¡Quien fuera rey de la baraja!
para ser recibido,
siempre con buena cara.
Pero a veces naces siendo "3",
es tu destino,
no hay quien le dé revés.
¡Quien fuera robusto roble!,
para ser querido,
alabado como un noble.
Pero a veces se nace arbusto,
sombrío escondrijo,
de los villanos que dan sustos,
y de los canijos que con bustos,
se dan gusto.
¡Quien fuera noble espada!
para servir al bien,
por un recto justiciero empuñada.
Pero a veces se nace boñiga,
es tu sino,
¡Espera!, deja que te diga:
también la mierda está al servicio,
de un recto justiciero,
en el servicio
domingo, 26 de septiembre de 2010
Veredicto: Lobotomía
El juez todo esqueleto,
con talante de reto,
no inspira confianza.
Testigos pérfidos y falsos,
inventan sus relatos,
por el bien de la panza.
La estancia incolora,
ahoga a toda hora,
y el tiempo no avanza.
Fuego fatuo juguetón,
baila sobre un sternón,
¡dramática danza!
¿Es cierto? ¿Será posible?,
¡Pobre de mi ser sensible!,
prefiero de oreja a oreja una lanza.
¿Cómo exigen esta sangría?
La pena de la lobotomía,
¡Es una matanza!.
Ya silba el taladro,
macabro cuadro,
¡Maldita esperanza!
Ríe ahora que me abren la cáscara,
ríe y ahógate en tu máscara,
¡Ay de mi pobre calabaza!
con talante de reto,
no inspira confianza.
Testigos pérfidos y falsos,
inventan sus relatos,
por el bien de la panza.
La estancia incolora,
ahoga a toda hora,
y el tiempo no avanza.
Fuego fatuo juguetón,
baila sobre un sternón,
¡dramática danza!
¿Es cierto? ¿Será posible?,
¡Pobre de mi ser sensible!,
prefiero de oreja a oreja una lanza.
¿Cómo exigen esta sangría?
La pena de la lobotomía,
¡Es una matanza!.
Ya silba el taladro,
macabro cuadro,
¡Maldita esperanza!
Ríe ahora que me abren la cáscara,
ríe y ahógate en tu máscara,
¡Ay de mi pobre calabaza!
A una fisgona
¿Te gustaría leer mis versos?
Por eso observas con sigilo,
yo a mi vez vigilo tus senos tersos,
¿No sabes que soy réptil del nilo?
¡Lágrima milagrosa
caparazón de poesía,
caín de la prosa,
sazón de ambrosía!
¡Niña! Toma todos mis versos,
cristalizados para ti,
pero a cambio quiero tus besos,
ésos sí valen un potosí,
los quiero presos,
todos para mí.
Por eso observas con sigilo,
yo a mi vez vigilo tus senos tersos,
¿No sabes que soy réptil del nilo?
¡Lágrima milagrosa
caparazón de poesía,
caín de la prosa,
sazón de ambrosía!
¡Niña! Toma todos mis versos,
cristalizados para ti,
pero a cambio quiero tus besos,
ésos sí valen un potosí,
los quiero presos,
todos para mí.
Noche en cama
Se fue el sol, la viva alegría,
ronco y magullado,
seco mi pantano,
de estériles pepitas de sandía.
Ya no me aguanto,
acecha mi asesino doble,
figura azabache e innoble,
que extiende su manto.
¡Cabezazos de campanas de cobre!
el gato desaparece,
despierta el número trece,
¡Sólo me queda el sobre!
Mi único consuelo: el lecho,
tan estático, tan callado,
paraíso de enfático descanso,
entre el suelo y el techo.
¡Oh mi tumba de mil y una noches!
donde mis lamentos conviértenme en faquir,
y te incrustas en el alma como un menhir,
en horas de rumba para mil y un fantoches.
ronco y magullado,
seco mi pantano,
de estériles pepitas de sandía.
Ya no me aguanto,
acecha mi asesino doble,
figura azabache e innoble,
que extiende su manto.
¡Cabezazos de campanas de cobre!
el gato desaparece,
despierta el número trece,
¡Sólo me queda el sobre!
Mi único consuelo: el lecho,
tan estático, tan callado,
paraíso de enfático descanso,
entre el suelo y el techo.
¡Oh mi tumba de mil y una noches!
donde mis lamentos conviértenme en faquir,
y te incrustas en el alma como un menhir,
en horas de rumba para mil y un fantoches.
La enmoscada
Asesina de oídos,
coleccionista de almas,
¿cuántos han caído,
en tus filiformes garras?
Aterrador zumbido,
que eriza los pelos,
¡oh, mal nacido,
de un asqueroso huevo!
Me sorprendiste sin más,
fiel sierva,
de aquel satanás,
de mierda.
Con tu raso cabello,
ojos metálicos,
emprendes en negro destello,
volares erráticos,
por el mundo bello.
Tu cántico es veneno,
eco de diáfanas mordazas,
y tanteas el terreno,
con estruendosa amenaza.
Combatí, lo intenté todo,
contra ti, me enfronté solo.
Di golpes, injurié en magrebí,
destrocé el ambiente,
pero tú seguías ahí,
desafiando para siempre.
Y ya exhausto, en el suelo,
soy cadavérico Fausto,
envuelto en el mayor duelo,
en la boca del Infierno.
¡Vil alma te frotas las manos!.
ante mi semblante enfermo,
burlándote de mis intentos vanos,
por salvar el cuerpo.
Agitas las huesudas alas,
azabache justiciera ,
por mis ideas malas,
pagaré sobremanera.
Sólo queda aguardar a la maléfica hora,
en la que cabalgarás el aire,
con tu erguida y ensangrentada trompa,
para convertirme en lo que siempre fui: nadie.
coleccionista de almas,
¿cuántos han caído,
en tus filiformes garras?
Aterrador zumbido,
que eriza los pelos,
¡oh, mal nacido,
de un asqueroso huevo!
Me sorprendiste sin más,
fiel sierva,
de aquel satanás,
de mierda.
Con tu raso cabello,
ojos metálicos,
emprendes en negro destello,
volares erráticos,
por el mundo bello.
Tu cántico es veneno,
eco de diáfanas mordazas,
y tanteas el terreno,
con estruendosa amenaza.
Combatí, lo intenté todo,
contra ti, me enfronté solo.
Di golpes, injurié en magrebí,
destrocé el ambiente,
pero tú seguías ahí,
desafiando para siempre.
Y ya exhausto, en el suelo,
soy cadavérico Fausto,
envuelto en el mayor duelo,
en la boca del Infierno.
¡Vil alma te frotas las manos!.
ante mi semblante enfermo,
burlándote de mis intentos vanos,
por salvar el cuerpo.
Agitas las huesudas alas,
azabache justiciera ,
por mis ideas malas,
pagaré sobremanera.
Sólo queda aguardar a la maléfica hora,
en la que cabalgarás el aire,
con tu erguida y ensangrentada trompa,
para convertirme en lo que siempre fui: nadie.
viernes, 17 de septiembre de 2010
Cruzada
Con un bisturí de plata salpicado de óxido me arranco las uñas de carbón.
Con la última incorporación, cortesía del pulgar derecho, la taza está llena a rebosar y humea.
Abro el ventanal y amenazo a la noche de cara, ya se lo advertí. Acto seguido sacudo la taza y mis veinte murciélagos de vidrio parten a la cruzada.
Con la última incorporación, cortesía del pulgar derecho, la taza está llena a rebosar y humea.
Abro el ventanal y amenazo a la noche de cara, ya se lo advertí. Acto seguido sacudo la taza y mis veinte murciélagos de vidrio parten a la cruzada.
Visión en la cuneta
Nada cambiaría en el mundo por el instante de diamante en que el fugaz bus me abandona a mi suerte en la cuneta y se pierde con un agónico gruñido de esfuerzo, quedando cada vez más lejos la situación de su interior hasta que pierdo de vista sus posaderas desgastadas. ¡Adiós situación de conductor, viejos, viejas, jóvenes, luces macilentas, vaivén, calor de radiador, bullicio de radio y silencio!
Yo por mi parte pediría a alguna deidad piadosa que me condenara a la repetición eterna de esta escena, de mi abandono, de mi rechazo seguido de la contemplación. Repetirla en eterno "dejà vu" hasta convertirme en polvo que gracioso y despreocupado levitara al compás del enfurecido aire desplazado.
