en una de esas películas americanas en las que algún mal amenaza a la humanidad y las personas empiezan a huir despavoridas en medio de un caos, así surcaban las ideas por el aire de mi mente.
Unas hacían alusión a hechos pasados, otras conjeturaban sobre el futuro: en definitiva, un combinado letal y explosivo, el perfecto reclamo para su aparición. No me equivocaba, al fin llegó.
En medio de la noche silenciosa, oí un amargo lamento que duró lo menos una eternidad, mientras todos dormían, un lamento sincero y único.
Un lamento tan aterrador que si alguien lo pudiera oír, seguro que pensaría en historias de seres fantasmagóricas y de almas en pena purgando por sus faltas, pero yo no, sabía que ese aullido salía de mi ser como el agua borbotea en una fuente y eso era lo desquiciante.
martes, 2 de septiembre de 2008
Pasadas las cinco
Acabé de comer a eso de las cinco de la tarde. Era verano y el calor empujaba más a hacer la digestión con ganas. Tumbado en la cama, mi cabeza barajaba muchas ideas distintas. El silencio era sepulcral y de lejos oí al viejo reloj anunciar que ya había pasado media hora. Entonces, aún echado empezé a leer la novela que a penas había empezado, la célebre Crimen y Castigo.
No sabría decir a qué hora llegó ella, de la nada. Lo único que recuerdo es que pasadas las cinco oí el chirriar de la puerta y su esencia invadió la casa
Ella hacía sus cosas, lo que debía hacer y yo mientras me sentía como un ser vil y gandúl. Su aparición había hiperventilado mis pulmones y la actividad cerebral era frenética, muchas más ideas que las de antes venían y se iban en un mar fantasmagórico.
De repente repare en su figura, estaba en el espacio que separa los dormitorios y la contemplación de aquel ser, milagro de la naturaleza volvió a cambiar el ritmo de mis pensamientos parando todo movimiento, dejando cada una de las impresiones levitando en apacible pausa. Cada detalle era el ahora, era lo único que había. El reloj sonó, no recuerdo que hora anunciaba.
De pronto se metió en una habitación devolviéndome al ajetreo mental: ¡tantos y tantos hilos seguía sobre lo que acababa de ver , pasadas ya las cinco, que pedían a gritos un veredicto, una sentencia! ¡Pobre de mí!¡Ya tenía suficiente con toda mi jaula de grillos, para que encima llegara esa musa caribeña, destruyendo todo orden previo y dando alas a una nueva poesía, a un nuevo relato, en definitiva a un nuevo sueño!.
No se cuánto tiempo pasó después de las cinco, pero de pronto se fue, igual que vino, de la nada, seguida del chirriar de la puerta.
No sabría decir a qué hora llegó ella, de la nada. Lo único que recuerdo es que pasadas las cinco oí el chirriar de la puerta y su esencia invadió la casa
Ella hacía sus cosas, lo que debía hacer y yo mientras me sentía como un ser vil y gandúl. Su aparición había hiperventilado mis pulmones y la actividad cerebral era frenética, muchas más ideas que las de antes venían y se iban en un mar fantasmagórico.
De repente repare en su figura, estaba en el espacio que separa los dormitorios y la contemplación de aquel ser, milagro de la naturaleza volvió a cambiar el ritmo de mis pensamientos parando todo movimiento, dejando cada una de las impresiones levitando en apacible pausa. Cada detalle era el ahora, era lo único que había. El reloj sonó, no recuerdo que hora anunciaba.
De pronto se metió en una habitación devolviéndome al ajetreo mental: ¡tantos y tantos hilos seguía sobre lo que acababa de ver , pasadas ya las cinco, que pedían a gritos un veredicto, una sentencia! ¡Pobre de mí!¡Ya tenía suficiente con toda mi jaula de grillos, para que encima llegara esa musa caribeña, destruyendo todo orden previo y dando alas a una nueva poesía, a un nuevo relato, en definitiva a un nuevo sueño!.
No se cuánto tiempo pasó después de las cinco, pero de pronto se fue, igual que vino, de la nada, seguida del chirriar de la puerta.
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