jueves, 21 de octubre de 2010
Cantares de un desarrapado
Tú tienes terrenos y fincas,
yo playas, jardines, la calle,
tú siempre asciendes, brincas,
yo quieto saboreo el detalle.
Tú te cobijas bajo la luz eléctrica,
yo bailo con el sol,
mi figura te parece tétrica,
yo para mirarte necesito alcohol.
Tú hojeas los titulares,
yo los escudriño y son mi manta,
tú tienes de todo millares,
yo sólo mi alma santa.
Tu mollera es de bombilla,
por tantos males de cabeza,
mi cabellera greñosa es santa villa,
de piojos, garrapatas y maleza.
Yo vivo con un can,
tú acaricias a un esclavo,
yo comparto con él mi pan,
al tuyo le cortaste el rabo.
Tu mansión es silenciosa,
enorme y vacía para cada habitante,
yo poseo la cosa más preciosa,
la compañía de cualquier viandante.
Pero algo nos une en menor medida,
aunque en distintas formas,
somos aduladores de la bebida,
yo tomo, tú tomas,
¡Así es nuestra vida!
Por las noches me cobijo con mi litrona,
y me tapo del viento con el manto celeste,
mientras tú, con gigante copa en tu poltrona,
esperas sediento la llegada de una desdichada alma del este.
martes, 12 de octubre de 2010
Traición de memoria
¿Cómo lo podía haber olvidado? ¿Me había pasado el fin de semana devanándome los sesos en vano? No podía perdonarme mi distracción. El sudor frío de la obligación incumplida chorreaba por la nuca y la espalda y por más que maldijera a mi memoria, el metro no aceleraba.
¡Hay días que es mejor no levantarse de la cama!, pensaba con angustia. Quedaban aún cinco eternas paradas.
¿Cómo podía haberlo olvidado? Como una ráfaga de imágenes se me aparecieron por este orden: el profesor X. enumerando todas las penalizaciones que podían encontrar en el trabajo (yo ni siquiera lo llevaba encima. ¿Cómo lo podía haber olvidado?), los demás compañeros nerviosos devolviendo en el baño, pero con una mano de cuervo agarrando la taza del váter y la otra alejando lo más posible su presente trabajo...
Las llaves de la taquilla eran el gran inconveniente. Ellas sí que sabían lo que era escaquearse, probablamente a esas horas estarían durmiendo en el bolsillo de algún pantalón o vete tú a saber...
Tampoco tuve mucho tiempo para buscarlas ya que el despertador se había unido a la huelga de las llaves aquel fatídico y preciso día.
Llegué a la universidad siendo un amasijo de tejidos nerviosos, por poco me mato en las escaleras de la entrada, pero me levanté con algunos rasguños en las manos y desaparecí como un rayo de la risa de la muchedumbre en dirección a la conserjería.
Dentro de aquella burbuja de cristal, conversaban un conserje y su compañera, reparó en mi presencia al cabo de diez minutos de mis inútiles gestos al otro lado del cristal, corrió la ventanilla:
-¿Qué quiere ingeniero?
Farfullé unas palabras ininteligibles: "lo he olvidado", "me van a matar", "el trabajo", "lo he olvidado"..."necesito abrir la taquilla"
Ésa última oración hizo posible la llama de la comunicación.
-¿Es usted el titular?- preguntó el conserje que parecía estar en su salsa.
-Sí, sí- contesté con ansiedad
-¿Qué número de taquilla?- dijo con parsimonia.
-No...no lo recuerdo, nunca lo he sabido de memoria...
Estaba deshecho y más cuando a esta confesión siguió una mirada de desconfianza y de triunfo "conserjeril"
-Vuelo en un momento y te digo el número- espeté y salí pitando.
Los compañeros que me veían y reconocían, preferían fingir que yo no existía, no les condeno por ello pues mi apariencia debía de tirar a cadavérica, después de pasar las últimas cuatro noches con el trabajo, ¿Cómo diantres lo había olvidado?
Llegué a ese funesto cajón sellado como un sarcófago y memoricé el número: 163.