Yo por mi parte pediría a alguna deidad piadosa que me condenara a la repetición eterna de esta escena, de mi abandono, de mi rechazo seguido de la contemplación. Repetirla en eterno "dejà vu" hasta convertirme en polvo que gracioso y despreocupado levitara al compás del enfurecido aire desplazado.
El flamingo
La sociedad injusta, la explotación del hombre por el hombre es el gran secreto que guarda un receloso flamingo.
Una caquéxica pata asfixiada en podedumbre líquida, en ríos macilentos donde flotan momias sostiene a otra de misma fisionomía, que dormita perezosa entre rosadas nubes de azúcar.
Una caquéxica pata asfixiada en podedumbre líquida, en ríos macilentos donde flotan momias sostiene a otra de misma fisionomía, que dormita perezosa entre rosadas nubes de azúcar.
Mi sangre
Mi sangre no va conmigo. Tú me exiges presencia, encadenas mis muñecas, pero...¿Cómo no te puedes dar cuenta?
Mi sangre danza por doquier, no sólo transita por las marcadas venas y arterias, mi sangre atómica fluye, entra y sale de los oídos, de las pupilas, de cualquier poro que distraído se abre un poco...
¿Que qué hace? ¡Que sé yo! Danza ligera, canta con pesar y luego como un fiel obrero, vuelve a casa, para alumbrar desde las entrañas ,con su carmesí, esta vasija que le fue asignada.
Mi sangre danza por doquier, no sólo transita por las marcadas venas y arterias, mi sangre atómica fluye, entra y sale de los oídos, de las pupilas, de cualquier poro que distraído se abre un poco...
¿Que qué hace? ¡Que sé yo! Danza ligera, canta con pesar y luego como un fiel obrero, vuelve a casa, para alumbrar desde las entrañas ,con su carmesí, esta vasija que le fue asignada.
El otro
Son piedras que hablan y respiran...¡Nada más!. Espejos nunca fueron...ahora...si te empeñas puedes acabar dándote de cabeza con sus aterradoras formas deformes, si era sangre lo que buscabas...
Susurros de esquizofrenia
-¿Y si nos quedamos aquí? ¿Sin más? ¿Para siempre?
-¿Por qué aquí?
- Porque ahora está aquí
-¿Por qué aquí?
- Porque ahora está aquí
Beso
¡Mírala! Acecha en la sombra y cuando todos se han ido, asoma su garra en tu hombro. En el inocente balcón... un beso. El beso. Tu cara desgraciado, cae a trozos, es cerámica facial.
Al mismo tiempo en la calle una farola modernista estalla en rombos vidriosos al compás de tu cabeza, por solidaridad.
Al mismo tiempo en la calle una farola modernista estalla en rombos vidriosos al compás de tu cabeza, por solidaridad.
Tres adolescentes
¿Para qué tantos modales, tanta ropa, tantos hormigueos remilgados? Para tupir más el velo de la naturaleza. Si llegamos a esta observación: ¿Por qué no fundirse con la artimaña y reír de nuestros miembros presos en la inmensa y pegajosa tela de araña?
miércoles, 15 de septiembre de 2010
Arbolcidio urbano
Es frío invierno,
en la gran urbe,
y el fiero infierno,
el aire cubre.
Míralos en sus nichos,
¡Oh, disecados y llenos de legañas!,
ya no moran ni bichos,
ni pecados en sus rancias entrañas.
Reducidos a un mísero cuadrado,
por el inánime asfalto,
malditos por un cielo estrellado,
que ríe desde su pirámide en lo alto.
¡He aquí el cementerio urbano!,
tierra de estériles raíces,
desgarrados por el ministerio humano,
los cromáticos matices.
Solo reina el pardo,
se funde con el suelo gris,
¡oh, triste cuadro
que hunde en duelo a Barcelona o París!
Algún árbol bravo,
forcejea con las losas,
¡Pobre mármol esclavo!,
¡Espera a que tosas!
Entonces tus raíces rebeldes,
serán fustigadas con saña,
y te impondrán el "tú debes",
a golpe de guadaña.
¡Desastre bello! ¡Víctima del ideal!
Quisiste respirar la bóveda celeste,
pero te enraizaste para ello tanto en el mal,
que al fin te pudo la lóbrega peste,
extinguiendo tu verde,
en un bello llanto natural.
Sólo quedará el ocre esputo,
esparcido alrededor de tu débil figura muerta,
nadie salvo el febril poeta rendirá culto,
ante este arbolcidio y su clara muestra
¡Oh, triste camposanto!,
cadavérico desfile,
alopécico manto,
¡No hay cuando te asimile!.
en la gran urbe,
y el fiero infierno,
el aire cubre.
Míralos en sus nichos,
¡Oh, disecados y llenos de legañas!,
ya no moran ni bichos,
ni pecados en sus rancias entrañas.
Reducidos a un mísero cuadrado,
por el inánime asfalto,
malditos por un cielo estrellado,
que ríe desde su pirámide en lo alto.
¡He aquí el cementerio urbano!,
tierra de estériles raíces,
desgarrados por el ministerio humano,
los cromáticos matices.
Solo reina el pardo,
se funde con el suelo gris,
¡oh, triste cuadro
que hunde en duelo a Barcelona o París!
Algún árbol bravo,
forcejea con las losas,
¡Pobre mármol esclavo!,
¡Espera a que tosas!
Entonces tus raíces rebeldes,
serán fustigadas con saña,
y te impondrán el "tú debes",
a golpe de guadaña.
¡Desastre bello! ¡Víctima del ideal!
Quisiste respirar la bóveda celeste,
pero te enraizaste para ello tanto en el mal,
que al fin te pudo la lóbrega peste,
extinguiendo tu verde,
en un bello llanto natural.
Sólo quedará el ocre esputo,
esparcido alrededor de tu débil figura muerta,
nadie salvo el febril poeta rendirá culto,
ante este arbolcidio y su clara muestra
¡Oh, triste camposanto!,
cadavérico desfile,
alopécico manto,
¡No hay cuando te asimile!.
Paroxismo en el acantilado
Me tienen boca abajo. Bien agarrado de los tobillos. En este lodo hay suficiente aire como para aguantar un tiempo y escribo.
Las muecas, los lloros, la risa están prohibidas. No quisiera hundirme más en este fango.
Por las noches hace frío a pesar de la densa masa y me pregunto si no terminaré como aquel al que los dioses castigaron colgando de un acantilado por pensar demasiado y que por seguir en su tozudez bulliciosa y ser rebelde hasta la última consecuencia, se le infló tanto el cabolo de tan pesadas cavilaciones que tras despedirse del fiel cuello con brevedad e hipocresía se precipitó en el vacío.
¡Vacío!En este vacío repleto de lodo me retienen y a menudo con titán esfuerzo abro los marchitos párpados y me encuentro a solas con el ventilado acantilado. Me acaricia la brisa de las alturas y de pronto ,preso de una aterradora iluminación, exhorto a mis manos trémulas a deslizarse a través del verdadero lodo para sostener el habitáculo de mi cerebro, carcomida mollera, mientras río y lloro como lo hacen los que se creen en absoluta e íntima soledad.
Labios, párpados, pezones...¡yo os condeno a ser siervos del paroxismo!
Las muecas, los lloros, la risa están prohibidas. No quisiera hundirme más en este fango.
Por las noches hace frío a pesar de la densa masa y me pregunto si no terminaré como aquel al que los dioses castigaron colgando de un acantilado por pensar demasiado y que por seguir en su tozudez bulliciosa y ser rebelde hasta la última consecuencia, se le infló tanto el cabolo de tan pesadas cavilaciones que tras despedirse del fiel cuello con brevedad e hipocresía se precipitó en el vacío.
¡Vacío!En este vacío repleto de lodo me retienen y a menudo con titán esfuerzo abro los marchitos párpados y me encuentro a solas con el ventilado acantilado. Me acaricia la brisa de las alturas y de pronto ,preso de una aterradora iluminación, exhorto a mis manos trémulas a deslizarse a través del verdadero lodo para sostener el habitáculo de mi cerebro, carcomida mollera, mientras río y lloro como lo hacen los que se creen en absoluta e íntima soledad.
Labios, párpados, pezones...¡yo os condeno a ser siervos del paroxismo!
viernes, 10 de septiembre de 2010
Canto del merodeador
¡Sí! Yo merodeo por este alto cementerio, donde yacen los muertos.
¡Sociedad! ¡Te invoco! ¡No te escondas! ¿Dónde estás nido de ciegos? Con gesto de asco y repulsa me giras la cara, pero me observas por el rabillo del ojo, yo lo sé, me observas a hurtadillas...¿Por qué?
Porque aquí reina la vida, sí en el camposanto. ¡Que contradradictorio!. Nada más lejos de la verdad, aquí rezuma la vida en su forma más que en cualquier hospital donde los recién nacidos saludan a la vida con quejidos y lloriqueos, con verdaderas y sonoras broncas. Donde se amontonan los que seguramente no sabrán más de su vida hasta la comunión o algunos incluso hasta el entierro. ¡Sí! Allá abajo son soberanos los berridos, aquí todos hacen lo que desean: descansar, son lo que son: polvo.
Por eso cuando un séquito de almas desgarradas amanecen por estos parajes de forma puntual para despedir a un ser querido, este santo lugar se profana con reprimidos llantos de desfigurados seres que no saben ser, que no viven, que en vez de llenar los pulmones hasta rebentarlos para clamar al cielo o bailar en lunática danza de liberación, se esconden detrás de un pútrido velo para ocultar el rastro más humano que les queda, el que no han podido suprimir con sus convenciones y atrocidades absurdas: la lágrima.
¿Mañana será otro día?
¡Sociedad! ¡Te invoco! ¡No te escondas! ¿Dónde estás nido de ciegos? Con gesto de asco y repulsa me giras la cara, pero me observas por el rabillo del ojo, yo lo sé, me observas a hurtadillas...¿Por qué?
Porque aquí reina la vida, sí en el camposanto. ¡Que contradradictorio!. Nada más lejos de la verdad, aquí rezuma la vida en su forma más que en cualquier hospital donde los recién nacidos saludan a la vida con quejidos y lloriqueos, con verdaderas y sonoras broncas. Donde se amontonan los que seguramente no sabrán más de su vida hasta la comunión o algunos incluso hasta el entierro. ¡Sí! Allá abajo son soberanos los berridos, aquí todos hacen lo que desean: descansar, son lo que son: polvo.
Por eso cuando un séquito de almas desgarradas amanecen por estos parajes de forma puntual para despedir a un ser querido, este santo lugar se profana con reprimidos llantos de desfigurados seres que no saben ser, que no viven, que en vez de llenar los pulmones hasta rebentarlos para clamar al cielo o bailar en lunática danza de liberación, se esconden detrás de un pútrido velo para ocultar el rastro más humano que les queda, el que no han podido suprimir con sus convenciones y atrocidades absurdas: la lágrima.
¿Mañana será otro día?
jueves, 9 de septiembre de 2010
Laberinto
En el corazón del laberinto sueña la fuente y bromea el sol. No hay nervios, no hay angustia, solo alegre verdor. No hay quimeras ni fantasmas, lo que tenía que pasar pasó. En el centro juega marmórea Eros y descansan en el deleite de aceites los egos.
Pero si me preguntas, si además es menester que responda, te diré que yo amo el juego de luz y sombra, y la tortuosa incertidumbre del porvenir.
¡Sí! Yo soy el que ama el camino y no el corazón del laberinto, donde se desatan los instintos, donde todo parece y nada es, donde yo mismo soy a cada paso distinto, desde donde sólo llega el rumor del borboteo del corazón de la fuente, pero no se puede ver.
Pero si me preguntas, si además es menester que responda, te diré que yo amo el juego de luz y sombra, y la tortuosa incertidumbre del porvenir.
¡Sí! Yo soy el que ama el camino y no el corazón del laberinto, donde se desatan los instintos, donde todo parece y nada es, donde yo mismo soy a cada paso distinto, desde donde sólo llega el rumor del borboteo del corazón de la fuente, pero no se puede ver.
De noche
Acaba de llegar. Es sigiloso, pero tengo buen oído. Está echando la llave, eso es que acaba de llegar. Antes llovía, me pregunto si ahora aún llueve. Sólo consigo oír sus movimientos, el oído no da para más. Sus pasos son ligeros y ahora se queja la vieja puerta del baño. Abre la boca del grifo con sigilo. Estoy despierto, pero estoy seguro que le he oído llegar. Ya era hora. Llevo rato esperando. Sigue en el aseo. Este silencio me va a dejar sordo. Sigue ahí dentro. ¿Qué hará? ¿Cuando piensa subir? Si ha llegado hace dos horas al menos... ¿Qué diantres hará? ¿Piensa subir? ¿Le sucede algo? ¿Ha llegado ya?
Reencontrarte
Si bajara un rosado querubín o ascendiera un sulfúrico diablo... ¿Qué le pediría?
Sólo una desmemoria progresiva.
Olvidar tu nombre, tu historia, tu infancia, tus ideas, nuestras imágenes en eternos paseos...
Le pediría desdibujar tu rostro, pero sobretodo erosionar tu boca, eterna intérprete de la pena y angustia.
Pediría perforar los cristales de recuerdos, que guardo dentro, donde reposa tierno el primer beso, la primera caricia, la primera palabra...
Destruir todo poco a poco, liberando estas miles de mariposas que grotescas y deformadas dormitan en mis dentritas. Pulverizarlas en una nube de coloridas fracciones de cristal y... ¿luego?
Luego encontrarte en la playa, arropados por el crepúsculo y con sinceridad pueril y los cinco sentidos en la garganta preguntarte:
¿Cómo te llamas?
Sólo una desmemoria progresiva.
Olvidar tu nombre, tu historia, tu infancia, tus ideas, nuestras imágenes en eternos paseos...
Le pediría desdibujar tu rostro, pero sobretodo erosionar tu boca, eterna intérprete de la pena y angustia.
Pediría perforar los cristales de recuerdos, que guardo dentro, donde reposa tierno el primer beso, la primera caricia, la primera palabra...
Destruir todo poco a poco, liberando estas miles de mariposas que grotescas y deformadas dormitan en mis dentritas. Pulverizarlas en una nube de coloridas fracciones de cristal y... ¿luego?
Luego encontrarte en la playa, arropados por el crepúsculo y con sinceridad pueril y los cinco sentidos en la garganta preguntarte:
¿Cómo te llamas?
Sin memoria
¿No es la memoria
otra cosa,
que escoria borrascosa?
¿No nos priva del momento?
¿No nos da una vida cautiva
y de tormento?
¿No desfigura todo?
Es un vil invento,
que tortura a su modo
¡oh veneno lento!
Memoria etílica,
eterna catedral,
solitaria basílica,
donde resuena el mal.
Como un rayo de hielo,
paralizas el momento,
profanando el cielo,
como si fuera cemento.
¡Oh cemento de cementerios!
lamento y cuna de misterios,
como el humo de tabaco,
te esparces por doquier,
yo no te amo,
¡Aquí reside el dios baco!,
eso bramo,
¡Aquí decide solo baco!
¿Es el mismo de ayer?
no tengo ni idea,
ya maté a la memoria,
ahora sea como sea,
no existe deber,
bienvenida hora de gloria.
otra cosa,
que escoria borrascosa?
¿No nos priva del momento?
¿No nos da una vida cautiva
y de tormento?
¿No desfigura todo?
Es un vil invento,
que tortura a su modo
¡oh veneno lento!
Memoria etílica,
eterna catedral,
solitaria basílica,
donde resuena el mal.
Como un rayo de hielo,
paralizas el momento,
profanando el cielo,
como si fuera cemento.
¡Oh cemento de cementerios!
lamento y cuna de misterios,
como el humo de tabaco,
te esparces por doquier,
yo no te amo,
¡Aquí reside el dios baco!,
eso bramo,
¡Aquí decide solo baco!
¿Es el mismo de ayer?
no tengo ni idea,
ya maté a la memoria,
ahora sea como sea,
no existe deber,
bienvenida hora de gloria.
miércoles, 8 de septiembre de 2010
Breve cuento infantil "el joven Ablof y la corona"
Ablof nació guapo, bello, hermoso. Ya desde su tierna infancia destacaba por sus facciones sobre todos los demás mocosos, tenía todo lo que un rostro masculino podía desear.
Aristócrata de abolengo nunca pasó penurias y siempre le mostró la vida su cara más dicharachera, así que en la universidad del condado un séquito de feminas servían de refulgente estela del joven caballero.
Colmado de alabanzas y suspiros la vida no le daba batalla, así que las provocaciones venían del que a las grandes empresas había sido destinado.