Algo más tranquilo, pero aún inhumano recuperé algunos sentidos: ¡Qué mal olía la universidad en días como aquel! Los alumnos nerviosos no son dueños meticulosos de los esfínteres, este pensamiento me distrajo algunos segundos cerca de la taquilla, pero enseguida me afané en rehacer el camino andado exclamando mis plegarias: ¿Cómo puede ser? ¿Cómo lo he podido olvidar?
Llegué a conserjería, todo sucedió en un santiamén en mi cabeza, claro. Le di el número, mostré mi identificación, la mujer comprobó la autenticidad de la información y a paso lento el hombrecillo salió de la burbuja de cristal conmigo tras sus talones
La conversación era insulsa, cada uno absorto en sus pensamientos: -¿Cómo lo he podido olvidar?...Todo el trabajo de X., quince ejercicios dificilísimos...
De hecho, reparé en que no había conversación alguna, era un monólogo y además mi guía se desviaba de la dirección correcta, para dirigirse al bar, entonces por primera vez le toqué el gélido brazo: -Perdone,¿Le espero en la taquilla?-
Pareeció reparar en mí por primera vez, desde que comenzara a caminar.
-¡Ay! Perdona chico. No te he dicho que ya iba mi compañero. Disculpa de verdad...¡Mira! ¡Por ahí va!
No respondí y seguí a lo que apuntaba aquel dedo morcillero: un calvo gris de unos sesenta años que se abría paso a través de los etudiantes armado con un brillante manojo de llaves.
-¿Me abrirá la taquilla? He olvidado el trabajo...¿Cómo he podido?
-Sí, no nos hemos entendido antes mi compañero y yo. De aquí a unos años dominaremos la telepatía...Entonces nos cobrará la telefónica...y vosotros los ingenieros, tendréis que construir los aparatos...ya lo verás
Imagino que no hace falta decir que no contesté a tales vapores cerebrales derivados de la monotonía y el aburrimiento más que frases sin sentido, huecas, lo justo para no incomodar a mi salvador.
Al fin nos plantamos delante del cubículo.
Me latía el corazón con violencia.
- A ver si es ésta...no,no...ésta tampoco
Cuando llevaba cinco llaves probadas sin el menor éxito husmeó el aire y comentó:
-Que mal huele por aquí, estos lavabos de la planta -2 deben de estar atascados, ya hablaré yo con el de mantenimiento...
Dio una vuelta entera al manojo como es típico, habiendo pasado por alto la llave correcta por falta de paciencia en cada prueba. En la segunda ronda dio con ella, ya que en esta segunda ronda, probaba cada llave más concienzudamente que antes:
-Ha de ser ésta
Ya cedía
-Sí, sí es ésta
Cedió. Era ésa. La taquilla se abrió de golpe y un tufo de aliento de mendigo de pura cepa nos hizo temblar y nos volvió blancos como la leche.
Junto a mi impoluto trabajo en el cuadernillo azul, asomaba una cabeza en descomposición.
Un nuevo torrente de glaciares se instaló en mi columna. Un nuevo olvido ,que había aguardado en la sombra como un chacal, salía ahora a la luz, el cuadernillo, el trabajo, eran un señuelo de mi memoria...nada más.
El conserje con las dos manos en la cara me miraba atónito, entonces como una marioneta sentencié: ¿Cómo puedo haberme olvidado...olvidado...olvidado... del cadáver? Y caí inconsciente.
¡Hay días que es mejor no levantarse de la cama!, pensaba con angustia. Quedaban aún cinco eternas paradas.
¿Cómo podía haberlo olvidado? Como una ráfaga de imágenes se me aparecieron por este orden: el profesor X. enumerando todas las penalizaciones que podían encontrar en el trabajo (yo ni siquiera lo llevaba encima. ¿Cómo lo podía haber olvidado?), los demás compañeros nerviosos devolviendo en el baño, pero con una mano de cuervo agarrando la taza del váter y la otra alejando lo más posible su presente trabajo...
Las llaves de la taquilla eran el gran inconveniente. Ellas sí que sabían lo que era escaquearse, probablamente a esas horas estarían durmiendo en el bolsillo de algún pantalón o vete tú a saber...
Tampoco tuve mucho tiempo para buscarlas ya que el despertador se había unido a la huelga de las llaves aquel fatídico y preciso día.