Así que en vez de tomar el camino marcado por su prematura buenaventura, desde que fue consciente de su don lo puso al servicio de las tinieblas.
Sabido es que conquistó a miles de mujeres, se rumoreaba en todo el condado que en la aldea de la que era natural el joven Ablof no existía mujer alguna que no hubiera degustado sus pálidos labios, incluso se llegó a afirmar que todos los niños que nacieron en el año en que Ablof contaba veinte años desde su nacimiento eran todos ellos fruto de sus embriagadas pasiones con las lugareñas. ¡Toda una hornada!
Fábula o no, lo cierto es que el hermoso mancebo hizo y deshizo cuanto quiso. Plebeyas a las que prometía el oro y el moro, una vez consumido su frescor eran abandonadas con una carta humeante de azufre conteniendo algún poema desgarbado en sus formas, pero agudo e hiriente en su contenido. Ni la miseria, ni la desolación eran carcoma para los remordimientos de Ablof, que cuanto más mal repartía más sosiego encontraba su alma envilecida.
Un día de verano se enamoró perdidamente. La doncella era de alta alcurnia y una Venus bestial, exuberante con una fragancia natural que potenciaba el deseo de los mortales. Cuentan que su propio progenitor, hombre bueno y sabio, se cortó los genitales de cuajo cuando la niña cumplió quince años con tal de evitar las posibles debilidades del cuerpo.
El caso es qu e Ablof se topó con la horma de su zapato. Era un sentimiento nuevo para él y se desataron instintos de todo tipo en aquel inexperto corazón.
La bella Diana se hizo de rogar y exprimió del joven Ablof todo tipo de humillaciones y sacrificios para acceder a sus encantos, pero después de todas estas epopeyas lo que Dios había unido acabó unido como debía.
Pasaron los años y Ablof, con su leyenda a cuestas, se desvaneció de la lengua popular. Se retiró a una finca con gran extensión de campos y dicen que su atracción marital derivó, como en muchos otros casos, en una adulación, una idolatría obsesiva hacia su compañera en la senda de la vida.
La pareja nadaba en la abundancia y sólo por las noches se escapaba algún lastimero lamento de la alcoba conyugal.
Al principio Ablof no reaccionó por no pisotear la intimidad de su amor.
Pero a la tercera noche Ablof le preguntó por el motivo de su aparente agonía.
Él barruntaba que la joven ninfa se creería desdichada por no tener aún descendencia a pesar de los asiduos intentos o acaso que extrañaría a su familia, pero ninguno de esas vanalidades era el motivo de su tristeza.
La inocente confesión fue :"Desde niña deseé una corona, como la de los cuentos, y ahora temo que nunca la tendré"
En aquel extraño país sólo un orfebre tenía la habilidad para fabricar coronas y sólo la reina tenía la potestad de verse nimbada por tan noble símbolo, y lo que era aún peor: la pena por llevar una corona sin ser S.M la reina era penado con la horca.
Todo eso a Ablof le preocupaba poco. Preso y cautivo como estaba del corazón y los sentimientos, encontrándose sepultado en el recuerdo el voluptuoso y vil Ablof de antaño, prometió a su esposa la osada empresa.
Una tarde partió hacia la orfebrería, pero cuando ya caía el Sol algo maravilloso se le apareció detrás de un matorral a escasos cien metros del camposanto.
Era un gnomo con perilla que más o menos así le dijo: "Ablof, tu empresa es una locura. El orfebre jamás cederá, pues yo se de buena tinta que la reina es su amada tía y por añadidura te diré que tiene la extraña manía de temer a la muerte. Estoy aquí para ofrecerte un deseo, siempre te ha sonreído la vida y no es justo que ahora un hecho tan injusto zarandeé tu existencia de este modo. Soy un gnomo y funciono con el corazón de los peregrinos, y el latir del tuyo me ha despertado de mis ensoñaciones, así que estás de suerte. Venga chico...acepta el obsequio"
Por un lado resultaba tentadora la oferta del gnomo y su raciocionio era brillante, sólo la turbia perilla le daba malaespina...
Al fin aceptó, ambos se escupieron para iniciar el acuerdo (así se hacía en aquellas tierras), el habilidoso gnomo acertó en el ojo de Ablof que asqueado por la puntería de su socio, firmó a tientas un pergamino para materializar el trato.
" Recuerda gnomo, la corona ha de estar esmaltada con rubíes y esmeraldas, muchas más esmeraldas que rubíes. Para ser exactos ni más ni menos que cincuenta rubíes. "
El prodigioso ser asintió y esgrimió una maliciosa sonrisa, acto seguido desapareció.
Cuando Ablof llegó a casa se sorprendió, sonaban marchas fúnebres. Entre el gentío ,que tan en el olvido había tenido a Ablof todos aqueños años, se alzaba un ostentoso y oscuro catafalco.
Ablof corrió como un demonio entre la gente de luto y se encontró en lo alto del altar funerario con la yerta imágen de su recién difunta esposa. Bajo su cabeza y apoyada contra el ataúd reposaba una... ¡grandiosa CORONA funeraria de cárdenas rosas!.
Como un loco Ablof las contó varias veces indicándolas con su trémulo dedo y como un perro callejero lanzó un aullido de rabia al cielo:
" Para colmo sólo hay cuarenta y nueve rosas dichoso enviado del demonio " y entonces vio como las incoloras lágrimas que le caían se fundían en alguna parte con un tinte, pues llegaban al suelo más rojas que la misma sangre y al tocarse el pecho pudo notar una rosa que le atravesaba el corazón y se derrumbó sin vida sobre su esposa.
Aristócrata de abolengo nunca pasó penurias y siempre le mostró la vida su cara más dicharachera, así que en la universidad del condado un séquito de feminas servían de refulgente estela del joven caballero.
Colmado de alabanzas y suspiros la vida no le daba batalla, así que las provocaciones venían del que a las grandes empresas había sido destinado.
Así que en vez de tomar el camino marcado por su prematura buenaventura, desde que fue consciente de su don lo puso al servicio de las tinieblas.
Sabido es que conquistó a miles de mujeres, se rumoreaba en todo el condado que en la aldea de la que era natural el joven Ablof no existía mujer alguna que no hubiera degustado sus pálidos labios, incluso se llegó a afirmar que todos los niños que nacieron en el año en que Ablof contaba veinte años desde su nacimiento eran todos ellos fruto de sus embriagadas pasiones con las lugareñas. ¡Toda una hornada!
Fábula o no, lo cierto es que el hermoso mancebo hizo y deshizo cuanto quiso. Plebeyas a las que prometía el oro y el moro, una vez consumido su frescor eran abandonadas con una carta humeante de azufre conteniendo algún poema desgarbado en sus formas, pero agudo e hiriente en su contenido. Ni la miseria, ni la desolación eran carcoma para los remordimientos de Ablof, que cuanto más mal repartía más sosiego encontraba su alma envilecida.
Un día de verano se enamoró perdidamente. La doncella era de alta alcurnia y una Venus bestial, exuberante con una fragancia natural que potenciaba el deseo de los mortales. Cuentan que su propio progenitor, hombre bueno y sabio, se cortó los genitales de cuajo cuando la niña cumplió quince años con tal de evitar las posibles debilidades del cuerpo.
El caso es qu e Ablof se topó con la horma de su zapato. Era un sentimiento nuevo para él y se desataron instintos de todo tipo en aquel inexperto corazón.
La bella Diana se hizo de rogar y exprimió del joven Ablof todo tipo de humillaciones y sacrificios para acceder a sus encantos, pero después de todas estas epopeyas lo que Dios había unido acabó unido como debía.
Pasaron los años y Ablof, con su leyenda a cuestas, se desvaneció de la lengua popular. Se retiró a una finca con gran extensión de campos y dicen que su atracción marital derivó, como en muchos otros casos, en una adulación, una idolatría obsesiva hacia su compañera en la senda de la vida.
La pareja nadaba en la abundancia y sólo por las noches se escapaba algún lastimero lamento de la alcoba conyugal.
Al principio Ablof no reaccionó por no pisotear la intimidad de su amor.
Pero a la tercera noche Ablof le preguntó por el motivo de su aparente agonía.
Él barruntaba que la joven ninfa se creería desdichada por no tener aún descendencia a pesar de los asiduos intentos o acaso que extrañaría a su familia, pero ninguno de esas vanalidades era el motivo de su tristeza.
La inocente confesión fue :"Desde niña deseé una corona, como la de los cuentos, y ahora temo que nunca la tendré"
En aquel extraño país sólo un orfebre tenía la habilidad para fabricar coronas y sólo la reina tenía la potestad de verse nimbada por tan noble símbolo, y lo que era aún peor: la pena por llevar una corona sin ser S.M la reina era penado con la horca.
Todo eso a Ablof le preocupaba poco. Preso y cautivo como estaba del corazón y los sentimientos, encontrándose sepultado en el recuerdo el voluptuoso y vil Ablof de antaño, prometió a su esposa la osada empresa.
Una tarde partió hacia la orfebrería, pero cuando ya caía el Sol algo maravilloso se le apareció detrás de un matorral a escasos cien metros del camposanto.
Era un gnomo con perilla que más o menos así le dijo: "Ablof, tu empresa es una locura. El orfebre jamás cederá, pues yo se de buena tinta que la reina es su amada tía y por añadidura te diré que tiene la extraña manía de temer a la muerte. Estoy aquí para ofrecerte un deseo, siempre te ha sonreído la vida y no es justo que ahora un hecho tan injusto zarandeé tu existencia de este modo. Soy un gnomo y funciono con el corazón de los peregrinos, y el latir del tuyo me ha despertado de mis ensoñaciones, así que estás de suerte. Venga chico...acepta el obsequio"
Por un lado resultaba tentadora la oferta del gnomo y su raciocionio era brillante, sólo la turbia perilla le daba malaespina...
Al fin aceptó, ambos se escupieron para iniciar el acuerdo (así se hacía en aquellas tierras), el habilidoso gnomo acertó en el ojo de Ablof que asqueado por la puntería de su socio, firmó a tientas un pergamino para materializar el trato.
" Recuerda gnomo, la corona ha de estar esmaltada con rubíes y esmeraldas, muchas más esmeraldas que rubíes. Para ser exactos ni más ni menos que cincuenta rubíes. "
El prodigioso ser asintió y esgrimió una maliciosa sonrisa, acto seguido desapareció.
Cuando Ablof llegó a casa se sorprendió, sonaban marchas fúnebres. Entre el gentío ,que tan en el olvido había tenido a Ablof todos aqueños años, se alzaba un ostentoso y oscuro catafalco.
Ablof corrió como un demonio entre la gente de luto y se encontró en lo alto del altar funerario con la yerta imágen de su recién difunta esposa. Bajo su cabeza y apoyada contra el ataúd reposaba una... ¡grandiosa CORONA funeraria de cárdenas rosas!.
Como un loco Ablof las contó varias veces indicándolas con su trémulo dedo y como un perro callejero lanzó un aullido de rabia al cielo:
" Para colmo sólo hay cuarenta y nueve rosas dichoso enviado del demonio " y entonces vio como las incoloras lágrimas que le caían se fundían en alguna parte con un tinte, pues llegaban al suelo más rojas que la misma sangre y al tocarse el pecho pudo notar una rosa que le atravesaba el corazón y se derrumbó sin vida sobre su esposa.
domingo, 5 de septiembre de 2010
Provocación sacrílega
Faltaba aún media hora para las doce campanadas de aquel jueves cuando yo avanzaba veloz esquivando a la caterva de guiris de las ramblas. Para mi fortuna espacial giré rápido a la derecha y me interné por los salvajes recovecos.
Llegué a la hora. El bar estaba aún a medio aforo.
Había gente variopinta y a pesar de no estar repleto reinaba una barahúnda narcótica.
A esas alturas quedaban pocas mesas libres, pero eso no era obstáculo para que mi cita tuviera lugar.
Digo que no peligraba porque mi amigo P. debía de llevar allí como de costumbre desde las ocho de la tarde.
No me equivocaba, lo encontré sentado en la última mesa.
Debajo de las escaleras que daban a un primer piso que servía como almacén a los dueños del local, erguida sobre sus cuatro patas y envuelta en un juego de luces y tinieblas, ofrecía su apoyo la recóndita mesa de mármol a un absorto P. que ora escribía algo ora exhalaba volátiles bocanadas de humo cortesía de una pipa rancia que colgaba de su boca como prolongación de la lengua.
A penas reparó en mi presencia se levantó en seguida con un sonoro estruendo de su poltrona y a pesar de ser ya una costumbre el citarnos los jueves, me nimbó con el abrazo más sincero.
Tomé asiento y ordenamos la bebida por excelencia de la taverna: dos copas de ajenjo.
- Bueno, querido P. ¿Cómo va esa caligrafía?, pregunté una vez me hube deshecho del abrigo.
- ¡Ay mi amado X.! Tú siempre tan irónico...De sobras sabes que hace dos semanas que me empeñé en experimentar con la escritura automática y también eres conocedor de mi firmeza para contentar las obsesiones. ¡Combinación letal!. Bueno...y ¿Qué tal tú? ¿Como va la semana Padre?
P. me apuñalaba con su ingenio para nombrarme con apodos, este último era sin duda una alusión a una conversación que tuvimos la semana anterior sobre asuntos religiosos de los que no me declaro agnóstico por definición.
A pesar de su perversidad verbal, yo era digno adversario, si no de qué iba a tenerme ese tarado tanto aprecio a no ser por nuestros amenos coloquios que a menudo partían al infinito.
- La verdad pequeño e insignificante P. , esta semana ha sido funesta. Como habrás podido leer en la prensa, tan ocupado estoy con el mundo entero que irremediablemente se me han escapado ,en esta tierra de verbenas, varios asuntos de las manos: la huelga de ferroviarios saldada con dos muertos, el incendio en aquel mísero barrio, aquella jovencita desaparecida...
Yo decía todo aquello siguiendo con la broma del diálogo creyente-Dios, pero se podía notar en mi tono un atisbo de sincera lástima. Como nuestra amistad cumplía ya tantos años lo habíamos notado los dos, del mismo modo que eramos concientes de que mi amigo P. seguro que había pasado esas crónicas de largo. De hecho solía ridiculizar a los lectores de periódicos, costumbre que debía a su venerado F. Nietzsche, astro de su iconografía particular.
Llegaron los absentas y después de tragarse el suyo sin ritual ni pantomima, P. contestó:
- Ya sabes, Padre, que tales menudeces no son de mi incumbencia. ¿Cuántos infieles y desgraciados se pierden cada día a cada hora? Ingentes cifras que hielan la sangre a uno. En esta inmensidad es difícil para mí ceder a la conmoción por un mal ajeno. Yo me entrego a mis delirios, y al ajenjo, como bien sabes tú (el que todo lo conoce) reino aquí más que en ningún sitio, siendo esta hora y este sitio mi íntima esencia.
¿Qué me interesa a mí que una joven haya desaparecido? La mitad de las que encuentran, fiambre o no, se lo buscaron por su cuenta. Y no seais malpensado Padre. No digo que se lo merecieran, todo lo que digo es que si apenas eres menor de edad y te vas con el primero crápula que pasa...No alces luego los brazos al cielo...Encima tres semanas buscando a fulanita en el río X. , todo a cuenta del contribuyente.
Y dicho esto armado con una sonrisa infantil me entregó sus folios garabateados para que los estudiara minuciosamente como solía añadiendo un leve "¿Qué te parece?".
Desde luego la mente de aquel hombre era una de las mil maravillas, su mollera era una especie de habitáculo de fantasmas y espectros que no dejaban de danzar manoseando a la realidad circundante. Pero aquel día no quise hablar de las ideas atropelladas de P. y como el tema anterior parecía tener sustancia continué (después de pedir dos copas más, una para cada uno).
- Tienes razón, pero ¿Qué quieres hacer? ¿Dejar a la niña que se pudra en un bosque malherida quizás?. Porque también es probable que no haya muerto. Son temas escamosos. No se pueden tomar tan a la ligera.
La respuesta fue un reflejo
- ¡Para ligeras esa zorrita!
El tema parecía estar zanjado, así que la velada continuó por tortuosos caminos sobre poetas y novelistas ya caldo de gusanos.
Pasaron algunas horas y ya se notaban los efectos del alcohol. Habíamos ocupado los últimos veinte minutos observando a la muchedumbre que ahora abarrotaba hasta el postrer taburete y conjeturando historias inverosímiles dando rienda suelta a la imaginación, mucho más potente y desarrollada en mi interlocutor que envuelto en el manto de tienieblas, su solemne porte se hacía más notorio, brillaba como un halo en medio de aquel cubículo repleto de espejos polvorientos, viejos retratos y demás ademanes bohemios.