Llegué a la universidad siendo un amasijo de tejidos nerviosos, por poco me mato en las escaleras de la entrada, pero me levanté con algunos rasguños en las manos y desaparecí como un rayo de la risa de la muchedumbre en dirección a la conserjería.
Dentro de aquella burbuja de cristal, conversaban un conserje y su compañera, reparó en mi presencia al cabo de diez minutos de mis inútiles gestos al otro lado del cristal, corrió la ventanilla:
-¿Qué quiere ingeniero?
Farfullé unas palabras ininteligibles: "lo he olvidado", "me van a matar", "el trabajo", "lo he olvidado"..."necesito abrir la taquilla"
Ésa última oración hizo posible la llama de la comunicación.
-¿Es usted el titular?- preguntó el conserje que parecía estar en su salsa.
-Sí, sí- contesté con ansiedad
-¿Qué número de taquilla?- dijo con parsimonia.
-No...no lo recuerdo, nunca lo he sabido de memoria...
Estaba deshecho y más cuando a esta confesión siguió una mirada de desconfianza y de triunfo "conserjeril"
-Vuelo en un momento y te digo el número- espeté y salí pitando.
Los compañeros que me veían y reconocían, preferían fingir que yo no existía, no les condeno por ello pues mi apariencia debía de tirar a cadavérica, después de pasar las últimas cuatro noches con el trabajo, ¿Cómo diantres lo había olvidado?
Llegué a ese funesto cajón sellado como un sarcófago y memoricé el número: 163.
Algo más tranquilo, pero aún inhumano recuperé algunos sentidos: ¡Qué mal olía la universidad en días como aquel! Los alumnos nerviosos no son dueños meticulosos de los esfínteres, este pensamiento me distrajo algunos segundos cerca de la taquilla, pero enseguida me afané en rehacer el camino andado exclamando mis plegarias: ¿Cómo puede ser? ¿Cómo lo he podido olvidar?
Llegué a conserjería, todo sucedió en un santiamén en mi cabeza, claro. Le di el número, mostré mi identificación, la mujer comprobó la autenticidad de la información y a paso lento el hombrecillo salió de la burbuja de cristal conmigo tras sus talones
La conversación era insulsa, cada uno absorto en sus pensamientos: -¿Cómo lo he podido olvidar?...Todo el trabajo de X., quince ejercicios dificilísimos...
De hecho, reparé en que no había conversación alguna, era un monólogo y además mi guía se desviaba de la dirección correcta, para dirigirse al bar, entonces por primera vez le toqué el gélido brazo: -Perdone,¿Le espero en la taquilla?-
Pareeció reparar en mí por primera vez, desde que comenzara a caminar.
-¡Ay! Perdona chico. No te he dicho que ya iba mi compañero. Disculpa de verdad...¡Mira! ¡Por ahí va!
No respondí y seguí a lo que apuntaba aquel dedo morcillero: un calvo gris de unos sesenta años que se abría paso a través de los etudiantes armado con un brillante manojo de llaves.
-¿Me abrirá la taquilla? He olvidado el trabajo...¿Cómo he podido?
-Sí, no nos hemos entendido antes mi compañero y yo. De aquí a unos años dominaremos la telepatía...Entonces nos cobrará la telefónica...y vosotros los ingenieros, tendréis que construir los aparatos...ya lo verás
Imagino que no hace falta decir que no contesté a tales vapores cerebrales derivados de la monotonía y el aburrimiento más que frases sin sentido, huecas, lo justo para no incomodar a mi salvador.
Al fin nos plantamos delante del cubículo.
Me latía el corazón con violencia.
- A ver si es ésta...no,no...ésta tampoco
Cuando llevaba cinco llaves probadas sin el menor éxito husmeó el aire y comentó:
-Que mal huele por aquí, estos lavabos de la planta -2 deben de estar atascados, ya hablaré yo con el de mantenimiento...
Dio una vuelta entera al manojo como es típico, habiendo pasado por alto la llave correcta por falta de paciencia en cada prueba. En la segunda ronda dio con ella, ya que en esta segunda ronda, probaba cada llave más concienzudamente que antes:
-Ha de ser ésta
Ya cedía
-Sí, sí es ésta
Cedió. Era ésa. La taquilla se abrió de golpe y un tufo de aliento de mendigo de pura cepa nos hizo temblar y nos volvió blancos como la leche.