De pronto, a media conversación P. se levantó me dio un sonoro beso en la mejilla restregándome toda su abundante barba y se perdió entre la gente.
Acostumbrado a ese ingenioso sablazo, sonreí para mis adentros, dejé la chatarra encima de la mesa y le seguí con la mirada por las diminutas brechas que se formaban en la aglomeración humana.
Vi con claridad como susurraba algo al oído de una joven muy atractiva de rostro y maneras agitanados. Debió de susurrarle uno de sus versos favoritos y esta vez se llevó el premio, pues la muchacha fuera de sí, se despidió de sus dos amigas que parecían tan excitadas como ella y se colgó del brazo del curda, perdiéndose por la puerta.
Estuve tres días en las afueras de la ciudad, donde acudí con mi enamorada a unas fiestas con unos conocidos.
Al llegar de nuevo a la ciudad condal, me hice con un peridódico en cuanto me fue posible.
¿Cómo expresar el hielo que paró mi corazón cuando vi que en la portada del noticiero me sonreía con igual magnetismo que la noche anterior la muchacha agitanada y debajo de tan entrañable recuerdo, rezaba una sentencia " DESAPARECIDA" ?.
Todavía lo recuerdo como una gran tragedia, como la más oscura de mis semanas sobre la faz de la tierra.
Ése mismo Martes se presentó la polícia en mi casa, no me detendré en explicar la reacción de mi anciano padre con el que convivo, ni mi propio estupor.
El caso es que me sinceré tanto como me fue posible, les conté que conocía a P. desde hacía unos cinco años como consecuencia de mi constante peregrinaje por la vida nocturna cuando era libre de exámenes en épocas universitarias y que aquella amistad había perdurado con citas semanales. No sabía mucho de su vida privada, pero la genialidad de aquel mago podría detallarla hasta en mi funeral. Así que acongojado por la presencia de la ley en mi hasta entonces inviolable morada, les conté desde lo que hicimos la noche del siniestro hasta la última influencia parnasiana en la figura de P.
Por las miradas que intercambiaban aquellos agentes, puedo asegurar con certeza que o bien creíanme mastuerzo u hombre de charlatanería torpe, así que se despidieron con una especie de amenaza o al menos declaración de desconfianza en forma de triple disyuntiva: " Si sabe algo, o se le ocurre algo que no haya contado o el propio sujeto se pone en contacto con usted no dude en llamarnos, seguiremos en contacto"
La última sentencia es aún motivo de mis recurrentes pesadillas.
Pasados tres días, se confirmó mi inocencia, aunque no pude dejar de llorar cuando me llegó la noticia de que habían encontrado el cadáver de P. junto al que suponían de la joven gitana. Digo "suponían" porque a diferencia del cuerpo exánime de P. que lucía un boquete de entrada y otro de salida, única marca de su última libertad de voluntad, el de la muchacha se suponía, ya que presentaba un estado de putrefacción inexplicable, apenas había pasado una semana y sólo quedaba de aquella desgraciada una amarillenta osamenta. Ni un rastro de pellejo, ni carne, ni músculo ni pelo...nada de nada...
La versión oficial fue que el mórbido homicida la había bañado en una especie de ácido que solo atacaba a la piel, músculos, tendones y pelos como continuación de la piel. La investigación ya cerrada, dejaba una puerta abierta a un rito demoníaco y contó además de la policía con la colaboración de psicólogos y químicos para esclarecer el crímen. Yo no podía dejar de pensar con aturdida resignación en las palabras de P. , que todos ellos invirtieron horas y horas "a cuenta del contribuyente".
P. siempre quedara en mi recuerdo como el enigma de la vida, no como un ser humano, si no como el gran misterio trascendental, como un semidios que condenado por su condenada megalomanía vino a la tierra a desafiar al Olimpo con sus tenebrosas cualidades. A este sentimiento ayudó la perturbadora carta que recibí, tres años después del fallecimiento de mi buen amigo de mano de un mensajero desconocido que dijo cumplir órdenes de un muerto:
" Querido X.
Recuerdo ahora en este instante, aquella última velada, donde conocí a la amante, que ahora te deja la sangre helada. Contigo me confieso, ahora que habrán pasado los años, antes de quedarme por siempre tieso, evitándote así los daños.
La joven gitana enloqueció por mi elixir, caminamos juntos por las calles empedradas, y ella se sentía por primera vez existir, en un cuento fabuloso de hadas. A pesar de su mirada maliciosa que ahora recuerdo, no noté nada extraño ni funesto, acallando a la bebida como hombre cuerdo, me dirigí a mi humilde piso presto.
Ya en el viejo ascensor nos colmábamos de ósculos lascivos, y perdía toda mi fría consciencia, nos sentíamos oscuros y vivos, desnudo ante una nueva experiencia.
Así de entretenidos entramos en la habitación, y fui directo al servicio, le pedí que se pusiera cómoda sin más dilación, que pronto vendría a seguir con su suplicio. ¿Por qué no sincerarme contigo íntimo amigo si en mi pecho esperanza ya no abrigo? Así se acaba mi vida de mendigo, que un tiro me pegaré te digo. Pero antes te concedo saber que ocurrió porque de buen seguro habrán reinado sarta de mentiras, de ésas que por más que miras, no acaban de ser sentidas.
Le dije en efecto a Lucero, ese era su nombre, el verdadero, aunque suene a hombre, que se quitara todo lo que llevaba, y envuelta en aquel éxtasis pecaminoso, mientras yo servía dos copas de champán espumoso, la jovenzuela se quitó todo con tal ímpetu, que ve tú, carnal amigo que hasta la piel se arrancó y al llegar al dormitorio, encontreme una calavera que pedíame con obscenos gestos que la poseyera. ¿Cómo tuve que explicarle que el poseído, no era otro si no el que con ella se había ido? Como no daba crédito a mis ojos cedí a la locura y preso de mi orgullo, le di el beso que más dura. Ahora me vuelo los sesos y no quiero moratina, que esos sabuesos nunca sabrán la verdad, solo la mentira más cochina, es lo único que me consuela, saber que estaba en lo cierto, loa a mi insigne escuela, que ésta que me tendió la trampa también fue víctima de su descaro, que yo la seguí por la rampa, que lleva al mundo de los muertos sin reparo, riéndome de todos y de todo, de la humanidad en su lodo, y de los Dioses con los que pasaré para ti a la eternidad codo con codo. Así que única fuente de mi recuerdo, que no se extinga mi llama, así que ahora para siempre me pierdo, reposa aquí el que te ama. Réquiem"
Llegué a la hora. El bar estaba aún a medio aforo.
Había gente variopinta y a pesar de no estar repleto reinaba una barahúnda narcótica.
A esas alturas quedaban pocas mesas libres, pero eso no era obstáculo para que mi cita tuviera lugar.
Digo que no peligraba porque mi amigo P. debía de llevar allí como de costumbre desde las ocho de la tarde.
No me equivocaba, lo encontré sentado en la última mesa.
Debajo de las escaleras que daban a un primer piso que servía como almacén a los dueños del local, erguida sobre sus cuatro patas y envuelta en un juego de luces y tinieblas, ofrecía su apoyo la recóndita mesa de mármol a un absorto P. que ora escribía algo ora exhalaba volátiles bocanadas de humo cortesía de una pipa rancia que colgaba de su boca como prolongación de la lengua.
A penas reparó en mi presencia se levantó en seguida con un sonoro estruendo de su poltrona y a pesar de ser ya una costumbre el citarnos los jueves, me nimbó con el abrazo más sincero.
Tomé asiento y ordenamos la bebida por excelencia de la taverna: dos copas de ajenjo.
- Bueno, querido P. ¿Cómo va esa caligrafía?, pregunté una vez me hube deshecho del abrigo.
- ¡Ay mi amado X.! Tú siempre tan irónico...De sobras sabes que hace dos semanas que me empeñé en experimentar con la escritura automática y también eres conocedor de mi firmeza para contentar las obsesiones. ¡Combinación letal!. Bueno...y ¿Qué tal tú? ¿Como va la semana Padre?
P. me apuñalaba con su ingenio para nombrarme con apodos, este último era sin duda una alusión a una conversación que tuvimos la semana anterior sobre asuntos religiosos de los que no me declaro agnóstico por definición.
A pesar de su perversidad verbal, yo era digno adversario, si no de qué iba a tenerme ese tarado tanto aprecio a no ser por nuestros amenos coloquios que a menudo partían al infinito.
- La verdad pequeño e insignificante P. , esta semana ha sido funesta. Como habrás podido leer en la prensa, tan ocupado estoy con el mundo entero que irremediablemente se me han escapado ,en esta tierra de verbenas, varios asuntos de las manos: la huelga de ferroviarios saldada con dos muertos, el incendio en aquel mísero barrio, aquella jovencita desaparecida...
Yo decía todo aquello siguiendo con la broma del diálogo creyente-Dios, pero se podía notar en mi tono un atisbo de sincera lástima. Como nuestra amistad cumplía ya tantos años lo habíamos notado los dos, del mismo modo que eramos concientes de que mi amigo P. seguro que había pasado esas crónicas de largo. De hecho solía ridiculizar a los lectores de periódicos, costumbre que debía a su venerado F. Nietzsche, astro de su iconografía particular.
Llegaron los absentas y después de tragarse el suyo sin ritual ni pantomima, P. contestó:
- Ya sabes, Padre, que tales menudeces no son de mi incumbencia. ¿Cuántos infieles y desgraciados se pierden cada día a cada hora? Ingentes cifras que hielan la sangre a uno. En esta inmensidad es difícil para mí ceder a la conmoción por un mal ajeno. Yo me entrego a mis delirios, y al ajenjo, como bien sabes tú (el que todo lo conoce) reino aquí más que en ningún sitio, siendo esta hora y este sitio mi íntima esencia.
¿Qué me interesa a mí que una joven haya desaparecido? La mitad de las que encuentran, fiambre o no, se lo buscaron por su cuenta. Y no seais malpensado Padre. No digo que se lo merecieran, todo lo que digo es que si apenas eres menor de edad y te vas con el primero crápula que pasa...No alces luego los brazos al cielo...Encima tres semanas buscando a fulanita en el río X. , todo a cuenta del contribuyente.
Y dicho esto armado con una sonrisa infantil me entregó sus folios garabateados para que los estudiara minuciosamente como solía añadiendo un leve "¿Qué te parece?".
Desde luego la mente de aquel hombre era una de las mil maravillas, su mollera era una especie de habitáculo de fantasmas y espectros que no dejaban de danzar manoseando a la realidad circundante. Pero aquel día no quise hablar de las ideas atropelladas de P. y como el tema anterior parecía tener sustancia continué (después de pedir dos copas más, una para cada uno).
- Tienes razón, pero ¿Qué quieres hacer? ¿Dejar a la niña que se pudra en un bosque malherida quizás?. Porque también es probable que no haya muerto. Son temas escamosos. No se pueden tomar tan a la ligera.
La respuesta fue un reflejo
- ¡Para ligeras esa zorrita!
El tema parecía estar zanjado, así que la velada continuó por tortuosos caminos sobre poetas y novelistas ya caldo de gusanos.
Pasaron algunas horas y ya se notaban los efectos del alcohol. Habíamos ocupado los últimos veinte minutos observando a la muchedumbre que ahora abarrotaba hasta el postrer taburete y conjeturando historias inverosímiles dando rienda suelta a la imaginación, mucho más potente y desarrollada en mi interlocutor que envuelto en el manto de tienieblas, su solemne porte se hacía más notorio, brillaba como un halo en medio de aquel cubículo repleto de espejos polvorientos, viejos retratos y demás ademanes bohemios.
De pronto, a media conversación P. se levantó me dio un sonoro beso en la mejilla restregándome toda su abundante barba y se perdió entre la gente.
Acostumbrado a ese ingenioso sablazo, sonreí para mis adentros, dejé la chatarra encima de la mesa y le seguí con la mirada por las diminutas brechas que se formaban en la aglomeración humana.
Vi con claridad como susurraba algo al oído de una joven muy atractiva de rostro y maneras agitanados. Debió de susurrarle uno de sus versos favoritos y esta vez se llevó el premio, pues la muchacha fuera de sí, se despidió de sus dos amigas que parecían tan excitadas como ella y se colgó del brazo del curda, perdiéndose por la puerta.
Estuve tres días en las afueras de la ciudad, donde acudí con mi enamorada a unas fiestas con unos conocidos.
Al llegar de nuevo a la ciudad condal, me hice con un peridódico en cuanto me fue posible.
¿Cómo expresar el hielo que paró mi corazón cuando vi que en la portada del noticiero me sonreía con igual magnetismo que la noche anterior la muchacha agitanada y debajo de tan entrañable recuerdo, rezaba una sentencia " DESAPARECIDA" ?.
Todavía lo recuerdo como una gran tragedia, como la más oscura de mis semanas sobre la faz de la tierra.
Ése mismo Martes se presentó la polícia en mi casa, no me detendré en explicar la reacción de mi anciano padre con el que convivo, ni mi propio estupor.
El caso es que me sinceré tanto como me fue posible, les conté que conocía a P. desde hacía unos cinco años como consecuencia de mi constante peregrinaje por la vida nocturna cuando era libre de exámenes en épocas universitarias y que aquella amistad había perdurado con citas semanales. No sabía mucho de su vida privada, pero la genialidad de aquel mago podría detallarla hasta en mi funeral. Así que acongojado por la presencia de la ley en mi hasta entonces inviolable morada, les conté desde lo que hicimos la noche del siniestro hasta la última influencia parnasiana en la figura de P.
Por las miradas que intercambiaban aquellos agentes, puedo asegurar con certeza que o bien creíanme mastuerzo u hombre de charlatanería torpe, así que se despidieron con una especie de amenaza o al menos declaración de desconfianza en forma de triple disyuntiva: " Si sabe algo, o se le ocurre algo que no haya contado o el propio sujeto se pone en contacto con usted no dude en llamarnos, seguiremos en contacto"
La última sentencia es aún motivo de mis recurrentes pesadillas.
Pasados tres días, se confirmó mi inocencia, aunque no pude dejar de llorar cuando me llegó la noticia de que habían encontrado el cadáver de P. junto al que suponían de la joven gitana. Digo "suponían" porque a diferencia del cuerpo exánime de P. que lucía un boquete de entrada y otro de salida, única marca de su última libertad de voluntad, el de la muchacha se suponía, ya que presentaba un estado de putrefacción inexplicable, apenas había pasado una semana y sólo quedaba de aquella desgraciada una amarillenta osamenta. Ni un rastro de pellejo, ni carne, ni músculo ni pelo...nada de nada...
La versión oficial fue que el mórbido homicida la había bañado en una especie de ácido que solo atacaba a la piel, músculos, tendones y pelos como continuación de la piel. La investigación ya cerrada, dejaba una puerta abierta a un rito demoníaco y contó además de la policía con la colaboración de psicólogos y químicos para esclarecer el crímen. Yo no podía dejar de pensar con aturdida resignación en las palabras de P. , que todos ellos invirtieron horas y horas "a cuenta del contribuyente".
P. siempre quedara en mi recuerdo como el enigma de la vida, no como un ser humano, si no como el gran misterio trascendental, como un semidios que condenado por su condenada megalomanía vino a la tierra a desafiar al Olimpo con sus tenebrosas cualidades. A este sentimiento ayudó la perturbadora carta que recibí, tres años después del fallecimiento de mi buen amigo de mano de un mensajero desconocido que dijo cumplir órdenes de un muerto:
" Querido X.
Recuerdo ahora en este instante, aquella última velada, donde conocí a la amante, que ahora te deja la sangre helada. Contigo me confieso, ahora que habrán pasado los años, antes de quedarme por siempre tieso, evitándote así los daños.
La joven gitana enloqueció por mi elixir, caminamos juntos por las calles empedradas, y ella se sentía por primera vez existir, en un cuento fabuloso de hadas. A pesar de su mirada maliciosa que ahora recuerdo, no noté nada extraño ni funesto, acallando a la bebida como hombre cuerdo, me dirigí a mi humilde piso presto.
Ya en el viejo ascensor nos colmábamos de ósculos lascivos, y perdía toda mi fría consciencia, nos sentíamos oscuros y vivos, desnudo ante una nueva experiencia.
Así de entretenidos entramos en la habitación, y fui directo al servicio, le pedí que se pusiera cómoda sin más dilación, que pronto vendría a seguir con su suplicio. ¿Por qué no sincerarme contigo íntimo amigo si en mi pecho esperanza ya no abrigo? Así se acaba mi vida de mendigo, que un tiro me pegaré te digo. Pero antes te concedo saber que ocurrió porque de buen seguro habrán reinado sarta de mentiras, de ésas que por más que miras, no acaban de ser sentidas.