Junto a mi impoluto trabajo en el cuadernillo azul, asomaba una cabeza en descomposición.
Un nuevo torrente de glaciares se instaló en mi columna. Un nuevo olvido ,que había aguardado en la sombra como un chacal, salía ahora a la luz, el cuadernillo, el trabajo, eran un señuelo de mi memoria...nada más.
El conserje con las dos manos en la cara me miraba atónito, entonces como una marioneta sentencié: ¿Cómo puedo haberme olvidado...olvidado...olvidado... del cadáver? Y caí inconsciente.
El potro de todos
Yo era consciente de mi calidad de ser excepcional, sabía que algo corría por mis venas, que jamás nadie entendería.
Analizaba a la gente como un extraño, simplemente me sentía un ser trascendental.
Mi padre se podía reír de mi fingida sensibilidad o santurronería espiritual cuando me oía eructar o increpar como un mandril más a los politicuchos, pero nunca sabría de mis grutas tan enraizadas en el subsuelo, en el magma latente.
De hecho, nadie me conocía. Las personas juzgan en función de lo que representas para su ser.
Creo que todos estos pensamientos son la raíz de mi exaltada megalomanía que me lleva a entender la vida como el velo de un Dios malicioso que todo lo ha ideado para estudiar mis movimientos como yo estudio el de los fantoches que él hace entrar y salir de escena para analizarme jocoso.
Pensamientos de esta índole me abrumaban en mi regreso a pie por la tarde. Me sentía un ser eternamente feliz con una cervecita en la mano atravesando la gran urbe.
Sentía como violaba a esa inmensa pantomima de ajetreo y estrés y me amaba hasta sentirme absorto. ¡Qué dulce!¡Perderse en la inmensa ciudad! Pasear por barrios ajenos, ser nadie, un rostro, los gestos, si me apuras...alguna palabra a un desconocido.
Siempre he deseado ser eso, precisamente, una especie de aparición, de sacudida telúrica de la realidad, algo en vibración con la suficiente energía para poner en movimiento a los aletargados transehúntes.
Era una soledad artificial, pero beneficiosa.
Tanto cavilaba que a penas me di cuenta de que un niño se había amarrado a mi pierna derecha como una pequeña sanguijuela.
Sacudí mi pierna, pero como el niño no desistía, no pude sino seguir mi camino con ese lastre. Al fin y al cabo estaba tan calladito y me miraba con el corazón invadido de una virginal fe religiosa que su compañía era incluso de agradecer.
A duras penas había atravesado la mitad de la plaza Concordia cuando un viejecito barbilampiño y de escasos pelos nevados me detuvo y dijo así: "Con esa pierna descompensada, no llegarás muy lejos, los huesos y músculos se desequilibrarán, deja que te ayude y así de paso me haces el favor de aligerar mi anciano peso. Además no se que pensarán los que te vean llévandote a un niño tan pequeño lejos de sus padres"
Acto seguido, sin esperar a mi respuesta afirmativa hizo una "gañota" y, como un cangrejo ermitaño ante el encuentro de un nuevo hogar, se incrustó en la otra pierna.
En el fondo su discurso era lógico y elocuente, sabio y nacido de la vejez. A pesar de que el caminar se hacía ahora más pesado, ciertamente era más regular y estable.
El problema surgió cuando el anciano y el preescolar, comenzaron a increparse, se escupían, tiraban con fuerza de mis extremidades en direcciones opuestas.
Intenté obviar la riña, ya se cansarían...
Pero no hubo manera de avanzar con esas tensiones dispares, ahora aullaban como perros para llamar la atención y decidí tomar cartas en el asunto.
Allí parado en medio de la plaza y haciendo acopio de todo mi ingenio logré reconciliarlos en el corto plazo de una hora.
Eran duros de mollera y cual habría de ser mi sorpresa cuando al fin creyendo haber solucionado los conflictos por debajo de mi cintura, recuperé la altura y me topé con un cura y su sacristán enredados en mi brazo derecho y una jovencita exótica que me clavaba las uñas en el izquierdo.