Le dije en efecto a Lucero, ese era su nombre, el verdadero, aunque suene a hombre, que se quitara todo lo que llevaba, y envuelta en aquel éxtasis pecaminoso, mientras yo servía dos copas de champán espumoso, la jovenzuela se quitó todo con tal ímpetu, que ve tú, carnal amigo que hasta la piel se arrancó y al llegar al dormitorio, encontreme una calavera que pedíame con obscenos gestos que la poseyera. ¿Cómo tuve que explicarle que el poseído, no era otro si no el que con ella se había ido? Como no daba crédito a mis ojos cedí a la locura y preso de mi orgullo, le di el beso que más dura. Ahora me vuelo los sesos y no quiero moratina, que esos sabuesos nunca sabrán la verdad, solo la mentira más cochina, es lo único que me consuela, saber que estaba en lo cierto, loa a mi insigne escuela, que ésta que me tendió la trampa también fue víctima de su descaro, que yo la seguí por la rampa, que lleva al mundo de los muertos sin reparo, riéndome de todos y de todo, de la humanidad en su lodo, y de los Dioses con los que pasaré para ti a la eternidad codo con codo. Así que única fuente de mi recuerdo, que no se extinga mi llama, así que ahora para siempre me pierdo, reposa aquí el que te ama. Réquiem"
jueves, 2 de septiembre de 2010
Momentum vitae
Cansado ya de enumerar la escabrosa vanidad en los andares de la vida, de petrificar el hálito vital en una absurda enumeración de fechas y lugares, voy a inmortalizar en una roca a estas alturas mi particular momentum vitae .
Hoy todo mi ser, mi alma cautiva se puede definir como la aspiración a un solo vocablo, rujo al abismo: "¡Soy yo! ¡El LAPIDARIO!.
Lapidario en todos los sentidos de la palabra. Acabo de desnudarme aquí en estas frías y azules alturas. Es una estruendosa provocación y como toda provocación, una vez lanzada al aire y siendo consciente de su momentánea libertad me obliga a rotar la cabeza todos los grados posibles mientras mis ojos inyectos en la férrea sangre de la demencia escudriñan un insensato reproche u objeción.
Nadie contesta y se pierde en el infinito mi lejano eco. Preso de una demencia febril tampoco era requisito indispensable crítica alguna para explotar en elocuentes explicaciones, aquí vienen, lo siento en el palpitar de mi sien:
" Soy yo el gran LAPIDARIO. El que labra piedras preciosas. Rubíes de ira, de pasión, incandescentes gemas terrenales dominadas por el omnipotente Rojo que tiñe la sangre, plúmbea cadena que subyuga al hombre a la mortalidad. Eterno rival del Añil, de lo intangible, del sueño. A este reinado onírico halago con zafiros, obras de la más paciente orfebrería, frutos de la contemplación hipnótica del mar, del cielo y las montañas. También devoto a la vida, al pulmón de la Tierra me entrego al esmero por las esmeraldas, perdiéndome en su esencia de enigmático laberinto romántico.
También trabajo oro y plata como devota ofrenda a los padres celestes del estado anímico, al rey astro y a su señora de las tinieblas que cubren a los mortales con sus mantos refulgentes.
Con todas estas piedras encierro en preciosas joyas resguardadas en mis estanterías cerebrales historias, anhelos, temores, cánticos, gritos...vida palpitante que presa de los narcóticos dormita a la espera de que el recuerdo la invoque para evocar sus excelentes magnificencias. Mis ojos y mis manos saborean el momento, única verdad, única realidad y origen de la vida, pero unos maléficos gnomos se encargan de gestionar la gruta de los recuerdos, sedando a mis obras de arte y almacenándolas en las vastas galerías de la mollera.
Como LAPIDARIO total que soy, no solo dedico mi existencia a labrar joyas, de ese modo la vida me resultaría insulsa y un tanto solitaria. Como LAPIDARIO entrégome con igual tesón al grabado de lápidas. Si no recelara del todopoderoso momento, me entregaría a la más produnda de las meditaciones como tantos sabios barbudos, pero no tengo agallas suficientes, o dicho de otro modo, solo cuando la realidad me ahoga, fórmase en mi cabeza esta bruma que todo lo oculta y me siento poseído por este benigno dios, el momento me somete y acepto la catarsis.
Asombrado por la infinita constelación de almas humanas, el brillo de algunas estrellas me hechiza y paso horas y horas sentado delante de aquellas mentes insignes y aquí en las alturas selecciono grandes piedras donde conceder un último epitafio tan merecido por poetas y almas creadoras a mi ver. A mi me gustaría resucitar los a todos ellos y bailar juntos toda la noche danzas macabras, contar eternas historias cristalizadas en anillos, aretes... Todos juntos a la vera de las estrellas en lo alto de la colina del lapidario, eterno epicentro de las máximas, de los aforismos,de los proverbios, de los refranes y de las sentencias más lapidarias jamás imaginadas".
Hoy todo mi ser, mi alma cautiva se puede definir como la aspiración a un solo vocablo, rujo al abismo: "¡Soy yo! ¡El LAPIDARIO!.
Lapidario en todos los sentidos de la palabra. Acabo de desnudarme aquí en estas frías y azules alturas. Es una estruendosa provocación y como toda provocación, una vez lanzada al aire y siendo consciente de su momentánea libertad me obliga a rotar la cabeza todos los grados posibles mientras mis ojos inyectos en la férrea sangre de la demencia escudriñan un insensato reproche u objeción.
Nadie contesta y se pierde en el infinito mi lejano eco. Preso de una demencia febril tampoco era requisito indispensable crítica alguna para explotar en elocuentes explicaciones, aquí vienen, lo siento en el palpitar de mi sien:
" Soy yo el gran LAPIDARIO. El que labra piedras preciosas. Rubíes de ira, de pasión, incandescentes gemas terrenales dominadas por el omnipotente Rojo que tiñe la sangre, plúmbea cadena que subyuga al hombre a la mortalidad. Eterno rival del Añil, de lo intangible, del sueño. A este reinado onírico halago con zafiros, obras de la más paciente orfebrería, frutos de la contemplación hipnótica del mar, del cielo y las montañas. También devoto a la vida, al pulmón de la Tierra me entrego al esmero por las esmeraldas, perdiéndome en su esencia de enigmático laberinto romántico.
También trabajo oro y plata como devota ofrenda a los padres celestes del estado anímico, al rey astro y a su señora de las tinieblas que cubren a los mortales con sus mantos refulgentes.
Con todas estas piedras encierro en preciosas joyas resguardadas en mis estanterías cerebrales historias, anhelos, temores, cánticos, gritos...vida palpitante que presa de los narcóticos dormita a la espera de que el recuerdo la invoque para evocar sus excelentes magnificencias. Mis ojos y mis manos saborean el momento, única verdad, única realidad y origen de la vida, pero unos maléficos gnomos se encargan de gestionar la gruta de los recuerdos, sedando a mis obras de arte y almacenándolas en las vastas galerías de la mollera.
Como LAPIDARIO total que soy, no solo dedico mi existencia a labrar joyas, de ese modo la vida me resultaría insulsa y un tanto solitaria. Como LAPIDARIO entrégome con igual tesón al grabado de lápidas. Si no recelara del todopoderoso momento, me entregaría a la más produnda de las meditaciones como tantos sabios barbudos, pero no tengo agallas suficientes, o dicho de otro modo, solo cuando la realidad me ahoga, fórmase en mi cabeza esta bruma que todo lo oculta y me siento poseído por este benigno dios, el momento me somete y acepto la catarsis.
Asombrado por la infinita constelación de almas humanas, el brillo de algunas estrellas me hechiza y paso horas y horas sentado delante de aquellas mentes insignes y aquí en las alturas selecciono grandes piedras donde conceder un último epitafio tan merecido por poetas y almas creadoras a mi ver. A mi me gustaría resucitar los a todos ellos y bailar juntos toda la noche danzas macabras, contar eternas historias cristalizadas en anillos, aretes... Todos juntos a la vera de las estrellas en lo alto de la colina del lapidario, eterno epicentro de las máximas, de los aforismos,de los proverbios, de los refranes y de las sentencias más lapidarias jamás imaginadas".
Suscribirse a:
Entradas (Atom)