Ahora todos forcejeaban, incluso las antiguas lapas reconciliadas olvidaron su paz con la nueva discusión superior. La cabeza me iba a estallar, era un alboroto, me había convertido en el centro neurálgico de aquella plaza.
Una bandada de palomas bajó a auxiliar al religioso que ahora gritaba: "Bienaventuradas las que cagan desde las farolas, porque ellas serán reventadas con arroz", mientras unas adolescentes sacrificaban sus carpetas rosas con fotografías de héroes juveniles, para auxiliar a la morenaza de mi iquierda.
Aún no se cómo ocurrió, pero parecía un maldito imán en el centro de la plaza, a dos escasas horas de sus inicios, en la trifulca ya participaban: el panadero, los paquistaníes del "badulaque", las madres que iban a recoger a los niños al colegio, algunos conductores que a varias calles habían oído gritos y sin dudarlo un instante habían abandonado sus vehículos colapsando el tráfico (hecho que justificaba las desagradables bocinas), varios perros, mendigos harapientos, el alcalde que por ahí paseaba...
Creo que nunca lograré esclarecer quién fue el verdadero culpable, pero lo cierto es que el equilibrio de fuerzas hizo aguas por algún lado y se oyó un angustioso crujido irreversible en mi interior. Los homicidas tardaron tanto en aparecer como en desaparecer y solo, tirado en el gris asfalto, bajo la maliciosa sonrisa de la luna y del alumbrado público, deshecho en una masa deforme, lloré de alegría por ser yo y me puse a inmortalizar mi suerte en un poemilla.
Analizaba a la gente como un extraño, simplemente me sentía un ser trascendental.
Mi padre se podía reír de mi fingida sensibilidad o santurronería espiritual cuando me oía eructar o increpar como un mandril más a los politicuchos, pero nunca sabría de mis grutas tan enraizadas en el subsuelo, en el magma latente.
De hecho, nadie me conocía. Las personas juzgan en función de lo que representas para su ser.
Creo que todos estos pensamientos son la raíz de mi exaltada megalomanía que me lleva a entender la vida como el velo de un Dios malicioso que todo lo ha ideado para estudiar mis movimientos como yo estudio el de los fantoches que él hace entrar y salir de escena para analizarme jocoso.
Pensamientos de esta índole me abrumaban en mi regreso a pie por la tarde. Me sentía un ser eternamente feliz con una cervecita en la mano atravesando la gran urbe.
Sentía como violaba a esa inmensa pantomima de ajetreo y estrés y me amaba hasta sentirme absorto. ¡Qué dulce!¡Perderse en la inmensa ciudad! Pasear por barrios ajenos, ser nadie, un rostro, los gestos, si me apuras...alguna palabra a un desconocido.
Siempre he deseado ser eso, precisamente, una especie de aparición, de sacudida telúrica de la realidad, algo en vibración con la suficiente energía para poner en movimiento a los aletargados transehúntes.
Era una soledad artificial, pero beneficiosa.
Tanto cavilaba que a penas me di cuenta de que un niño se había amarrado a mi pierna derecha como una pequeña sanguijuela.
Sacudí mi pierna, pero como el niño no desistía, no pude sino seguir mi camino con ese lastre. Al fin y al cabo estaba tan calladito y me miraba con el corazón invadido de una virginal fe religiosa que su compañía era incluso de agradecer.
A duras penas había atravesado la mitad de la plaza Concordia cuando un viejecito barbilampiño y de escasos pelos nevados me detuvo y dijo así: "Con esa pierna descompensada, no llegarás muy lejos, los huesos y músculos se desequilibrarán, deja que te ayude y así de paso me haces el favor de aligerar mi anciano peso. Además no se que pensarán los que te vean llévandote a un niño tan pequeño lejos de sus padres"
Acto seguido, sin esperar a mi respuesta afirmativa hizo una "gañota" y, como un cangrejo ermitaño ante el encuentro de un nuevo hogar, se incrustó en la otra pierna.
En el fondo su discurso era lógico y elocuente, sabio y nacido de la vejez. A pesar de que el caminar se hacía ahora más pesado, ciertamente era más regular y estable.
El problema surgió cuando el anciano y el preescolar, comenzaron a increparse, se escupían, tiraban con fuerza de mis extremidades en direcciones opuestas.
Intenté obviar la riña, ya se cansarían...
Pero no hubo manera de avanzar con esas tensiones dispares, ahora aullaban como perros para llamar la atención y decidí tomar cartas en el asunto.
Allí parado en medio de la plaza y haciendo acopio de todo mi ingenio logré reconciliarlos en el corto plazo de una hora.
Eran duros de mollera y cual habría de ser mi sorpresa cuando al fin creyendo haber solucionado los conflictos por debajo de mi cintura, recuperé la altura y me topé con un cura y su sacristán enredados en mi brazo derecho y una jovencita exótica que me clavaba las uñas en el izquierdo.
Ahora todos forcejeaban, incluso las antiguas lapas reconciliadas olvidaron su paz con la nueva discusión superior. La cabeza me iba a estallar, era un alboroto, me había convertido en el centro neurálgico de aquella plaza.
Una bandada de palomas bajó a auxiliar al religioso que ahora gritaba: "Bienaventuradas las que cagan desde las farolas, porque ellas serán reventadas con arroz", mientras unas adolescentes sacrificaban sus carpetas rosas con fotografías de héroes juveniles, para auxiliar a la morenaza de mi iquierda.
Aún no se cómo ocurrió, pero parecía un maldito imán en el centro de la plaza, a dos escasas horas de sus inicios, en la trifulca ya participaban: el panadero, los paquistaníes del "badulaque", las madres que iban a recoger a los niños al colegio, algunos conductores que a varias calles habían oído gritos y sin dudarlo un instante habían abandonado sus vehículos colapsando el tráfico (hecho que justificaba las desagradables bocinas), varios perros, mendigos harapientos, el alcalde que por ahí paseaba...
Creo que nunca lograré esclarecer quién fue el verdadero culpable, pero lo cierto es que el equilibrio de fuerzas hizo aguas por algún lado y se oyó un angustioso crujido irreversible en mi interior. Los homicidas tardaron tanto en aparecer como en desaparecer y solo, tirado en el gris asfalto, bajo la maliciosa sonrisa de la luna y del alumbrado público, deshecho en una masa deforme, lloré de alegría por ser yo y me puse a inmortalizar mi suerte en un poemilla.
Disonancia agigantada
Sentado en un banco escribo, reproduzco los gruñidos que entona ese ser, todo caparazón de caoba, que a veces deja ver sus impolutas muelas de marfil entrelazadas con pútridos dientes. Si los acaricias a conciencia, no como un dentista, puedes oír el arte, la poesía, la savia de la vida...Pero antes, te aconsejo: "Taládrate los oídos".
Déjate llevar como en un carro mortuorio por la exquisita disonancia que todo lo deforma, estira la realidad, la contrae, la amasa y de vez en cuando date el gusto de alejarte un metro del piano y observa al pelele, al maravilloso ser deforme que se aleja recién nacido como levitando...es el cadáver de la rima.
Déjate llevar como en un carro mortuorio por la exquisita disonancia que todo lo deforma, estira la realidad, la contrae, la amasa y de vez en cuando date el gusto de alejarte un metro del piano y observa al pelele, al maravilloso ser deforme que se aleja recién nacido como levitando...es el cadáver de la rima.
Al cielo
¡Tú y sólo tú! eres mi ejemplo,
bello cielo,
sé para siempre mi templo,
te quiero.
¿Cómo ser tan inmenso?
¿Tan variable?
diáfano, cristalino o denso,
deja que te hable:
"Quiero ,como tú, ser un secreto,
en esta ciudad polvorienta,
donde pocos te observan con respeto,
la mayoría ni te inventa"
No saben de tu existencia,
de tu gustoso color,
su mutable esencia,
alegría y dolor.
¡Belleza! ¡Epidemia! ¡Horror!
Sálvame, llévame a tu molde cariño,
para que con estaño me solden y sea de nuevo niño,
que se excita cuando se esconde,
que palpita ante lo dañino.
Cuna de mi Poesía Aparente
TRAS EL CÁLIDO RAYO DE SOL...
A aquel paraíso remoto,
guiome el elixir,
y ajeno al alboroto,
me dejé dormir.
¡Que olores tan intensos,
de frutales melenudos!
en este paraje denso,
dorada fragancia sudo.
El lejano rumor de una pala,
tallando cuna de vegetales,
en esta inmensa y menuda sala,
de éxtasis musicales.
¡Que sedosas y ardientes caricias!
las que colman mis anhelos,
con las que las musas con avaricia,
erizan hasta al más indómito de los pelos.
IRRUMPE EL GÉLIDO RAYO DE LUNA...
Era aquel paraíso un espejismo,
veneno del desierto,
presidio de mi ser mismo,
¡A mala hora estoy despierto!
El intenso olor era podedumbre,
de esqueléticas frutas.
En este estéril campo tienen por
costumbre,
llorar agrios tufos de tapiadas grutas.
El monótono eco de la pala,
era compañía de un lóbrego sepulturero,
que remueve la tierra mala,
para cavar un nuevo agujero.
Y...¿Qué decir de las extendidas caricias amigas?
nada de sedosas y jugosas deidades,
sólo un cúmulo de demoníacas hormigas,
paseándose con su negro caparazón por todas partes.
Alter-ego
Ellos duermen con el crepitar de la hoguera,
él es la erupción del volcán,
llamaradas incandescentes de alacrán,
que hará temblar sus almas enteras.
Ellos beben la sumisa agua de manantial,
él les traerá el feroz oleaje,
con su espuma de brebaje,
y a sus fosas y cavidades violará la sal.
Ellos leen bajo la servidumbre de una bombilla,
él les traerá la lengua de rayo,
ahogando con su saliva opalescente al lacayo,
orgía de destellos ¡Apoteósica cumbre de maravilla!.
DESPUÉS
Ellos danzarán desnudos y febriles,
él les bendecirá desde las nubes rosadas,
espectro verde y negro plagado de llagas,
siendo el huesudo salvador de tantos miles de viles.
Mi enfermedad
La que siempre me acompaña,
amorosa y pedigüeña,
la que me chincha con saña,
¡oh, mi húmeda leña!
En la sombra y en los claros,
me abraza su capricho,
sus lametones nada raros,
con sabor a nicho.
Mi boca de infierno,
túnel de lamentos,
de ardor tierno,
nido de tormentos,
origen de podedumbre,
le pregunto ¿Por qué?,
responde que me acostumbre.
Cruzo jardines, paraísos exuberantes,
y al volverme salivando,
donde nenúfares había antes,
ahora de tinieblas cubre un manto.
¡Tinieblas!¡Humo!¡Ceniza!
lágrimas cadavéricas en mis faros,
pero exhumo una poseída lengua que se iza,
gritando engendros raros:
¡Llagas de mis horrores!,
azote de mis ideas,
sanguináreos roedores,
Ardor...¡maldito seas!
Soy tumba andante de un vulcano,
del magma, un frasco;
sacristán del rojo arcano,
fuente del asco.
¡Quemaduras!¡Ardor!
Os amo, sois muerte en condición de vivo,
cúanto más siento,
mejor escribo.
El pollito y la Pachamama
En el ácido estómago del gusano,
entre dunas de polvo,
la Pachamama y el pollo enano,
van cogidos de la mano.
Contorsionado en su asiento,
mientras ella sonríe,
él condena todo su aliento,
a repartir ideas como alimento.
Ojos de aguas bravas,
el pelo fino de paja,
en ajetreo constante sus babas,
dirigidas a su ama-esclava.
En cualquier silueta gris,
busca mirada,
con enigmas de dorado anís,
ella sonríe para sí.
El pollo fue incubado por mamá gallina,
pero por ahora,
ella lucha, procura comida,
así que es la Pachamama la que está
aquí y escucha día a día.
Y cuando pase el torbellino eterno,
el tiempo,
si no se vuelve enfermo,
ese pollo, ahora gallo majestuoso,
¿Se acordará algún día,
de su Pachamama de trato amoroso?
¿Se acordará de que el sustento del alma,
se lo profirió auqel especimen, ahora
desahuciado y en cama?
¿Aquel último reducto de lejanas razas,
ahora augurando su propio luto,
entre míseras sábanas?
Quizás...Ojalá...
Ojalá en algún instante,
fruto de accidente neuronal,
se acuerde de aquella acompañante,
de rostro y trato angelical.
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